*Fotografía de Mario Carlos Uribe
“Las montañas, los valles, los ríos y los mares
se llaman Cementerio. ¿Cómo orientarnos?, ¿Cómo?”
Flóbert Zapata
DESPEDIDA EN TACUEYÓ
Después de lo de ayer, solo me resta renunciar a todo lo que fui y a lo que seré, porque de lo poco que ahora soy, lo único seguro es esta última palabra que pronuncio.
No se salvó ni una mosca sospechosa, ni siquiera Dios por reclamar, ni el diablo por tardío, ni el río por ruidoso. No se salvó ni un árbol infiltrado entre nosotros. Todos hicimos parte del fuego: como sombra retorcida o humo de la noche; como cerillo consumido o ceniza entre la brisa; como piedra sobre piedra o piedra entre la boca. Todos hicimos parte del fuego.
No fue la danza de la lluvia, tampoco un cortejo de luciérnagas. Sólo recuerdo un corazón entre unas manos y un gemido como abismo y un ojo en una estaca, o era un niño, aún no sé. Un grito, un macabro grito dado en vano: ni los pájaros vinieron, y un cuello en otro cuello, en otro cuello, en otro cuello enclavado en un madero. Un pulmón entre las hojas que estaban en el suelo como manto sobre tierra que cubría otro pulmón agonizante.
Mirar a todos los puntos cardinales y en cada dirección presenciar una versión diferente del infierno que se hacía más y más grande con el paso de las nubes. No hubo santo, ni ave María, ni oración, ni ruego que fuera la respuesta, la esperanza, la última palabra. No hubo confesión o lengua seca, o rostro en suelo que determinara la estocada final. Todos los dolores del mundo nacían en mis heridas y mi estómago era un bandada de aves de rapiña y mi cabeza un enjambre de gusanos.
El fuego, recuerdo muy bien el fuego: Fuego y mis brazos en el piso;
Fuego y mis piernas todavía en el árbol como fuego.
Fuego y mis palabras de ceniza solo quedan y mi cuerpo como puerto calcinado que nadie visitó.
PEREGRINACIÓN A TRUJILLO
Y bien, ya estamos aquí
sin decir un solo nombre,
sin cobrar venganza alguna,
acostando nuestras sombras
al lado de los nuestros
y pasa el viento
como un abismo a cada lado.
Todo cabe en una lágrima
y en esta lluvia que nos baja
/por la cara.
Por dentro aún gritamos
cuando la carne ahora es tierra
y nuestro llanto es tierra
/con su carne,
esa tierra en donde caben
todos sus nombres,
esa que nadie recuerda.
Ahí están aunque no los vemos
y los oímos cuando ya no dicen
y les hablamos cuando ya no escuchan.
El recuerdo nos hace uno de nuevo,
nos hace niños a la sombra
de algún árbol del presente
y nos atrevemos a nacer
precisamente aquí
donde la muerte es cada paso.
Nunca había pesado tanto
una flor entre los dedos.
RECIBIENDO A CRISTO EN LA MEJOR ESQUINA
Silencio adentro.
Silencio afuera.
Ni latido.
Ni suspiro.
Ni brisa.
Ni lluvia.
Ni voz.
Ni ola.
Ni palmada.
Ni tiempo.
Ni nadie.
Ni nada.
Nada se siente
cuando se tiene
un abismo entre las cejas.
Silencio adentro.
Silencio afuera.
Cristo recién resucitado
acaba de morir de nuevo.
RUTA ENTRE CAÑO SIBAO Y EL CANTO DE UN PÁJARO
1
Es muy triste caer sin más al lado de la cerca
cuando no se es fruto de algún árbol.
2
Es muy triste sentir la lluvia
cuando cada gota es un puñal que te desangra.
3
Es muy triste cuando un cielo rojo
entre tu espalda y el suelo es tu último lecho.
4
Es muy fácil ser desierto cuando se está boca arriba
viendo nubes y solo una mosca sobre el rostro te acompaña.
5
Alguna esperanza hay cuando nunca se llegó al destino
pero quedaron huellas que echarán raíces
y serán el canto de algún ave sobre un árbol.
AQUELARRE EN MACAYEPO
Hoy cayeron piedras del cielo.
Cayeron tantas veces que nuestros cuerpos tomaron forma de cantera:
A su choque con el suelo daban gritos de agonía.
Cayeron como truenos cortando hasta el aire en nuestras bocas.
Hoy cayeron piedras del cielo y las ramas deshojadas de los árboles cobraron vida.
A cada paso de su danza vespertina nos quebraban los brazos, las piernas, la voz
y el cuerpo en la montaña ya no era nuestro.
Los montes se alzaron imponentes para ser testigos de la fiesta de los hombres:
Ramas estacadas en los vientres, filos que salían de las venas, piedras en los ojos,
llantos sin destino… Todo en la vitrina de la muerte, todo en el lienzo de la tierra
/ya salada, ya de cal.
Hoy cayeron piedras del cielo.
De su paso por aquí solo queda el rastro de unas sombras y los campos removidos
y las huellas de los niños y esta mano de algún anciano que partió sin ella.
Sobre el autor
Omar Garzón Pinto nació en Bogotá, Colombia. Sus poemas han sido publicados periódicos y revistas de Iberoamérica. Ha presentado su obra en diversos espacios culturales, académicos y literarios de su país. Entre los años 2011 y 2012 se desempeñó como tallerista literario de la Fundación Andrés Barbosa Vivas y ha trabajado como profesor de Geografía en Bogotá. Es autor de los libros Faro desnudo, editado por la Liga Latinoamericana de Artistas (Bogotá, 2011) y Flores para un ocaso, al cuidado del mismo colectivo editorial (Bogotá, 2013). Dirige el portal literario farodesnudo.blogspot.com.
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