Seguro que no es para tanto

Publicado el 04 octubre 2024 por Angeles


Dani pidió permiso para irse a su habitación y se levantó de la mesa casi sin haber comido.

Andrés, el niño no está bien —dijo la madre—. Ya lleva así una semana, sin ganas de comer, ni de jugar... Y además está estudiando demasiado, esforzándose demasiado. Eso no es normal en un niño de diez años.  

—Bueno, es que Dani es muy sensible.

—Sí, pero... no sé... Tampoco es normal que no quiera hablar con nosotros.

—Mira, vamos a esperar unos días más, y si sigue así lo llevamos al psicólogo, ¿te parece?

Entonces sonó el portero electrónico.

—¡Dani, cielo! —llamó la madre después de responder—. Es Salva, que si quieres bajar.

Dani bajó a la plaza y los dos amigos se sentaron en el respaldo de un banco.

—¿Te gusta el maestro nuevo? —dijo Salva.

—Sí, está bien.

—Explica mejor que don Eugenio, por lo menos.

—Yo es que soy muy torpe para las matemáticas —dijo Dani con la mirada fija en el suelo.

—Qué va, no digas eso. Lo que pasa es que si no te explican bien... Y además regañaba mucho. A ti te tenía manía, se le notaba un montón.

Dani permaneció en silencio mientras Salva hablaba de cualquier cosa sin que él le prestara atención. Al cabo de un rato dijo:

—Salva... yo...

—Qué.

—No, nada.

—Dani, tío, estás muy raro.

—No, no me pasa nada.

Al día siguiente la madre se asustó al entrar en la habitación. Dani estaba acurrucado en la cama, tembloroso, y tenía las ojeras propias de un enfermo.

—Dani, cielo, ¿qué te pasa? Cuéntamelo, por favor, que estoy muy preocupada.

Después de titubear un poco, Dani se sentó en la cama, miró a su madre a los ojos y rompió a llorar. La madre lo abrazó y le dijo:

—No pasa nada, cielo. Cuéntame lo que sea, que seguro que no es para tanto.

El niño se abrazó a ella también, y entre hipidos, lágrimas y mocos dijo por fin:

—¡Ay, mamá, que yo he tenido la culpa!

—¿La culpa de qué, cielo?

—De lo de don Eugenio.

—¿Lo de don Eugenio? Pero cómo vas a tener tú la culpa de que al pobre hombre le diera un infarto, cielo mío.

—¡Porque yo lo pedí! —dijo Dani, llorando cada vez más.

—Ay, ay, chiquillo, qué dices —exclamó la madre, al tiempo que intentaba limpiarle la cara con su pañuelo.

—Que yo lo pedí, mamá, que yo pedí que se muriera... porque... porque me regañaba mucho y...

—Pero ¿cómo que lo pediste?

—Que sí, mamá. Que si pones unas tijeras dentro de un libro y pides que alguien se muera, se muere... pero yo lo hice porque me creía que era una tontería, y si hubiera sabido que era verdad no lo habría hecho... porque... aunque me tuviera manía... yo no quería que don Eugenio se muriera de verdad.

Dani hablaba y lloraba en el regazo de su madre, y ella, con una sonrisa de ternura, lo consolaba.