Según el análisis del recorrido y las mutaciones que ha tenido el imaginario social del Relacionista Público a través de los últimos 20 años, es interesante analizar como siempre su construcción se realiza basándose en la mirada del otro. Pareciera obvio que sea así, ya que el nombre de la actividad lleva la palabra “público” en él. Una, sino la principal, característica de la actividad profesional siempre esta relacionada con lo que se ve, con lo que se decide mostrar, y con la construcción de nosotros mismos desde la mirada del otro.
La pregunta entonces es: ¿cómo se evalúa la actividad de un RRPP desde el ámbito privado?
Toda construcción de “lo público” se realiza a partir de una experiencia que se vive, se le da forma y se constituye en “lo privado”. Es en esta esfera donde las personas nos desarrollamos y ponemos en práctica nuestras capacidades. En el espacio individual y privado se crea, se planifica, es “la cocina” de lo que luego vamos a poner a la vista de todos. Pareciera que en la construcción de estos imaginarios (desde el descontrol de los años 90s, hasta la rigidez del modelo actual) siempre se deja de lado la capacidad individual. ¿Será porque en un Relacionista Público la esfera privada carece de sentido? ¿ó será porque ese aspecto íntimo del profesional que se pone al servicio de la imagen y los medios de comunicación no debe ser mostrada? ¿ó acaso no interesa?.
El accionar de un Relacionista Público siempre esta ligado a este espacio común y compartido, que nos pertenece a todosy a nadie en particular. En la esfera pública predomina lo colectivo, también en el aspecto simbólico; es por eso que un profesional de las Relaciones Públicas debe poder “dominar” estos simbolismos colectivos. A través de la lectura, el estudio y el análisis minucioso de los espacios comunes y públicos que todos compartimos, esos lugares donde todos transitamos, pero que en definitiva no nos definen.
Es complicado pensar que son los lugares comunes y compartidos los que un buen RRPP debe intentar comprender. Y no queda muy en claro que esa sea la meta o el objetivo de nuestra profesión. Asimismo, también es complejo relacionar el entorno real donde nos movemos (en este caso podemos pensar en Argentina, obien Rosario) con los imaginarios sociales que hemos descripto anteriormente: muy vinculados, expuestos, personificados, alocados, extrovertidos, excesivamente formales y cosmopolitas, chic, modernos. ¿Dónde esta el punto de contacto entonces? En la formación y en la privacidad de este profesional. Es en el ámbito privado donde el hombre moderno debe aislarse (término utilizado por Arendt) para poder mirar desde un punto privilegiado y verlo todo realmente. Es imposible sino entender lo que sucede en el espacio público (que como profesionales debemos comprender, estudiar, controlar) para el correcto desarrollo de nuestra actividad.
También debemos tomar el asilamiento como un punto de encuentro con nosotros mismos, y en este sentidome refiero a lograr entender qué tipo de actividad queremos desarrollar o qué tipo de profesional queremos ser. Los estereotipos que nos rodean nos limitan, en vez de proponernos la búsqueda o de motivar nuestra creatividad. Si nos manejamos en el orden de “lo que se espera de un Relacionista Público”, y en este punto creo que hay muchas carencias y falta de creatividad, sobre todo en el ámbito académico; nunca nos sentiremos satisfechos. El imaginario social actual nos presenta personas vestidas de una manera que representan “éxito” (trajecitos oscuros para las mujeres, tacos altos, BlackBerries, acceso a internet 24 horas al día, inmediatez de respuesta, pensamiento analítico y frío, happy hours en bares irlandeses de moda y hasta descuido de los asuntos personales). Este modelo, tomado de películas o series de televisión del primer mundo, es como una pieza de rompecabezas incorrecta que nunca va a encajar en nuestro entorno. Porque las realidades son distintas, histórica y culturalmente. Ni mejor ni peor, diferente.
Estas verdades construidas respecto a algo o alguien, estos modelos “no pasan por un proceso reflexivo, sino que se instalan como sentido común y terminan por convertirse en filtros para entender la realidad y actuar sobre el mundo (…) proveen un repertorio de “verdades” que orientan la interacción social”. (R. Reguillo). Es por eso que se debe insistir en proveer a los nuevos profesionales de herramientas creativas, para que a partir del estudio, del conocimiento, y de la lectura del entorno laboral podamos construir una identidad profesional propia. Identidad necesaria para la acción y para la propia concepción de uno mismo como trabajador y como comunicador. Saber qué existe, que hay, que se necesita, con qué nos queremos identificar, con que no nos queremos identificar, y también conocer los límites y realidades. El conocimiento de los límites no es un elemento que amputa la creatividad, al contrario, nos propone un escenario real de acción, que es mucho más interesante que el modelo inalcanzable con el rascacielos detrás (comenzando por recordar que en Rosario no hay rascacielos).