Seis meses de despliegue militar francés en Centroáfrica

Por En Clave De África

(JCR)
El pasado 5 de junio se cumplieron seis meses del comienzo de la “Operación Sangaris”, la misión militar de intervención de Francia en la República Centroaafricana que se desplegó por un mandato del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. “Será una operación rápida y breve”, dijo el 5 de diciembre de 2013 el presidente francés François Hollande. Si se hubiera cumplido su propósito inicial, ahora habrían comenzado la retirada, pero las cosas han sucedido de forma mucho más complicada de lo que estaba previsto y el ministro de defensa francés habla ahora de comenzar una posible retirada a mediados de septiembre, cuando la fuerza multinacional bajo mando de Naciones Unidas tome el relevo. Ya veremos lo que sucede entonces.

Cuando se desplegaron los 2.000 soldados franceses en la sufrida Centroáfrica la gente los recibió como héroes y salvadores. El país estaba sumido en un abismo de violencia y caos desde que los rebeldes de mayoría musulmana de la Seleka tomaron el poder el 24 de marzo de 2013. Los franceses, que a principios de año habían enviado otra misión militar –también con mandato de la ONU- al norte de Malí- llegaron con una misión clara: desarmar a los milicianos de la Seleka, restaurar la seguridad primero en Bangui para después asegurar las dos carreteras principales: la que va de la capital a la frontera de Camerún, por donde entran todos los abastecimientos, y la que va al Norte hacia Chad. Finalmente, extenderse por el resto del país para poner orden, realizar el desarme y restaurar la autoridad del Estado frente a los abusos de las armas armadas que robaban, mataban y violaban con total impunidad.

Es muy posible que los franceses, junto con las tropas de varios países africanos que entonces alcanzaban los 4.000 efectivos y que poco después llegaron a 7.000, hubieran podido alcanzar este objetivo en pocas semanas o meses si no hubiera sido por un factor que casi nadie fue capaz de prever en diciembre: el ascenso de los anti-balaka (mal llamadas milicias cristianas), grupos armados que surgieron hacia septiembre de ese año en el Noroeste del país, primero como grupos de autodefensa de campesinos ante los abusos de la Seleka, y que en pocos meses nutrieron sus filas de antiguos militares bien equipados con armas y municiones. Detrás de este aumento de poderío militar está sin duda el antiguo presidente Bozizé y algunos de sus antiguos compinches de su tribu Gbaya. Llegó el esperado 5 de diciembre y, contra todo pronóstico, los anti´balaka lanzaron un ataque sobre Bangui poco antes del amanecer, al que siguió una sangrienta represión de la Seleka en la que participaron militares chadianos de la fuerza africana de intervención. En apenas dos días hubo algo más de mil muertos en la capital. Recuerdo aquellos días como los peores de mi vida.

Desde entonces, y sobre todo a partir de la dimisión forzada del presidente y líder de la Seleka Michel Djotodia, el 10 de enero de este año, al mismo tiempo que los milicianos musulmanes dejaban la capital hacia sus regiones originales del Noreste, los anti-balaka ocuparon una buena parte de los barrios de la capital. Los franceses se encontraron con una situación muy distinta a la que habían previsto: ya no se trataba de un escenario en el que había una única milicia (la Seleka) a la que había que desarmar, sino de dos grupos muy bien armados que se enfrentan entre ellos. Primero lo hicieron en Bangui, y durante los últimos meses ha habido batallas muy sangrientas entre los Seleka y los anti-balaka en varias zonas del centro del país, con decenas, cuando no cientos de muertos. Si enfrentarse a una milicia bien armada puede ser difícil, hacer de fuerza de interposición entre dos ejércitos es dificilísimo además de muy arriesgado. Al segundo día de desplegarse en Bangui los franceses sufrieron ya dos bajas entre sus filas. Un gobierno de un país europeo que envía tropas al extranjero tiene que enfrentarse, además, a otra dificultad no despreciable: su propia opinión pública, la cual no suele tolerar que sus soldados mueran en guerras lejanas cuyas dinámicas y razones muy pocos entienden. Esto explica que en muchas ocasiones los mandos de los soldados franceses –que tienen que calibrar el riesgo al que se van a enfrentar sus soldados- no hayan acudido precisamente con mucha prisa cuando las cosas se han puesto feas, como ocurrió hace pocos días cuando un grupo armado entró en la parroquia de Fátima y tuvo más de media hora para matar con toda tranquilidad a 17 personas entre los miles de desplazados que se habían refugiado allí.

