"selene moon" -próximamente-

Por Orlando Tunnermann
SELENE MOON (EXTRACTO DE LA NOVELA) .PRÓXIMAMENTE
"UNA NOCHE PERFECTA"
Vestida de blanco radiante sobre el escenario en penumbras Selene Moon danzaba descalza, con un traje de novia astroso e intencionado diseño atávico. La música barroca de Friedrich Händel se acoplaba como una segunda piel a sus movimientos cadenciosos, como si cuerpo y sinfonía fueran materia indisoluble. Unos focos de mortecina luz blancuzca arrojaban un chorro de claridad en esa inquietante noche cerrada que era el escenario del teatro Cuarta Pared de Madrid. A Selene la habían maquillado durante horas para que su rol como vampiresa alunada resucitada resultara verosímil y siniestro. Contemplado desde las butacas el escenario parecía una cueva lúgubre habitada por criaturas del crepúsculo. La música ayudaba a generar ese halo de misterio tan perturbador. La voz en off de una mujer canturreaba una nana que poseía la cualidad de espeluznar más que asedar el ánimo. La balada lograba conmover al espectador hasta el punto del estremecimiento. Tal era el efecto hipnótico que destilaba a borbotones la trágica función del dramaturgo Cecilio Ariza. "La novia de la muerte" estaría en cartel hasta Septiembre. Isaías se removió de placer. Eso le concedía tres meses más para admirar a su amor platónico desde el anónimo refugio del patio de butacas.
Selene era una diosa de piel ebúrnea que se deslizaba sobre el escenario con la elegancia de un cisne en un lago de aguas cristalinas. Su cuerpo esculpido se movía con la suave agilidad del viento y el susurro inaudible del humo. En ocasiones, Isaías fantaseaba con la idea peregrina de que sus deslumbrantes ojos azules le miraban sólo a él en los escasos y fugaces instantes en que ella escrutaba los semblantes arrobados del público mudo.Estaba bellísima, incluso con los párpados y los labios pintados de carmín negro. Su cutis estaba lívido y macilento. Así se pretendía intensificar la imagen de la desdichada novia muerta que ha resucitado.
El escenario, convertido en un tupido y terrorífico bosque de entecos árboles grises sin ramas ni hojas, era el hábitat de criaturas aviesas que ululaban, rugían y aullaban desde invisibles guaridas ocultas bajo el amparo de la impenetrable noche. El personaje principal, Harold Jones, compartía protagonismo con Selene. El insigne actor inglés encarnaba a un ser demoniaco que tan pronto podía parecer humano como endriago. Harold había asesinado a su prometida y sorbido su sangre, pues el torrente bermejo que discurría por las venas de los vampiros le garantizaría poderes extraordinarios e inmortalidad. Pero el empingorotado conde no podía imaginar que la vampiresa resucitaría incluso después de haber quemado y esparcido sus restos por el bosque de las brumas de Avalon, como era conocida aquella región rusa aislada en la región de Chukotka. Selene no pronunciaba una sola palabra durante las dos horas de función. Dejaba que su cuerpo expresara todo el dolor, temor y angustia con sus movimientos de muñeca desgarrada. Como una hoja mecida por el viento se deslizaba. Su faz, transida de desdicha, rabia y desconsuelo, buscaba respuestas al engaño insidioso del amante que, después de darle la vida con promesas fementidas, se la arrebata a los pocos minutos de contraer nupcias ante un altar desnutrido de invitados y de ornatos ceremoniales. La ausencia de voz realzaba como un collar de diamantes el impacto emocional de su magistral interpretación. La danza era su desnudo lenguaje y el rictus cambiante de su rostro el retrato de la amargura que lacera el corazón. Isaías disfrutó de la obra hasta límites que jamás habría sospechado. "La novia de la muerte" era una tragedia musical vanguardista, transgresora, extremadamente abstracta y confusa para sus gustos más bien clásicos. Sin embargo, había quedado hipnotizado, congelado a la butaca, con el aliento y la respiración convertidos en una concha fosilizada en el corazón. Como el resto, aplaudió a rabiar pasadas ya las 00:45 de aquel tórrido sábado de Junio, cuando todo el elenco protagonista salió al escenario por última vez para recabar ovaciones.
