Segundas oportunidades

Por Mamaenalemania
A la vida, esa individua que gusta horrores de dar vueltas y perrearnos con cierta asiduidad, de vez en cuando - así como de Pascuas a Ramos - le puede su coranzoncito y nos sirve en bandeja segundas oportunidades.
Tampoco se vayan a pensar ustedes que se estira demasiado la jodía, que las ocasiones de repesca suelen ser como los caballos; y ya se sabe eso de que, si vienen con lazo, mejor no asomarse a la dentina.
Vamos, que a veces son tan cutres que ni la más avispada madre de abundante familia las destapa. Y ya es decir, no crean, que aquí la que suscribe se las ha ingeniado de espontánea en situaciones absurdas por doquier; o porque no quedaba otra, que lo mismo es.
El caso es que, ayer mismo, mi teutona existencia tuvo a bien palmearme el lomo. Supongo que le di pena, o acaso - más bien - se la dieron los niños, que culpa no tienen, los pobres, de que mis neuronas anden flojeando.
Reconozco que a punto estuve de pifiarla de nuevo, pero es que la oportunidad venía bien camufladita.
Y es que aparcar el coche cargado con tus tres pigmeos chillones y hambrientos y encontrarte a dos ajenos esperando en la puerta de tu casa, descoloca a cualquiera.
Nos ha invitado el Mayor a merendar, me dijeron quitándose las chaquetas. Y una, que tenía el día fromlosttotheriver, les dejó pasar y apropiarse del Lego.
Rebuscando merienda para cinco infantes, me tantreaba aquello de que, total, dos más no molestan y se pelean menos, cuando sonó el timbre.
Sí, el timbre.
Dos forasteros más, señores. Dos. Y de la edad de Destroyer.
Con madre, esta vez, aunque sólo la de uno de ellos, el más rubio, que se limitó a entregarme las zapatillas de ambos a toda prisa y comentarme que les vendría a buscar la otra, que ella tenía que hacer recados.
Ahí, mientras recogía mi mandíbula del suelo, intenté hacer memoria, buscando el lapsus aquel en el que se me ocurrió convocar a tanto vástago el mismo día. Pero nada, que no lo encontré. Entre otras cosas porque, ni en mis horas de mayor enajenación ovulatoria, se me habría ocurrido semejante disparate.
Pragmática que es una, decidí solucionar la merienda primero y pesquisar después, y eché mano de las dos cajas de muffins express - cortesía del Dr. Oetker, salvaculos de toda Rabenmutter que se precie - que guardo para emergencias. Por si no lo sabían, la repostería es a la escolaridad alemana lo que  las "dos hojas de papel cebolla o milimetrado para mañana" a la española.
Una hora después habían volado veinticuatro magdalenas y tres litros y medio de leche.
Mas no se me asusten, que no fue entre siete. Mientras se horneaban los bizcochitos, el número de polluelos visitantes aumentó en dos más. Nueve en total.
Nueve.
Como se estarán imaginando ya, la explicación la tenía el Mayor. Concretamente, en forma de inalámbrico y listas de teléfonos de guardería y colegio en su cuarto, encima de su mesa.
Muy digna, quise reclamársela en cuanto se marcharon los contertulios. Que yo entiendo que el bilingüismo es complicado, pero me consta que el mico sabe que eso de que puede invitar a quien quiera no significa que todos a la vez.
Sin embargo, en cuanto le cerré la puerta al último, me saltó a los brazos y me llenó de besos.
 - Gracias, mamá, ha sido la mejor fiesta de cumpleaños del mundo.
- ¿Fiesta de cumpleaños? ¡Pero si vuestro cumple es en verano!
- No nos importa, mamá, aunque hayamos tardado tanto en celebrarlo con amigos, ha sido guay.
No digan nada. Para su tranquilidad, sepan que he puesto alarmas en los teléfonos y he marcado todos los calendarios con antelación, porque estoy segura de que, la próxima vez, la vida no me va a poner tan fácil salvar el pandero con esta dignidad.