cuando me peinaba con mis propias manos.
Los hombres me admiraban sin temor (es Sedna la bella, la de largos cabellos).
Aún respiraba y disfrutaba del crujido de mis pasos sobre la nieve.
Imaginaba al hombre que alimentase mis sueños. Entonces me reflejaba en el mar, el mar que fue espejo y ahora es carcel.
Fue antes de hundirme, con mis recuerdos a salvo del salitre,
cuando llegó la noche del hombre embozado.
Vestía un elegante abrigo de plumas y mi padre me entregó a él en matrimonio.
Mi esposo se reveló como un cuervo disfrazado de humano.
Me arrastró hasta un agujero y me alimentó con pescado podrido.
Mis gritos cabalgaron las llanuras heladas y llegaron hasta mi padre.
El gigantesco cuervo nos persiguió y agitó las olas para que nos engullesen.
Mi padre olvidó su amor y me lanzó al agua para no morir; “¡es tuya, no me hagas daño!”, decía,
y golpeaba con su remo mis manos que intentaban, en vano, subirme de nuevo a bordo. Los dedos, congelados, se quebraron.
Entonces me hundí.
Y de los pedazos de mis manos nacieron las ballenas
y las focas
y todos los mamíferos marinos.
Y desde entonces soy un espíritu de las profundidades.
Los inuit me agradecen los alimentos que les ofrezco.
Los hombres aprendieron a valorar a las mujeres.
Los chamanes me amansan peinando delicadamente las aguas.
No me tengáis pena, no lloro; las lágrimas son inútiles bajo el mar.
(Adaptación de una leyenda inuit de la que existen decenas de versiones. La cultura inuit, que poco a poco va desapareciendo, era un ejemplo de respeto total por el medio ambiente).
Para saber más: Inuit