Orlando siguió con la mirada a Selene cuando bajó de la tarima junto a sus compañeros. Se alejaron corriendo por el pasillo central como si les persiguiera una maldición. La gente seguía aplaudiendo incluso cuando ya habían desaparecido del campode visión. Había murmullos, tumulto, un atasco monumental junto a las puertas batientes de salida. Orlando esperó impaciente su turno cuando descubrió a qué se debía la zarabanda. La compañía teatral mostraba palmito para los flashes de las cámaras. Se había formado una gran cadena humana: todos querían posar junto al apuesto Harold Jones y la deslumbrante Selene. Orlando sólo tenía ojos para Selene Moon. Allí estaba suamor inalcanzable, sonriendo feliz, remota como una galaxia y cercana a la vez, expresiva su faz esculpida en mármol blanco. Sus ojos verdes eran dos calderas de fuego esmeraldino que irradiaban un fulgor cristalino. Orlando era un hombre más bien timorato y patoso con el sexo opuesto. La soflama le arrebolaba el rostro y las palabras patinaban como si hicieran carreras sobre una pista de hielo. Se sentía inseguro y adocenado ante lapresencia de una mujer de bandera como Selene. Así, con la faz teñida de rojo y una pátina de sudor barnizándole la frente, pudo por fin acercarse a su diva. Temblaba Orlando. Su mirada era la de un pajarillo que se hubiera caído del nido. Selene le cogió dela cintura para que se arrimara más, con esa sonrisa suya que bien podría derretir el planeta entero. Le miró con genuina preocupación. A Orlando le tiritaban las entrañas.
-¿Estás bien? Hace mucho calor, ¿verdad? -Preguntó con verdadero interés. Selene debía estar ya acostumbrada a los soponcios y desmayos a su paso. Orlando no se atrevió aceder a la confianza de asirla por la cintura, tal y como ella había hecho con tanta espontaneidad-.
-Un poco sí -admitió. No podía revelar que el motivo de su sofoco era la presencia celestial de ella-. Me ha encantado la función -acertó a decir-. Has estado magistral.
-Gracias, eres muy amable. Me alegro que hayas disfrutado.Ahí estaba otra vez esa sonrisa que podía licuar Groenlandia entera. Los brazos de Orlando eran dos palos rígidos pegados a su cuerpo. La mano de Selene en su cintura era suave, delicada. A esa distancia podía oler su perfume de lavanda. Su belleza carecía de taras y desde luego, no era de este mundo, meditó Orlando arrobado. Un fotógrafo inmortalizó el momento. Selene le dio dos besos en las mejillas, rozándole con la cascadade color albino que era su larga cabellera. Sus labios eran delicados, suaves como la seda y con olor a esencias dulzonas. Orlando volvió a darle les gracias y se alejó conmocionado, con la sonrisa de Selene clavada en la espalda y el ánimo tan convulso como el de un púber enamorado. Un fotógrafo le anunció que podía comprar la foto en un mostrador junto a las taquillas. Orlando volvió a espiar a Selene. Sintió celos cuando larodearon otros "romeos" hipnotizados con su belleza inmaculada. Selene prodigaba besos  y sonrisas. En ese instante se sintió nuevamente invisible y anodino. Salió del teatro unos minutos después. Había comprado la foto que le recordaría para siempre que Selene Moon sólo sería en su vida una imagen inmortalizada en un papel. Con el abatimiento del náufrago que sólo ve olas y océano infinito en el horizonte, entró en una cafetería que aúnestaba abierta y que acogía a un puñado de trasnochadores. Pidió un café cortado y se sentó en una mesa, donde la música de Den Harrow con su "Catch the fox" sonaba amortiguada y tolerable. La clientela cambiaba con fluidez; gente que entraba, gente que salía de "La posada de Andrómeda”, clientes que se quedaban como fosilizados ante la barra con una copa de vino en la mano, un grupo