Pero es que, además, la Semana Santa, en puridad, persigue antes la oportunidad mercantil que la expresión de una espiritualidad sincera, objetivo material que se exterioriza cuando las condiciones meteorológicas impiden la celebración de un espectáculo callejero que llena hoteles, bares y tiendas que buscan lucrarse con esta festividad primaveral. Es más, el hecho mismo de procesionar representa para una hermandad la fuente de ingresos (papeletas de sitio, limosnas, donaciones, etc.) de que se vale para financiar sus actividades de culto y caridad el resto del año. Todo ello convierte a la Semana Santa en un fenómeno que posiblemente revista auténtica espiritualidad en algunos devotos, pero que la mayoría de la gente disfruta como un acto social que dispensa la oportunidad de negocio. Es así como muchas costumbres mercantiles giran en torno a este multitudinario acontecimiento contradictoriamente espiritual, en el que se concentra una de las fechas más rentables del año para la venta de ropa, ajuar religioso, paquetes de viajes, turismo, restauración y toda una amplia panoplia de consumo masivo y lucrativo.
Y para rematar la semana de contradicciones, en esta ocasión el pregón de los toros correrá a cargo de un filósofo -encima muy leído por mi- que intentará relacionar la tortura y muerte de un animal, por pura diversión no por necesidad, con la actitud de los ecologistas, blandiendo premisas que a buen seguro demostrarán que la muerte es vida para el toro bravo, el toreo es arte y la fiesta taurina, una expresión de la superioridad racional del hombre.
¡Vaya semanita que me espera!