Una tribu caminaba, a través de un campo, hacia un precipicio cuya existencia ignoraba. La tribu, además de desconocer su existencia tampoco mostraba especial interés por conocer a dónde les llevaban sus pasos.
Avanzaban, y avanzaban. Deprisa y deprisa. Sin descanso. Los precipicios aparecen de pronto para el que no sabe dónde están, y aquella tribu, que caminaba atropelladamente sería engullida por la oscuridad del pozo. En primera y segunda fila avanzaban los hombres de la tribu blandiendo sus lanzas. En la retaguardia, las mujeres, los niños y los enseres.
En su deseo por salvarlos, un anciano que vivía en aquella zona y conocía el terreno, empezó a gritarles:
- ¡¡Que hay un abismo ahí delante!! ¡¡cuidado!!
Pero la tribu, sin hacerle caso, le insultaba y despreciaba:
- ¡¡Cállate viejo!! ¿Qué sabrás tú?
Pero el anciano seguía llamándoles:
- ¿No habéis olvidado comida para el camino?
- ¡¡Calla, hombre, calla!! ¡¡Y lárgate de aquí!!
Viendo que no le hacían caso, y que era complicado que se detuvieran o dieran la vuelta, empezó a correr hacia ellos, como si fuera un toro que fuera a embestirles. Eso hizo que la fila de la tribu fuera saliéndose un poco del camino. El anciano embestía y embestía, y la tribu, asustada, se curvaba y se curvaba para evitar el impacto. Tanto se esmeró, que trazaron una curva tan pronunciada que les permitió evitar el precipicio y por tanto su perdición.
La gente no se percató de ello y pensaban que había estado caminando en línea recta, así que le decían:
- ¡Ves, viejo estúpido, no existía ningún precipicio y nos estabas asustando en vano!.
Y se reían despreocupados.
También el viejo, una vez cumplida su misión, se reía feliz.
Por eso no debemos dejar de protestar por las injusticias, atropellos y corruptelas que veamos a nuestro alrededor y que nos hagan daño a nosotros, a nuestra gente o nuestra tierra. ¡¡Hay que seguir gritando!!.