Este año el impagable galardón Hinasequible Al Desaliento va para el General norteamericano David Petraeus por la sonrisa y el pundonor con los que ha aceptado el marrón que se le ha venido encima: arreglar lo de Afghanistán.
La última vez que un militar recibió un marrón parejo fue el 30 de enero de 1943. Se trató del General Friedrich Paulus. Imaginémoslo: está en Stalingrado y tiene bajo su mando a 250.000 hombres muertos de hambre, enfermos y desmoralizados; cada día les lanzan los aviones de la Luftwaffe suministros equivalentes al 25% de los que de verdad necesitarían para mantenerse (ya no hablemos de para pasar a la ofensiva); le rodean centenares de miles de rusos bien pertrechados y que le tienen muchas ganas; hace un frío del carajo y preferiría estar con su mamá. En éstas le llama Hitler y le dice: “Muchacho, que te he hecho mariscal de campo y la costumbre es que los mariscales de campo alemanes mueran, pero no se rindan. En fin, que te deseo mucha suerte y duro con los rojos esos”. Puedo imaginarme lo que le pasó por la cabeza a Paulus en aquellos momentos: “¿Y si le dijeras al Göring que se coja un avión y te lance en paracaídas con una ametralladora sobre Stalingrado? A lo mejor si nos echabas una manita, terminábamos antes con los rusos estos.” Pero Paulus, que era un poco acojonado, respondió que sí, que muy honrado y que a sus órdenes. 3 días después se rindió al Ejército Rojo al grito de “y que Adolfo se meta el bastón de mariscal por donde le quepa.”
El General Petraeus adquirió notoriedad en 2007, cuando la Administración Bush le puso al frente de las tropas norteamericanas en Iraq. Petraeus aplicó una estrategia cuyos principales pilares fueron: masiva presencia de tropas norteamericanas y descansar más sobre las FFAA y la policía iraquíes. Esa estrategia iba acompañada de un componente político, sin la cual no habría funcionado. Petraeus se dio cuenta de que las insurgencias shií y sunni no eran bloques compactos, sino que presentaban fracturas que se podían aprovechar. Trabó alianzas con los elementos más afines de ambos bloques y consiguió evitar una guerra a tres bandas (EEUU-Shiíes-Sunníes), que habría sido inganable. Petraeus dio a EEUU lo más parecido a una victoria que se podía conseguir y fue jaleado como un héroe. Al término de su misión, en septiembre de 2008, Petraeus hizo unas declaraciones notables por su realismo y modestia: “Éste no es el tipo de combate en el que tomas una colina, plantas la bandera y vuelves a casa a participar en el desfile de la victoria (…) No utilizo términos como victoria o derrota (…) Soy un realista, no un optimista o un pesimista. Y la realidad es que ha habido avances significativos, pero todavía quedan desafíos serios.” Es una pena que los políticos que primero le mandaron a Iraq y ahora le mandan a Afghanistán no sean capaces de hablar tan a las claras.
La recompensa por lo bien que lo había hecho en Iraq fue ponerle al frente del Mando Central estadounidense, el USCENTCOM). El USCENTCOM es un puesto de mucha responsabilidad y visibilidad y algunos analistas apuntaron que podía ser la plataforma perfecta si Petraeus en el futuro quería presentar su candidatura a la Presidencia de EEUU, intención que el General ha negado, pero… Pues bien, Petraeus se ha visto obligado a dejar ese chollo tan prometedor para meterse en un berenjenal del que puede salir con el rabo entre las piernas. Realmente este hombre merece con creces el Premio Hinasequible Al Desaliento.
Lo mismo debe de pensar el propio Petraeus porque, cuando compareció ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado para hablar de Afghanistán, se desmayó. Dijo luego que había sido efecto del calor y del estómago vacío. Bueno, de eso y de ver el tipo de maulas que iban a evaluar su trabajo en Afghanistán. Para terminar de arreglarlo, el Senador McCain le dijo que era un “Gran Héroe Americano”. Viniendo de la boca de quien escogió como compañera de plataforma electoral a Sarah Palin y dijo que era una mujer “fuerte, de principios sólidos y espíritu luchador”, es como para preocuparse.