de adultos que cantaba y reía con la alharaca propia de la melopea. Orlando se quedó mirando a una simpática cuadrilla de mujeres jóvenes disfrazadas con vestidos minúsculos de encaje negro y lencería fina. Era imposible no fijarse en ellas, tan escandalosas y provocativas. Velando por su seguridad les acompañaban unos tipos fornidos como armarios empotrados; éstos disfrazados de bomberos y policías. Matrimonios que han sobrepasado ya la mitad de siglo, solteros aburridos, beodos recurrentes, pandillas de universitarios, conformaban el panorama social de la modesta taberna que regentaba un tipo de pocas palabras y apariencia eslava. Rayando ya la 1:30 de la mañana, entre los estertores finales del "Gambler" de Madonna yel comienzo del "Morning train" de Sheena Easton, se abrió la puerta de la cafetería. Apenas quedaba un puñado de clientes pertinaces. El tabernero tenía prisa por echar el cierre y no hacía más que controlar las manecillas de su reloj de oro, tan falso como Judas. Orlando se había quedado adormilado, pasando páginas sin leerlas siquiera, de un ejemplar atrasado de la revista de humor "El Jueves". Cuando la vio aparecer como unespejismo, con paso vacilante, indecisa, mirando en derredor, creyó tener alucinaciones, que la mujer junto al umbral era una distorsión lógica como consecuencia de las horas de sueño postergadas, fatiga y un exceso de imaginación que se alimentaba de fantasía.
Todas las miradas barrieron a la espectacular mujer rubia, alta y escultural que se cubría con un elegante abrigo de visón, tan falso como el reloj del posadero. Poco a poco, a medida que Orlando era consciente de que no soñaba, que lo que veían sus ojos del color de la hierba tupida no era ningún truco óptico, algo se inflamó en su corazón para prender la llama de la felicidad. Se despertó con sobresalto de ese umbral calinoso que conduce sin remedio a buscar el cobijo de las sábanas limpias. La respiración tomó carrerilla y le retó a una carrera de relevos a velocidad de asteroide sideral. Selene Moon buscó una mesa apartada y se desprendió del abrigo. Se sentó con mohín ausente. Poco o nada restaba de la chispa alegre y contagiosa de la mujer que aparecía junto a él en la fotografía que le recordaría siempre cuán inalcanzables eran sus sueños. Le llevó varios minutos aunar el coraje suficiente para abandonar su taburete y cruzar los escasos 30 metros que le separaban de su amor platónico. No tenía ni la menor idea de lo que hacía o qué diantres se proponía. Las piernas se movían solas, con voluntad propia. Le arrastraban hasta la mesa donde se sentaba Selene Moon. El tabernero tenía sus métodos para espantar a la clientela que no acababa de entender que algunas personas, además de trabajar, se iban en algún momento a dormir. La banda inglesa Sigue Sigue Sputnik ysus estridencias punkis parecían la receta milagrosa para convencer a los clientes de que tal vez hubiera llegado la hora de volver a casa. El posadero miró la gramola malhumorado. Sólo le faltaba hablarle y rezar una oración para que la espeluznante horda de "crestados" lograra lo que a todas luces no conseguirían Madonna, Sheena Easton o las baladas dulzonas de Michael Jackson y Diana Ross.
Selene pidió una infusión de manzanilla. El posadero, que tenía aspecto de sonreír poco y hablar aún menos, se la sirvió con talante displicente. Orlando aprovechó el instante en que regresaba al mostrador para plantarse ante la recoleta mesa. Selene apartó la mirada de la taza humeante y le clavó los ojos fosforescentes con una calidez que prometía una posible invitación a compartir mesa. Orlando estaba tan nervioso que no acertaba a encontrar las palabras adecuadas para iniciar lo que pretendiera expresar.
