Seguimos con los microcuentos (cuarto trío)

Publicado el 16 febrero 2017 por Kike Morey @KikinMorey

Sigo intentando con los Relatos en Cadena, el concurso auspiciado por la Cadena SER y la Escuela de Escritores. Con el objetivo de llegar alguna vez a una final semanal, mando mis propuestas de cuando en cuando, algunas con mejores sensaciones que otras, pero aún no tengo ningún éxito. Al menos, me sirve para general material para este abandonado blog. Les comparto tres nuevos relatos.

- O -

Final feliz

El masajista no tardó en reconocer aquel lunar bajo la nuca.

-Cuentan que tienes las mejores manos de la ciudad -dijo el paciente tumbado sobre la camilla-. Es raro, había pasado muchas veces y recién hoy he visto tu consultorio -continuó mientras sentía la distensión de su espalda.

Al final, laxo y adormilado, el paciente concluyó:

-Tenían razón: eres bueno.

-¡Soy el mejor! -respondió el profesional un segundo antes de girarle el cuello con la brutalidad necesaria para partirle las cervicales.

Después, recogió sus aceites en un pequeño maletín, salió del despacho que su cliente le había alquilado para esa mañana y partió hacia el pueblo de su próximo contrato.

- O -

Aldina

No era el mar, pero se le parecía. Desde una de las orillas amazónicas, la osada Aldina prefirió zarpar hacia lo desconocido antes que casarse, por obligación, con el jefe de su tribu. Al anochecer, vio en el horizonte a la enorme y brillante luna diluirse dentro del caudaloso río. Quiso tocarla, y en su intento, cayó de la canoa para perderse en la profundidad de las aguas. Desde entonces, cada vez que se acerca un navío, Aldina sale a la superficie repetidamente pidiendo auxilio. Mientras tanto, los turistas de esas embarcaciones, toman fotos y disfrutan de las piruetas del que les parece un alegre delfín rosado.

- O -

Efecto Pigmalión

De un certero bocado le arrebató el pincel, la mano y la mitad del antebrazo derecho a su ilustrador. Con el segundo mordisco, la irascible caricatura -inspirada en un viejo compañero de bellas artes- continuó arrancándole el resto del brazo, el hombro y parte del cuello. "Nunca debí hacerle caso" pensó el artista antes de que su cabeza fuese devorada por la creación que estaba plasmando en su cuaderno desde hacía poco rato. Esa mañana, su antiguo colega y ahora envidioso crítico de arte, le había dedicado su columna en el periódico local: "Sólo serás un verdadero dibujante cuando dejes de pintar en el ordenador".