De manera precipitada, comienzan abundar proyectos que, en nombre de la seguridad, acarrean el deterioro de las libertades y el sacrificio de derechos que tanto han costado conseguir. Se solicita la supresión del Espacio Schengen para restringir la libre circulación de europeos por Europa y recuperar los pasaportes a la hora de transitar por una Unión de la que formamos parte. Si fuera sólo un error de cálculo, la medida de volver a establecer las fronteras internas apenas despertaría la atención de los Gobernantes, puesto que toda la legislación europea, que se transpone a los estados miembros, la hace innecesaria. Pero es que, además, resulta inútil para frenar el fenómeno del terrorismo al que nos enfrentarnos, ya que quienes ejercen la violencia son ciudadanos europeos, de padres o abuelos inmigrantes. Son franceses los que han cometido los últimos atentados en Francia, diga lo que diga Le Pen.
Sin embargo, seguimos actuando impulsados por nuestros prejuicios y llegamos incluso a criminalizar etnias, no a delincuentes. La Dirección Generalde la Policíaha ordenado retirar una circular de la Jefatura de Sevilla en la que aconsejaba extremar las precauciones sobre aquellas personas de origen árabe por su sola condición racial y por mostrar un comportamiento, a juicio de los agentes, sospechoso, como es estar consultando un ordenador en el interior de un vehículo o estar tomando fotografías fuera de lugares turísticos. Es fácil, movido por un celo excesivo, pasar de la alerta a la exageración, y de la prevención al abuso y atropello. Se obvian los derechos de las personas.
Todas estas medidas restrictivas se hacen en nombre de la libertad. La primera víctima de la seguridad es la palabra, pues se manipula con ella, se manosea hasta que cambia su significado y permite inocular nuevas ideas a través de conceptos aceptados, que no despiertan recelo ni rechazo: democracia, libertad, etc. Todo se hace en nombre de esos sacrosantos ideales. Deterioramos la democracia en nombre de la democracia y reducimos libertades en nombre de la libertad, aunque para ello tengamos que recurrir a las emociones, no a la razón. Y la más fuerte de las emociones es el miedo: es la manera más eficaz de hacer desistir a alguien de sus propósitos o ideas. Con miedo no percibimos que estamos siendo expuestos a la acción de la propaganda. Es una estrategia utilizada anteriormente.
Sólo así, inoculados de miedo, renunciamos a nuestras libertades, renunciamos a nuestros derechos en nombre de una seguridad imprescindible, dicen, para defenderlos. Y asumimos que cualquier crítica a la seguridad se rebata como una justificación del enemigo; cualquier discrepancia de los métodos se despache como una concesión a quienes nos atacan; cualquier explicación se tilde de un signo de debilidad. Como concluye Irene Lozano* en un libro de renovada actualidad, “se asfixia el debate, el análisis y el razonamiento, mientras se da oxígeno a cualquier planteamiento emocional de carácter maniqueo”.
Nos preparan sutilmente para que interioricemos un combate que libramos con todas las “armas” posibles, incluidas las que recortan nuestros derechos, las que erosionan las libertades y deterioran la democracia. Un combate del que no exigiremos resultados, no mediremos su eficacia, no enjuiciaremos sus resultados. Así hasta el próximo atentado, porque recontando arbitrariamente derechos y libertades no se acaba una guerra. Una guerra de la que, como pide José Ignacio Torreblanca, convendría saber cómo vamos a luchar, con quién lo vamos a hacer y con qué objetivos últimos, no vaya ser que, ante la ausencia de análisis de fondo, estemos en realidad asistiendo a iniciativas de cálculo político y electoral, gracias a la propaganda y el miedo, en vez de adoptando soluciones estratégicas globales.______
* Lozano, Irene: El saqueo de la imaginación, Random Haouse Mondadori, S.A., Barcelona, 2008.