-¡Hola! Disculpa, sólo quería saludarte de nuevo -Selene frunció el ceño, como si tratara de recordar quién era aquel tipo de cabello cobrizo, delgado, pecoso y de aspecto irlandés.Orlando se sintió decepcionado. Selene debía ver a tanta gente que no recordaría a alguien tan insignificante como él-. Te vi en el teatro. Tengo tu foto -dijo, sacando su pequeño tesoro del bolsillo de su chaqueta verde de pana. Por fin ella sonrió.-Sí, me acuerdo de ti. ¿Estás mejor? Parecías muy acalorado.
Selene parecía triste, pero cuando empezó a hablar las sombras alargadas de lo que fuera que la consumían por dentro se volatilizaron. Orlando no se podía sentir más feliz. Selene le recordaba e incluso se interesaba por su bienestar. Estaba tan nervioso que se sentó frente a ella sin pedirle permiso. Selene puso la menor objeción.
-Sí gracias. La verdad es que estaba muy nervioso y emocionado. Te he visto actuar montones de veces. Me encantas... O sea, quiero decir... -se atascó. Había cometido un error imperdonable al confesarle tan abiertamente sus sentimientos-. Me refiero a tutrabajo y eso... -cada vez iba peor, pero Selene, al parecer, disfrutaba con su genuina e inocente torpeza y timidez. Le regaló una sonrisa que bien valía un reino-.
-Gracias, eres muy amable. Pero no tienes por qué estar nervioso. Soy una persona normal, como cualquier otra. No me gusta que la gente se sienta intimidada por mi causa. Artistas, actores, cantantes, famosos de cualquier parte del mundo, hagamos lo que hagamos, solo somos personas. Odio a esa gente que se cree mejor que tú por el hecho de salir en la tele o ser conocido. Eso no va conmigo, así que relájate, que yo no me como a nadie.
¡Menudo discurso! Pensó Orlando más enamorado que nunca. Selene no solo era bella, sino que además poseía sencillez, inteligencia y simpatía. En ese preciso instante, ante lamirada de borrego del tabernero, ante la mirada envidiosa de quienes les observaban de reojo, le habría pedido matrimonio sin pensárselo dos veces.
-Ya pero es que no me lo creo. ¡Estoy sentado a la mesa charlando con Selene Moon!
Orlando parecía un chiquillo con zapatos nuevos. Selene disfrutaba con su desbordante alegría casi infantil.-Bueno, pues ya ves que tampoco soy para tanto... -dijo ella muy modesta. Orlando le habría compuesto un poema de amor en ese momento preciso de la noche, pero consideró que tal vez pecara de atrevimiento si se excedía en halagos. Selene debía estar harta de escucharlos a todas horas, en todas partes. El tabernero apareció de nuevo con su cara de funeral.
-Señores, vamos a ir cerrando -dijo con acento del este de Europa.
-Por supuesto -Concedió Selene con modales exquisitos. La gente ya se estaba marchando con los primeros acordes de un tema de la banda de heavy metal Twisted Sister. Selene pidió la cuenta. Orlando temía la separación tanto como la llegada del Apocalipsis.
-Es tarde. Tendrás que irte a descansar -murmuró Orlando como un cordero degollado-.
-Descansar... Ya ni me acuerdo de lo que es eso -Se quejó Selene divertida-. Tenemos una fiesta los de la compañía y algunos amigos en el hotel. Oye, ¿por qué no te vienes? Vamos, si te apetece y puedes, un rato.
Orlando no podía creer en su buena suerte. ¿Selene Moon le estaba invitando a una fiesta? No dudó un instante en responder.
-¿Yo, contigo? Pero es vuestra fiesta, tu gente, ¿qué pinto yo ahí? ¿Les parecerá bien a los demás?
Selene parecía encontrar de lo más divertida la modosidad y el recato de Orlando.
-A nuestras fiestas vienen siempre amigos, admiradores, gente del equipo, gente de fuera, invitamos a quien nos da la gana -repuso con desparpajo-. Pero vamos, si te apetece y no tienes otros planes.-Ninguno en absoluto. ¿Qué planes podría tener un chico corriente como yo? -fue la respuesta de Orlando, que aún no podía creer en su buena estrella. Pagaron la cuenta y salieron.
-Seguro que tu vida es fascinante y que conoces a mucha gente -Estaba ya Orlando animado y feliz como una perdiz-.
