Seleme moon -en proceso de gestación-

Por Orlando Tunnermann


SELENE MOON -EXTRACTO- (EN PROCESO DE GESTACIÓN)
"UNA NOCHE PERFECTA"
Vestida de blanco radiante sobre el escenario en penumbras Selene Moon danzaba descalza, con un traje de novia astroso e intencionado diseño atávico. La música barroca de Friedrich Händel se acoplaba como una segunda piel a sus movimientos cadenciosos, como si cuerpo y sinfonía fueran materia indisoluble. Unos focos de mortecina luz blancuzca arrojaban un chorro de claridad en esa inquietante noche cerrada que era el escenario del teatro Cuarta Pared de Madrid. A Selene la habían maquillado durante horas para que su rol como vampiresa alunada resucitada resultara verosímil y siniestro. Contemplado desde las butacas el escenario parecía una cueva lúgubre habitada por criaturas del crepúsculo. La música ayudaba a generar ese halo de misterio tan perturbador. La voz en off de una mujer canturreaba una nana que poseía la cualidad de espeluznar más que asedar el ánimo. La balada lograba conmover al espectador hasta el punto del estremecimiento. Tal era el efecto hipnótico que destilaba a borbotones la trágica función del dramaturgo Cecilio Ariza. "La novia de la muerte" estaría en cartel hasta Septiembre. Isaías se removió de placer. Eso le concedía tres meses más para admirar a su amor platónico desde el anónimo refugio del patio de butacas.
Selene era una diosa de piel ebúrnea que se deslizaba sobre el escenario con la elegancia de un cisne en un lago de aguas cristalinas. Su cuerpo esculpido se movía con la suave agilidad del viento y el susurro inaudible del humo. En ocasiones, Isaías fantaseaba con la idea peregrina de que sus deslumbrantes ojos azules le miraban sólo a él en los escasos y fugaces instantes en que ella escrutaba los semblantes arrobados del público mudo.Estaba bellísima, incluso con los párpados y los labios pintados de carmín negro. Su cutis estaba lívido y macilento. Así se pretendía intensificar la imagen de la desdichada novia muerta que ha resucitado.
El escenario, convertido en un tupido y terrorífico bosque de entecos árboles grises sin ramas ni hojas, era el hábitat de criaturas aviesas que ululaban, rugían y aullaban desde invisibles guaridas ocultas bajo el amparo de la impenetrable noche. El personaje principal, Harold Jones, compartía protagonismo con Selene. El insigne actor inglés encarnaba a un ser demoniaco que tan pronto podía parecer humano como endriago. Harold había asesinado a su prometida y sorbido su sangre, pues el torrente bermejo que discurría por las venas de los vampiros le garantizaría poderes extraordinarios e inmortalidad. Pero el empingorotado conde no podía imaginar que la vampiresa resucitaría incluso después de haber quemado y esparcido sus restos por el bosque de las brumas de Avalon, como era conocida aquella región rusa aislada en la región de Chukotka. Selene no pronunciaba una sola palabra durante las dos horas de función. Dejaba que su cuerpo expresara todo el dolor, temor y angustia con sus movimientos de muñeca desgarrada. Como una hoja mecida por el viento se deslizaba. Su faz, transida de desdicha, rabia y desconsuelo, buscaba respuestas al engaño insidioso del amante que, después de darle la vida con promesas fementidas, se la arrebata a los pocos minutos de contraer nupcias ante un altar desnutrido de invitados y de ornatos ceremoniales. La ausencia de voz realzaba como un collar de diamantes el impacto emocional de su magistral interpretación. La danza era su desnudo lenguaje y el rictus cambiante de su rostro el retrato de la amargura que lacera el corazón. Isaías disfrutó de la obra hasta límites que jamás habría sospechado. "La novia de la muerte" era una tragedia musical vanguardista, transgresora, extremadamente abstracta y confusa para sus gustos más bien clásicos. Sin embargo, había quedado hipnotizado, congelado a la butaca, con el aliento y la respiración convertidos en una concha fosilizada en el corazón. Como el resto, aplaudió a rabiar pasadas ya las 00:45 de aquel tórrido sábado de Junio, cuando todo el elenco protagonista salió al escenario por última vez para recabar ovaciones.
