Seguimos vivos.
Seguimos vivos entre las cenizas, entres las hojas, y las angustias.
Llueve. Estoy empapada, el periódico se me está deshaciendo. Los autos me pasan tan cerca de los charcos que ya se me hicieron entre los pies, tomo valor y me hago más pequeña. Nadie te ofrece algo seco. El aguacero arrecia, me marchitaron las ganas, suelto el periódico.
Me quedaron trozos de la sección de deportes entre los dedos, es horrible vagar lejos de ti mismo. El nivel de este torrente ha subido tanto que ya está por encima de mis tobillos. Lo único que veo son ojos húmedos, y sonrisas resignadas. Por si fuera poco, también me inunda la pena.
Los minutos me pasan, y les hice una mueca.
Puse una mano a modo de visera sobre mis ojos, intentando ver más arriba de mis hombros. Las luces se apagan, y las gotas parecen seguir su camino. No pienso moverme de mi sitio, es un espacio incómodo, imposible salir de él.
La basura flota, una bicicleta está luchando por su existencia atorada entre las ramas y las hojas. Se ve muy angustiada.
A pesar de la cortina de agua, noto claramente a un hombre alto y de tez morena. Una barba sin candado, le guarda su boca. Dejé las dudas a un lado, sentí desde el suelo como me enarbolé a modo de estandarte después de su llegada. La posibilidad de que él estuviera ahí por mí, era más alta que yo. Esperaba ansiosamente que tomara mi mano y me llevara a un lugar seco. No pensé un sólo instante lo contrario.
Su abrigo era dos veces más grande que yo, lo colocó rápidamente sobre mí y las apesadumbras.
― Estarás bien, pronto cesará la lluvia. ― Dijo con una voz segura y cálida.
― Siéntate allí. ― Y señaló una banca de madera que separa la barra de un poste.
Las leyes del clima son tan inexorables como las horas, el tiempo. Y sólo los aptos sobreviven a las adversidades, a lo veleidoso de las corrientes.
Seguimos vivos.
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