Petraeus, curándose en salud, ha recordado que Afghanistán no es Iraq. Dados los escasos conocimientos geográficos de los norteamericanos resulta una apreciación importante. Iraq era un Estado medianamente desarrollado hasta la primera Guerra del Golfo. Afghanistán era un Estado muy subdesarrollado hasta la invasión soviética de 1979 y después no se sabe muy bien lo que es. En Iraq había que lidiar con tres grupos principales: los sunníes, los shiíes y los kurdos. En Afghanistán hace falta muy buena memoria para acordase de los nombres de todas las etnias y subetnias con las que hay que lidiar. Petraeus también se ha curado en salud al advertir que arreglar las cosas tomará más tiempo que en Iraq y que las cosas se pondrán mucho más chungas antes de que empiecen a mejorar. Por si quedaban optimistas en la audiencia, ha recordado que el apodo familiar de Afghanistán es “tumba de imperios”.
Hay algunas cosas que, sin duda, le deben quitar el sueño estos días a Petraeus. La primera es la estrategia del Presidente Obama. En su discurso del 1 diciembre de 2009 en West Point anunció su estrategia para Afghanistán: aumentar el número de tropas en 30.000 soldados y empezar a retirarse en julio de 2011. Hay algo en este anuncio que no huele bien. Lo de inyectar más tropas, suena un poco a más de lo mismo. Si con 70.000 hombres no hemos conseguido gran cosa, probemos con 100.000 a ver qué pasa. Se aduce el ejemplo de Iraq donde la situación mejoró después de haber metido más soldados, pero allí el aumento en el número de tropas fue acompañado de un cambio perceptible de estrategia. Lo de empezar a retirarse en julio de 2011, 18 meses después del incremento de tropas, ¿cómo hay que interpretarlo? ¿Significa que se espera que los 30.000 soldados extras tarden año y medio en introducir cambios significativos en la situación sobre el terreno? ¿O significa más bien que, sí o sí, para julio de 2011 nos iremos, porque si las cosas no han mejorado para entonces es que no hay solución posible para Afghanistán? Yo, si fuera talibán, me haría las maletas y me iría de vacaciones hasta el verano de 2011, que para entonces el panorama se habrá aclarado. Lo malo de haber puesto una fecha al inicio de la retirada es que ha creado la expectativa de que para entonces las cosas habrán mejorado tanto que harán falta menos soldados. Y al pobre Petraeus le han puesto un plazo para la entrega del proyecto “un Afghanistán estable y seguro”, que a lo mejor no es realista.
Otra cosa para quitar el sueño es la suerte que han tenido sus predecesores en el puesto. A David McKiernan le dieron la patada en mayo de 2009. Aunque todo fue con muchas sonrisas, circuló el rumor de que era demasiado precavido (¿o acojonado?) y de que hacía falta alguien ideas frescas. La salida de McKiernan fue cortés comparada con la de McChrystal, que apenas duró trece meses en el cargo.
A McChrystal le echaron con cajas destempladas por unas controvertidas declaraciones a la revista “Rolling Stone”. El artículo incluía frases tan interesantes como “[McChrystal] se encuentra en Francia para vender su nueva estrategia de guerra a nuestros aliados de la OTAN- para mantener la ficción, en esencia, de que de verdad tenemos aliados.” Aunque esas frases no eran nada comparadas con los comentarios del propio McChrystal. Del Presidente Obama dice que le dejó con la impresión de que no está comprometido con la guerra de Afghanistán y sólo busca la foto. Al Vicepresidente Biden le denomina “bite me”, una de cuyas lecturas en argot es “que te den por culo”. El retrato que traza del Presidente Karzai tampoco es muy halagador. La revista cuenta una anécdota que sin duda proviene del propio McChrystal: Karzai se encontró con tres soldados norteamericanos que habían sido heridos en la provincia de Uruzgán y exclamó: “General, ni siquiera sabía que estuviéramos luchando en Uruzgan”. Esa frase en labios del Presidente de Andorra, tiene un pase, pero dicha por el Presidente de Afganistán. Si así es como está de enterado de la guerra que se libra en su propio país, ya no le preguntemos por los casos de corrupción en su gobierno. Cuando se aborda el tema del elevado número de bajas civiles, a McChrystal se le escapa: “Hemos disparado a una cantidad de gente increíble”. Eso es lo que uno hace en las guerras, disparar a gran cantidad de gente. Si McChrystal se sorprende, es que entonces lo que quería decir es: “¡Dios mío! ¡La de civiles que nos hemos cargado a lo tonto!” Ya, para rematar, McChrystal, reconoce que las campañas de contrainsurgencia como la que se está desarrollando en Afghanistán son “caóticas, caras y muy fáciles de perder.” Y eso lo dice un experto.