Orlando siguió con la mirada a Selene cuando bajó de la tarima junto a sus compañeros. Se alejaron corriendo por el pasillo central como si les persiguiera una maldición. La gente seguía aplaudiendo incluso cuando ya habían desaparecido del campode visión. Había murmullos, tumulto, un atasco monumental junto a las puertas batientes de salida. Orlando esperó impaciente su turno cuando descubrió a qué se debía la zarabanda. La compañía teatral mostraba palmito para los flashes de las cámaras. Se había formado una gran cadena humana: todos querían posar junto al apuesto Harold Jones y la deslumbrante Selene. Orlando sólo tenía ojos para Selene Moon. Allí estaba su amor inalcanzable, sonriendo feliz, remota como una galaxia y cercana a la vez, expresiva su faz esculpida en mármol blanco. Sus ojos azules eran dos calderas de fuego que irradiaban un fulgor cristalino. Orlando era un hombre más bien timorato y patoso con el sexo opuesto. La soflama le arrebolaba el rostro y las palabras patinaban como si hicieran carreras sobre una pista de hielo. Se sentía inseguro y adocenado ante la presencia de una mujer de bandera como Selene. Así, con la faz teñida de rojo y una pátina de sudor barnizándole la frente, pudo por fin acercarse a su diva. Temblaba Orlando. Su mirada era la de un pajarillo que se hubiera caído del nido. Selene le cogió de la cintura para que se arrimara más, con esa sonrisa suya que bien podría derretir el planeta entero. Le miró con genuina preocupación. A Orlando le tiritaban las entrañas.
-¿Estás bien? Hace mucho calor, ¿verdad? -Preguntó con verdadero interés. Selene debía estar ya acostumbrada a los soponcios y desmayos a su paso. Orlando no se atrevió a ceder a la confianza de asirla por la cintura, tal y como ella había hecho con tanta espontaneidad-.
-Un poco sí -admitió. No podía revelar que el motivo de su sofoco era la presencia celestial de ella-. Me ha encantado la función -acertó a decir-. Has estado magistral.
-Gracias, eres muy amable. Me alegro que hayas disfrutado.Ahí estaba otra vez esa sonrisa que podía licuar Groenlandia entera. Los brazos de Orlando eran dos palos rígidos pegados a su cuerpo. La mano de Selene en su cintura era suave, delicada. A esa distancia podía oler su perfume de lavanda. Su belleza carecía de taras y desde luego, no era de este mundo, meditó Orlando arrobado. Un fotógrafo inmortalizó el momento. Selene le dio dos besos en las mejillas, rozándole con la cascadade color rubio platino que era su larga cabellera. Sus labios eran delicados, suaves como la seda y con olor a esencias dulzonas. Orlando volvió a darle les gracias y se alejó conmocionado, con la sonrisa de Selene clavada en la espalda y el ánimo tan convulso como el de un púber enamorado. Un fotógrafo le anunció que podía comprar la foto en un mostrador junto a las taquillas. Orlando volvió a espiar a Selene. Sintió celos cuando larodearon otros "romeos" hipnotizados con su belleza inmaculada. Selene prodigaba besos  y sonrisas. En ese instante se sintió nuevamente invisible y anodino. Salió del teatro unos minutos después. Había comprado la foto que le recordaría para siempre que Selene Moon sólo sería en su vida una imagen inmortalizada en un papel. Con el abatimiento del náufrago que sólo ve olas y océano infinito en el horizonte, entró en una cafetería que aúnestaba abierta y que acogía a un puñado de trasnochadores. Pidió un café cortado y se sentó en una mesa, donde la música de Den Harrow con su "Catch the fox" sonaba amortiguada y tolerable. La clientela cambiaba con fluidez; gente que entraba, gente que salía de "La posada de Andrómeda”, clientes que se quedaban como fosilizados ante la barra con una copa de vino en la mano, un grupo de adultos que cantaba y reía con la alharaca propia de la melopea. Orlando se quedó mirando a una simpática cuadrilla de mujeres jóvenes disfrazadas con vestidos minúsculos de encaje negro y lencería fina. Era imposible no fijarse en ellas, tan escandalosas y provocativas. Velando por su seguridad les acompañaban unos tipos fornidos como armarios empotrados; éstos disfrazados de bomberos y policías. Matrimonios que han sobrepasado ya la mitad de siglo, solteros aburridos, beodos recurrentes, pandillas de universitarios, conformaban el panorama social de la modesta taberna que regentaba un tipo de pocas palabras y apariencia eslava. Rayando ya la 1:30 de la mañana, entre los estertores finales del "Gambler" de Madonna yel comienzo del "Morning train" de Sheena Easton, se abrió la puerta de la cafetería. Apenas quedaba un puñado de clientes pertinaces. El tabernero tenía prisa por echar el cierre y no hacía más que controlar las manecillas de su reloj de oro, tan falso como Judas. Orlando se había quedado adormilado, pasando páginas sin leerlas siquiera, de un ejemplar atrasado de la revista de humor "El Jueves". Cuando la vio aparecer como unespejismo, con paso vacilante, indecisa, mirando en derredor, creyó tener alucinaciones, que la mujer junto al umbral era una distorsión lógica como consecuencia de las horas de sueño postergadas, fatiga y un exceso de imaginación que se alimentaba de fantasía.