-Me gusta mi vida sí, y es verdad que se conoce a mucha gente. Pero de vez en cuando necesito un respiro, desconectar de todo eso y buscar mi espacio -le contó Selene con total naturalidad-.
-Por eso estabas sola ahora, ¿no?
En esta ocasión la respuesta de Selene fue metálica y lacónica.
-Eso mismo.
El detective Orlando Tünnermann tenía una habilidad especial para saber cuándo le estaban engañando. Este era uno de esos momentos, pero por supuesto, no era asunto suyo, no debía entrometerse.
-Cogeremos un taxi. En diez minutos estaremos en el hotel. Estamos alojados en el Artrip.
-Nada de eso. Si me invitas a tu fiesta lo menos que puedo hacer es acercarte yo con mi coche, si te parece bien claro -Rectificó Orlando cuando pensó que iba demasiado deprisa-. Aunque te advierto que es una chatarra de segunda mano, un Ford Escort con unos cuantos kilómetros y algunos golpes de chapa.
Selene le miró encantada, disfrutando de su compañía.
-¿Eres buen conductor,  Me puedo fiar de ti? -Le provocó ella. Orlando le siguió el juego-.
-Pues claro. En las películas de Hollywood, cuando hay que grabar persecuciones en carretera siempre me llaman a mí.Selene rió entusiasmada. Se acababan de conocer pero ya había entre ellos una confianza, una química especial, buenas vibraciones.
Caminaron hasta la calle de Cáceres .El coche, aparcado entre un Seat 127 y un Opel Manta gris, estaba bastante sucio, pero Selene no dio muestra alguna de disgusto cuando ella ocupó su asiento. De hecho parecía relajada en su compañía, tanto que se tomó la libertad de curiosear entre su recolección de música de viaje, como él solía llamarla, guardada sin demasiado orden dentro de la guantera.
-Kool and The Gang, Pasadenas, Milli Vanilli, Traci Chapman, Neneh Cherry... ¿Te va la música negra? Está bien la verdad. -Añadió apreciativa-.
-Tengo mucha más en casa. Esa es una pequeña muestra. Me gustan mucho también Fleetwood Mac, Stevie Wonder, Billy Ocean, Al Jarreau, Philip Bayley…
-Ya veo, bueno y a todo esto, ¿Cómo te llamas? ¿A qué te dedicas? -Selene Moon era una buena conversadora, pero Orlando no quería hacerse ilusiones. Selene era una mujer demundo y tendría conversaciones como aquella cada día con gente dispar. Él sólo era uno más de una lista interminable. Mañana ni siquiera recordaría su rostro, meditó con amargura. Encendió el contacto y le dio al play del modesto equipo musical integrado.Mr.Mister irrumpió con su fabuloso "Broken Wings".
-Es increíble. Llevamos un buen tiempo de charla pero aún no me he presentado –Se excusó-.
Poco a poco Orlando ganaba confianza, aunque no tanto como ella. Selene era la dueña de la situación.
-Me llamo Orlando, Orlando Tünnermann, -añadió con orgullo-. Soy detective privado.
Selene dio un respingo.
¿En serio? ¡Qué interesante! ¡Tú sí que debes tener una vida fascinante! -Le aturulló a preguntas-. ¿Has disparado a alguien alguna vez? ¿Has matado a alguien? ¿Has visto muchos muertos?
-¡Para, no tan rápido! -Se quejó Orlando-. Lo mío son las persecuciones, casos de poca monta, investigar adónde van unos, cómo se gastan el dinero, infidelidades, gente desaparecida. He visto algún muerto, sí. También he disparado, pero no. No he matado a nadie, ni quiero.
Selene seguía entusiasmada.
-¡Qué divertido! -Aplaudió Selene como una colegiala-. Alguna vez podría acompañarte en uno de tus casos -Sugirió Selene. Orlando quedó conmocionado por la propuesta y enmudeció. A punto estuvo de reventarle el espejo retrovisor al Opel Manta, en cuyo alerón trasero había una pegatina de la banda de heavy metal Accept.
