Campo de dunas en un cráter de impacto cercano a la Fosa Cerberus, en Marte. Créditos: Mars Reconnaissance Orbiter (NASA).
Sopla el viento dentro de mi cabeza. Imagino que sobre la superficie de Marte deben soplar vientos huracanados que levanten la arena del suelo como si se tratase de una piel dividida en millones de partículas. Sopla intenso, con un ruido mordaz, sibilino. Sopla y me dice que me equivoco. Que no debo seguir viéndote.
Sopla el viento dentro de mi cabeza. Es un viento cálido, que marea, azotando mis mejillas enrojecidas por el golpeteo incesante de cada grano de polvo que arrastra, arremetiendo contra mis párpados cerrados. Sopla arrogante, incapaz de dominarse, árido. Sopla y se clava como una respuesta. No debo seguir viéndote.
Sopla el viento dentro de mi cabeza. Me canta que no debo, respondo que yo quiero, que lo deseo con todas las ganas que pueden tenerse, y el viento me golpea diciéndome que va a dolerme. Sopla insistente, arremolinándose bajo mis piernas, enlazándose. Dándole formas inenarrables al suelo que conforma mi cuerpo. Sopla y susurra con el roce: “te equivocas”.