Ya no eran marchas de un sector en apuros, huelgas de trabajadores despedidos de una empresa, estudiantes disconformes con los tijeretazos en becas, ayudas o planes de estudio, etc., sino una amalgama variopinta de personas procedentes de todos los ámbitos sociales que exigían democracia real, stop a los desahucios, justicia con los estafados con las preferentes, mareas blancas en contra de la privatización de la sanidad, profesores, estudiantes, universitarios, amas de casa, parados y, en general, una porción importante de la población que pretendía una transformación de la sociedad y otra política más comprometida con la gente y menos con los mercados y las componendas de la élite dominante.
Sin embargo, en esta efemérides del 15M, los motivos de indignación siguen presentes en la sociedad española, sin que sus reivindicaciones hayan sido atendidas, menos aún solucionadas, por quienes pretendían representar a los descontentos. La desigualdad entre los españoles sigue creciendo, la tasa de paro es de las más alta de Europa, la corrupción campea por partidos e instituciones apenas sin freno, la precariedad afecta a salarios, trabajos y condiciones laborales, la “ley mordaza” restringe libertades y derechos, la austeridad recorta prestaciones y servicios públicos, los desalojos de viviendas siguen produciéndose de forma más “silenciosa”, la violencia contra la mujer continúa aumentando el número de víctimas mortales, los jóvenes con o sin formación son presa del paro o de la emigración, la insolidaridad de los ricos se refugia en paraísos fiscales, a pesar de lo cual se permiten dar lecciones de patriotismo y, en definitiva, seguimos sujetos a la dictadura de los mercados.