Otro problema que los franceses no habían previsto lo suficiente fue la reacción a sus operaciones de desarme. Durante los primeros días, en Bangui, después de entrar en casas sospechosas de albergar a elementos de la Seleka (naturalmente, viviendas de musulmanes) o de parar por la calle a milicianos vestidos de paisanos y de dejarlos desarmados, cuando los franceses se daban la vuelta la población no musulmana se echaba encima de los recién desarmados y los mataba a golpes o a pedradas. Esto provocó que los franceses se ganaran entre los musulmanes sus primeros enemigos, que les acusaron de parcialidad. Los franceses han desarmado también a milicianos anti-balaka, y cuando lo han hecho en los barrios en los que dominan han venido después musulmanes armados y se han vengado disparando sobre la población. De este modo los franceses se han ganado más enemigos, y si hace seis meses la población los recibía como héroes, ahora en Bangui cuando pasan por la calle grupos de jóvenes frustrados les insultan llamándoles “ladrones de diamantes”. Uno de los problemas a los que se enfrentan tropas internacionales en situaciones de conflicto es que la población suele partir del falso supuesto de que son omnipotentes y por lo tanto esperar que resuelvan en dos días problemas que se han gestado por lo general en varias décadas. Y cuando esto no sucede, la gente da rienda suelta a su ira desarrollando teorías de la conspiración –que en ambientes caldeados son fáciles de creer- como decir que en realidad no han venido a traer la paz, sino a aprovecharse de los recursos naturales del país.

Y, finalmente, los franceses se han enfrentado a otra dificultad: sus propios socios militares africanos. Cuando llegaron, los soldados de la fuerza africana de paz (llamada entonces FOMAC)eran unos 4.000, y a finales de enero –bajo mando de la Unión Africana y con el nuevo nombre de MISCA- llegaron a ser 8.000, tras las aportaciones de Ruanda, Burundi y la R D Congo. La idea de una cooperación militar entre varios países está muy bien, pero el problema es que entre estos contingentes hay de todo. Los chadianos –que colaboraron descaradamente con la Seleka- se marcharon en marzo después de haber sido acusados de haber realizado una masacre en un barrio de Bangui un día que entraban en la capital, dejando a la MISCA con mil soldados menos. E l contingente de Congo Brazzaville ha sido acusado recientemente de haber matado a por lo menos 20 civiles hace pocas semanas en Boali. Los burundeses y los ruandeses son acusados por la población de favorecer a los musulmanes y dejarles con las armas en la mano. A los congoleños de Kinshasa se les acusa de proteger a los antibalaka… y a los soldados gaboneses y cameruneses de pasarse todo el día bebiendo y corriendo detrás de las chicas que se les pongan a tiro, y nunca mejor dicho. Por su parte, los jefes de la MISCA han sido muy poco diplomáticos a la hora de hablar en público de las nuevas autoridades de la transición y en bastantes ocasiones han hecho declaraciones rayanas en el insulto. En estas condiciones, no resulta sorprendente que los mismos centroafricanos, que el año pasado pedían a gritos una intervención militar internacional, ahora empiecen a pedir que se vayan los franceses y sus socios africanos y que armen a sus antiguos militares para que sean ellos los que resuelvan el problema, una propuesta que tiene mucho de visceral y muy poco de realista, teniendo en cuenta los vínculos de los antiguos militares con los anti-balaka.

Los franceses de la Operación Sangaris están dejando, gradualmente, la responsabilidad de la seguridad de Bangui a sus socios de la MISCA y a la nueva misión de la Unión Europea, la EUROFOR, en la que participa un contingente español formado por 85 efectivos. Desde hace unos dos meses están más interesados en repartirse por zonas más alejadas del país donde la gente sufre de inseguridad crónica, y sobre todo les interesa controlar a los Seleka (con los que han tenido batallas muy serias) en el Noreste del país, desde donde varias veces han amagado con dividir el país en dos, haciendo del Noreste una república islámica, un escenario que complicaría aún mucho más las cosas, y que tampoco nadie podía haberse imaginado hace pocos meses.