el gélido invierno había despertado cubriendo de nieve la ciudad. Observaba indiferente la tormenta que caía en el exterior. De fondo se oía un viejo reloj marcando el paso del tiempo tic tac a ese ritmo iba su pensamiento: recordaba su tibia piel, el aroma bajo la seda de aquel vestido, sus senos turgentes, el ansia por besarla por poseerla. Su amor romántico será la última ilusión del viejo orden.
mientras tanto, Anna se encontraba junto al hogar observando como jugaba su hijo con un tren. Hacía días que no podía conciliar el sueño. Le venían imágenes de lo sucedido aquella noche. Como había sucumbido a la pasión y al deseo. Su baile había provocado habladurías, hasta el punto de llegar a oídos de su marido. Por lo que le advirtió sobre su comportamiento «poco adecuado», añadiendo que sería un pecado ayudar a destruirla.
caminaba despacio, las calles de San Petersburgo estaban vacías a esas horas como consecuencia de la tormenta de nieve. Se dirigía hacia la estación de tren donde se vieron por primera vez.
en su cabeza resonaba las palabras de su madre y amistades, que consideraban su amor un pecado contra el sagrado sacramento del matrimonio, y que había muchas mujeres más bellas y de más posición que aquélla que le quitaba el sueño.
la encontró de espaldas, cubierta por un bonito abrigo de piel y un sombrero a juego con sus brillantes ojos. Se besaron mientras un viejo tren pasaba a su lado ruidosamente. En ese momento Anna grita: «¡Basta, ésto debe acabar!» Sonríe a medias mientras le coge de las manos y con un susurro le dice: «No puede haber paz para nosotros, sólo sufrimiento o la mayor felicidad.»
primer acto: los tiempos blancos
ronronea: atis