Todas las miradas barrieron a la espectacular mujer rubia, alta y escultural que se cubría con un elegante abrigo de visón, tan falso como el reloj del posadero. Poco a poco, a medida que Orlando era consciente de que no soñaba, que lo que veían sus ojos verdes no era ningún truco óptico, algo se inflamó en su corazón para prender la llama de la felicidad. Se despertó con sobresalto de ese umbral calinoso que conduce sin remedio a buscar el cobijo de las sábanas limpias. La respiración tomó carrerilla y le retó a una carrera de relevos a velocidad de asteroide sideral. Selene Moon buscó una mesa apartada y se desprendió del abrigo. Se sentó con mohín ausente. Poco o nada restaba de la chispa alegre y contagiosa de la mujer que aparecía junto a él en la fotografía que le recordaría siempre cuán inalcanzables eran sus sueños. Le llevó varios minutos aunar el coraje suficiente para abandonar su taburete y cruzar los escasos 30 metros que le separaban de su amor platónico. No tenía ni la menor idea de lo que hacía o qué diantres se proponía. Las piernas se movían solas, con voluntad propia. Le arrastraban hasta la mesa donde se sentaba Selene Moon. El tabernero tenía sus métodos para espantar a la clientela que no acababa de entender que algunas personas, además de trabajar, se iban en algún momento a dormir. La banda inglesa Sigue Sigue Sputnik ysus estridencias punkis parecían la receta milagrosa para convencer a los clientes de que tal vez hubiera llegado la hora de volver a casa. El posadero miró la gramola malhumorado. Sólo le faltaba hablarle y rezar una oración para que la espeluznante horda de "crestados" lograra lo que a todas luces no conseguirían Madonna, Sheena Easton o las baladas dulzonas de Michael Jackson y Diana Ross.
Selene pidió una infusión de manzanilla. El posadero, que tenía aspecto de sonreír poco y hablar aún menos, se la sirvió con talante displicente. Orlando aprovechó el instante en que regresaba al mostrador para plantarse ante la recoleta mesa. Selene apartó la mirada de la taza humeante y le clavó los ojos fosforescentes con una calidez que prometía una posible invitación a compartir mesa. Orlando estaba tan nervioso que no acertaba a encontrar las palabras adecuadas para iniciar lo que pretendiera expresar.
-¡Hola! Disculpa, sólo quería saludarte de nuevo -Selene frunció el ceño, como si tratara de recordar quién era aquel tipo de cabello cobrizo, delgado, pecoso y de aspecto irlandés.Orlando se sintió decepcionado. Selene debía ver a tanta gente que no recordaría a alguien tan insignificante como él-. Te vi en el teatro. Tengo tu foto -dijo, sacando su pequeño tesoro del bolsillo de su chaqueta verde de pana. Por fin ella sonrió.-Sí, me acuerdo de ti. ¿Estás mejor? Parecías muy acalorado.
Selene parecía triste, pero cuando empezó a hablar las sombras alargadas de lo que fuera que la consumían por dentro se volatilizaron. Orlando no se podía sentir más feliz. Selene le recordaba e incluso se interesaba por su bienestar. Estaba tan nervioso que se sentó frente a ella sin pedirle permiso. Selene no puso la menor objeción.