-No te pongas nervioso -le provocó ella adrede-. Ahora tú sigue mis indicaciones. El hotel está cerca. ¿Por cierto, eso de Tünnermann? ¿De dónde es ese apellido?
-Mi padre es alemán -añadió-. Yo nací en Irlanda, como mi madre. Vivimos allí algunos años, pero yo llevo media vida en Madrid.
-¡Qué internacional eres chico! -Bromeó ella de buen humor-.
-Tu tampoco es que parezcas muy madrileña...
-Pues te equivocas -espetó ella muy contenta-. Nadie acierta nunca mis orígenes. Creen que soy sueca, alemana, noruega... Con este aspecto no parezco de Madrid, es verdad. Pero nací aquí. Lo que sucede es que mis padres son de Estonia.
-¿Eso está por Rusia, no? -Trató de adivinar Orlando-.
-Así es -Indicó ella de manera somera. Parecía que fuera a decir algo más, pero se distrajo un segundo-. Ya casi estamos. La segunda a mano derecha.
-Estáis en cartel hasta septiembre, ¿verdad? -Orlando no quería dejar de escuchar su voz ni un solo instante. Conocía de sobra la respuesta, por supuesto, pero cualquier conversación con Selene le resultaría más interesante que cualquier enigma del cosmos.Su voz le hipnotizaba, así como su fragancia de lavanda, su presencia milagrosa en su coche "rudimentario".
-Esa es la idea, sí -una respuesta un poco arisca y difusa que ocultaba una verdad a medias, coligió el detective-.
-Debe ser cansado repetir siempre lo mismo, o sea, la misma obra, los mismos diálogos, la misma danza...
-Para nada -repuso Selene casi ofendida-. Es fascinante en realidad cuando vives de lo que de verdad te apasiona. Es cierto que al final todo es rutina, claro. Los médicos salvan vidas cada día, los profesores enseñan siempre las mismas materias, los pilotos despegan y aterrizan siempre en los mismos aeropuertos. Si lo piensas, todos los trabajos son siempre eso, rutina. Pero lo importante es disfrutar con lo que haces, y yo adoro mi vida.
Orlando sintió envidia de tamaña vitalidad y fruición. Él amaba su profesión, sin duda. Disfrutaba con cada nuevo caso, cada nuevo reto o aventura. Pero escuchando a Selene pensaba que tal vez se hubiera dejado olvidada por el camino la chispa que hacía posible que cada día pareciera diferente y fascinante. Entonces pensó en lo maravilloso que sería tener como ayudante a aquella mujer deslumbrante.
-Es aquí, hemos llegado -Anunció Selene-.
Orlando se sintió triste y miserable en ese momento. Cuando bajasen del coche ya no serían nunca más él y Selene. Rodeados por la multitud, amigos, admiradores, moscardones que se pegarían a Selene como sombras, su presencia quedaría relegada a la del molesto cargamento que ocupa espacio y que solo sirve para importunar. Cuando bajaran del coche acabaría la magia y se fundirían en el carrusel polifacético de Selene Moon. No quería compartirla con nadie más. Podía secuestrarla e impedir que bajara del coche. De ese modo seguirían siendo dos, Selene y Orlando. El mundo se podía ir al garete mientras nada ni nadie profanara esa ecuación. La voz de Selene irrumpió abrupta en sus pensamientos.
-Bueno, ¡vamos allá! -Selene ya se había olvidado de él. Tenía la mirada teñida de anhelo por fusionarse con los destellos nocturnos de la fiesta privada, que acogía con pompa y un gran volumen de invitados el hotel Artrip-.
Entraron juntos, aunque Selene era ya como una mariposa que revoloteaba en todas direcciones, saludando a propios y extraños.
