Segunda etapa de Duelo de espadas para alcanzar el premio final

Por Jr @noticierojr
Seguimos con la segunda entrada diaria en relación a Duelo de Espadas. Como sabéis, cada artículo tratará sobre un tema relacionado con la novela, pero diferente. Entre aquellas personas que dejen un comentario en cada entrada aportando su opinión (con su cuenta), el viernes podrán participar en un sorteo de coleccionista firmado (exclusivo para España).

CONTINUAMOS HOY CON EL COMIENZO DE LA HISTORIA
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I Leah Indagaciones más allá del castillo Fue su propio grito lo que despertó a Leah. Debido a la crudeza del sueño se había incorporado en la cama y agitaba las manos, intentando defenderse de un enemigo que por supuesto no estaba ahí. ¡Sólo había sido un sueño! El mismo que se repetía desde hacía tres semanas..., aunque negar la verdad no servía de nada. Era una premonición de lo que tarde o temprano sucedería. Ya lo había vivido en más ocasiones. Con los años había aprendido a diferenciar una simple pesadilla de un terrible futuro.
—¡Princesa Leah...! Perdonad mi interrupción —susurró una chica de cabellos rubios que asomaba tras un tapiz en la pared del  fondo de sus aposentos—. Pero os he oído gritar y me preguntaba si os encontrabais bien.
—No te preocupes, Delia, regresa a tu dormitorio. La doncella obedeció. Una vez a solas, Leah saltó de la cama y fue directa al balcón. Desde allí contempló la muralla que protegía al castillo, lugar por el que los hombres de la guardia real hacían su ronda. Tras ésta se apreciaba parte del pueblo de Sadira. El castillo estaba aposentado en la cumbre de una montaña y en las faldas de la misma se hospedaban sus aldeanos. Las calles eran todas descendentes, y rodeaban la montaña hasta llegar a las puertas de palacio. Desde la torre de homenaje, Leah contemplaba las casas, todas ellas muy humildes. Por las mismas calles rondaban sueltos algunos animales, como gallos, los cuales ya cantaban debido a la cercanía del amanecer. Las nevadas hacía tiempo que habían terminado y los primeros brotes de primavera ya eran apreciables, en especial en todos los huertos con los que contaban los ciudadanos del reino en sus respectivas viviendas. En su sueño el invierno comenzaba a azotar Sadira y ella no presentaba grandes cambios. Seguía tan menuda como siempre; su porte no mostraba modificaciones e incluso sus cabellos castaños, ligeramente ondulados, seguían exactamente igual. Así pues, según sus suposiciones, tenía nueve meses para evitar que las pesadillas se hicieran realidad.
—¡No me gusta nada cuando frunces el ceño! —le susurró una voz a su espalda. Cuando Leah se volvió, vio a Gael observándola con gesto preocupado. Siempre le parecía apuesto, incluso cuando mostraba inquietud; en tales ocasiones fruncía el entrecejo y cerraba ligeramente los ojos, provocando que el verdor de los mismos casi ni se apreciase. Era dos años mayor que ella, aunque eso no había sido inconveniente para entablar una buena amistad.
—A mí tampoco me gusta cuando tú lo haces —confesó Leah a la vez que le dedicaba una sonrisa. Tomó la mano del joven y dejó que la guiara hacia el calor del dormitorio. No sabía cómo, pero Gael siempre se las ingeniaba para aparecer en su habitación sin ser visto ni oído. Su confianza era tal que para la ocasión ni siquiera se había molestado en acicalarse o presentarse ante ella en las condiciones adecuadas. Vestía únicamente pantalones verde oliva y una camisa blanca que no se había preocupado de introducir en los pantalones. Era más que probable que su grito le hubiera despertado y hubiera tomado las primeras prendas que tenía a mano.
—¿Has tenido otra premonición? —preguntó con interés y evidentes muestras de preocupación. Al ver que Leah se demoraba en responder, protestó y acabó tomando asiento en la cama—. Sabes que puedes confiar en mí —susurró con dulzura—. Me preocupas; sé cuánto sufres con esos terribles sueños. Ojalá yo pudiera aliviar tu dolor. Ella sonrió, rindiéndose a sus encantos y dejándose querer. Le gustó cuando Gael la rodeó por la cintura, atrayéndola mucho más hacia él, momento en el que deslizó los dedos bajo su mentón obligándola a que le mirase. Muy tímidamente se agachó y probó sus labios. Siempre era él quien tomaba la iniciativa, pero irrumpir en sus aposentos de madrugada únicamente para saber cómo estaba se había ganado un gesto de cariño por su parte. No sólo le devolvió el beso, sino que también deslizó los brazos alrededor de sus hombros y sus dedos se enredaron en sus lánguidos cabellos rubios, lleno de ondas y bastante revueltos.
—Ahora, ¿por qué no me cuentas lo que has visto? —inquirió Gael poniéndose en pie. Sus manos seguían rodeando la cintura de la princesa y la miraba intrigado—. Te sentirás mejor si me lo confiesas todo. ¡Dime qué has soñado!
Sus últimas palabras sonaron más como una exigencia que como unas palabras recitadas por alguien que se preocupaba por ella. Enfadada, Leah se zafó de su abrazo, dio unos pasos atrás y se cruzó de brazos.
—Prefiero no hablar de ello. Ha sido terrible. —Por favor, ¡Leah, dime de una vez qué has soñado!
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Agradecimientos a Lucía G. Lavado