Pero más allá de lo que dijera McChrystal, seguro que lo que le quita más el sueño a Petraeus es la siguiente reflexión: es cierto que el McChrystal estaba un poco venado, pero aun así los militares se distinguen por su discreción y porque no sacan los pies del tiesto. Los que los sacan no llegan ni a soldados de primera. ¡Lo quemado que debía de estar el McChrystal con Afghanistán para largar lo que largó con un micrófono al lado!
Desde 1973, cada vez que EEUU se mete en una aventura extranjera surge la tentación de comparar la situación con Vietnam. Lo que ocurre con Afghanistán es que esta vez sí que la situación se parece mucho a la que había en Vietnam.
Para empezar EEUU debe apoyarse en un aliado, el Presidente Karzai, del que no se fía y del que piensa en privado que es incompetente, impopular y corrupto. La misma situación que tenía en Vietnam en 1963 con Ngo Dinh Dhiem, sólo que de éste no pensaban que fuera incompetente. En aquella ocasión EEUU optó por quitarse a su aliado de encima a las bravas y luego pasó una década echándole de menos, porque todo lo que vino después fue mucho peor. Esta lección parece que la han aprendido con Karzai y no se espera un cambio de liderazgo próximamente en Kabul, lo que no se sabe si es buena o mala noticia.
Como en Vietnam, EEUU está metido en una guerra asimétrica. En este tipo de guerras la cosa no es tan sencilla como en la guerra contra Saddam Hussein, donde uno podía decir:”yo tengo mil aviones de última generación, tú tienes 500 obsoletos, luego te he ganado.” EEUU necesita ganar a los talibanes, pero a éstos les basta con no perder. Sólo tienen que esperar que EEUU pierda la paciencia y tire la toalla. Si Petraeus fracasa, lo mismo ocurre eso. La guerra de Afghanistán ya ha durado más que la de Vietnam y este junio EEUU alcanzó el simbólico número de 1.000 soldados muertos en combate. Como en Vietnam en su día, la opinión pública norteamericana está empezando a cansarse. En una reciente encuesta el 48% de los norteamericanos preguntados consideraba que la guerra de Afghanistán no puede ganarse. Por cierto, que lo mismo deben pensar muchos de los aliados, porque los Países Bajos y Canadá ya se han retirado de sus respectivas misiones en Afghanistán y lo que te rondaré morena.
En un momento dado, tanto en Vietnam como en Afghanistán, los norteamericanos se dieron cuenta de que tan importante como matar enemigos era ganarse a la población civil y cayeron en la cuenta que no es bombardeándola como uno se la gana. McChrystal insistió mucho en no matar moscas a cañonazos porque al final uno acaba cargándose civiles y eso está muy mal. Peor todavía, por cada civil que te cargas, creas diez insurgentes más, como pudo verse en Camboya en los setenta. Eso le creó muchas críticas de que estaba dejando a sus soldados desprotegidos. Petraeus ha dicho que McChrystal tenía mucha razón, pero que tampoco hay que dejar a los chicos en bragas. O sea que es de esperar que se produzca un aumento en las víctimas civiles y que lo de ganarse a la población civil se ponga más cuesta arriba.
Finalmente, si seguimos la evolución del conflicto en ambos países, hay muchas similitudes. En ambos casos EEUU comenzó con una intervención modesta en lo que asumió que sería un conflicto limitado en el tiempo. A medida que la resolución del conflicto se alargaba, fue dedicándole más y más recursos, hasta que llegó un momento en el que su única aspiración era salir de allí de cualquier manera y poderlo llamar victoria. Tal vez, al final, lo que se le esté pidiendo a Petraeus no es tanto que gane realmente la guerra como que encuentre una salida que pueda venderse a la opinión pública como un éxito. Si ha podido venderse al público que era buena idea salvar a los bancos que habían ocasionado la crisis económica con sus apuestas insensatas con el dinero del contribuyente que ni se había arriesgado ni había cobrado bonificaciones multimillonarias, tal vez no sea tan difícil vender como exitosa cualquier solución en Afghanistán que no sea la de dejar a los talibanes al mando en Kabul.
En fin, Petraeus, enhorabuena por el premio. Ya sabes que este galardón te faculta para que te tatúes un caganet en la frente en el local que prefieras, que yo correré con los gastos.
Este año el galardón va acompañado de un regalo extra: mi copia del libro “Sobre la psicología de la incompetencia militar” de Norman F. Dixon. Lamento que mi copia sea de la edición de 1990. He oído que Dixon está actualizando el libro con un capítulo muy gordo dedicado al ex-Secretario de Defensa norteamericano Rumsfeld, que fue justo el que comenzó lo de Afghanistán.
Mucha suerte Petraeus. La vas a necesitar.