-Subamos arriba -dijo Selene con la alegría de una chiquilla en su primer cumpleaños. Por arriba se refería a un enorme salón de baile con profusión de butacas alrededor de la pista central y por supuesto, barra libre en el bar. El hotel era acogedor y elegante, sin duda. Mucho colorido, mucho ornamento y música ininterrumpida de Modern Talking, Brian Ice, Mandy Smith, Tiffany, Taylor Dayne, Fancy o Hank Shostak. El Bolero Mix se dejó escuchar durante toda la noche, así como los temas más conocidos de Danuta Lato, Samantha Fox, Max Him...
La gente bailaba sin descanso. Selene logró arrancarle de la butaca donde se había instalado cuando comenzaron los acordes de una balada preciosa de Jason Donovan. Ese momento fue increíble, magia en estado puro. Los dos solos, bailando agarrados. Los invitados habían "desaparecido". Pero Selene era inquieta y no le prestaba atención exclusiva, ni a él ni a nadie. Volaba de flor en flor, repartiendo sonrisas, abrazos, besos ysimpatía. Orlando había llegado junto a Selene, pero era un mero espectador de su éxito fulgurante. Un espectador del mundo rendido a los pies de la inefable Selene Moon.
Rendidos por el sueño y el cansancio se tomaron una última consumición a eso de las 04:15 en la amplia habitación de Selene. Orlando no se hacía ilusiones, pese a la aparente intimidad de que gozaban. Habrían sido muchos los que habían estado en esa misma situación antes que él. Selene era adicta a la lisonja. Adoraba su mundo de ovaciones y embeleso, el cortejo de unos y otros, coquetear, levantar pasiones, que todos suspiraran por una sola mirada de aquellos increíbles ojos verdes levemente rasgados. Ahora lo veía claro. Orlando era para ella un mero pasatiempos, un simple admirador más. Probablemente mañana habría otro iluso "botarate” en esa misma habitación. Todo inocente, todo trivial, una simple reunión amistosa que conducía a un adiós prematuro.
-Ha sido todo un placer conocerte -Se despedía ya Orlando. Sabía que había llegado la hora de salir para siempre de la vida de Selene Moon.
-¡Uy, qué tarde se ha hecho! Debería irme a dormir unas horas. Mañana hay que trabajar –
Dijo, susurrando las palabras como si flotaran sobre un lecho de rosas. Se quedó pensativa y añadió:
-Pásate mañana por el teatro si quieres. Estaré ahí todo el día -Era una invitación que sonaba como: "hace buen tiempo" o "en verano hace calor y en invierno mucho frío". En todo caso, la posibilidad de volver a ver a Selene era tan tentadora que ni un terremoto le hubiera hecho desistir.
-Lo haré. Llevo un par de casos ahora mismo, pero no me quitarán demasiado tiempo.
-¿Algo interesante? -Preguntó Selene apurando su copa de vino. Orlando tenía que conducir y había optado por un simple zumo de naranja en envase de cartón.
-Una mujer celosa que no se fía de su marido y una madre que quiere saber dónde y cómo se gasta la paga semanal su hija de 17 años... -Confesó Orlando con una sonrisa divertida en los labios. Selene sonrió como si ya conociera la respuesta-.
-Eso es fácil. ¡Vaya misterio! Dame su número y yo le contaré a esa señora adónde va su hija y qué es lo que hace con la paga. Diecisiete años dices... Tú también sabes la respuesta, ¿a qué sí? -preguntó Selene con una pizca de malicia-.
-No seas mal pensada.
-No, claro. Pues tú no seas ingenuo, señor detective -le sonrió-. Todos hemos tenido esa edad, y no íbamos a la biblioteca precisamente con la paga de la semana. El matiz le resultaba turbador a Orlando. Decidió que era un buen momento para salir por la puerta y soñar con verla de nuevo al día siguiente.-Bueno, te dejo descansar. Te veo mañana -Se apartó de su lado como un velero fantasma perdido en el gran océano-.
-¿Vives lejos? -Preguntó Selene, como si de pronto se arrepintiese de dar por concluida la reunión-.
-En el barrio de Usera. En coche tardo diez minutos.
Selene no hizo el menor comentario. Era la señal definitiva que ponía punto y aparte a la charla nocturna.
-Hasta mañana.
-Que descanses señor detective -Se despidió Selene de buen humor-.