Se da por hecho que las continuaciones no son más que secuelas, con toda la carga peyorativa que esta palabra guarda entre sus ocho letras. Sin embargo, las segundas partes -que, no lo olvidemos, siempre llegan acompañadas de la utopía de una historia sin final- pueden ser igual de buenas que sus predecesoras.
Tras el paréntesis navideño y el atracón de glucosa en forma de pecaminosos pedazos de turrón y roscos de vino, vuelvo a mis colaboraciones semanales con Diariocrítico. Ayer escribía sobre las segundas partes literarias, que no tienen por qué no ser buenas. ¿Por qué no desafiar los tópicos? Aquí os dejo el artículo en cuestión.
Se da por hecho que las continuaciones no son más que secuelas, con toda la carga peyorativa que esta palabra guarda entre sus ocho letras. Sin embargo, las segundas partes -que, no lo olvidemos, siempre llegan acompañadas de la utopía de una historia sin final- pueden ser igual de buenas que sus predecesoras.
Este mes tenemos en las librerías dos ejemplos patentes. En primer lugar, la esperada continuación de Los ojos amarillos de los cocodrilos, de Katherine Pancol, que ha sido un fenómeno literario internacional. En esta ocasión, la autora francesa nos invita a bailar El vals lento de las tortugas. Aparece de nuevo entre nuestras manos las vidas de la abnegada Joséphine, que sigue avanzando firme entre su mar de dudas, la pasión por un padre perdido, la inquietud que le provocan los hombres y los dolores de cabeza que siempre dan los hijos adolescentes. Son, como avanzan desde la editorial (La Esfera de los Libros, que, por cierto, está de enhorabuena porque cumple una década), "personajes que avanzan tercamente. Como pequeñas tortugas obstinadas. Que aprenden a bailar lentamente, lentamente. En un mundo demasiado rápido, demasiado violento".
En un tono más dicharachero, David Safier vuelve a la carga con Jesús me quiere (Ed. Seix Barral) . No se trata en sentido estricto de una continuación de su exitosa Maldito karma, pero sí guarda similitud con ella: su personaje protagonista vuelve a ser una mujer en apuros y su manera de contar la historia es un refugio para la sonrisa. En esta ocasión, Safier narra la historia de Marie, una treintañera que, tras dejar a su novio, conoce a un joven carpintero extravagante y desaliñado que le confiesa ser el mismísimo Hijo de Dios. Y claro, enamorarse del Mesías tiene varios peligros: el primero de ellos, que se sabe que habrá de morir para redimirnos y una historia de amor con fecha de caducidad obliga a plantearla en términos descabellados que, bajo el tono de humor, guardan la reflexión sobre el valor de los sentimientos.
Se da por hecho que las continuaciones no son más que secuelas, con toda la carga peyorativa que esta palabra guarda entre sus ocho letras. Sin embargo, las segundas partes -que, no lo olvidemos, siempre llegan acompañadas de la utopía de una historia sin final- pueden ser igual de buenas que sus predecesoras.