Celebración de Jueves Santo: la Última Cena, oración en el monte de los Olivos, traición de Judas y detención de Jesús
«Dícenle los discípulos: ¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de la Pascua? Y Jesús envió a Jerusalén a dos de ellos, diciéndoles: Id a la ciudad y encontraréis a un hombre que lleva un cántaro de agua, seguidle; y en donde quiera que entrare, decid al amo de la casa: “El Maestro dice: ‘¿Dónde tengo la sala donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?'”. Y él os mostrará una habitación en el piso de arriba, grande, ya lista y dispuesta. Preparádnosla allí» – Evangelio de san Marcos
• El Cenáculo
Saliendo de la ciudad vieja de Jerusalén por la puerta de Sion (una de las ocho que conforman la muralla), una calle que sigue el recorrido del muro conduce al Cenáculo. Situado en una casa de Jerusalén propiedad de un amigo de Jesús, disponía de una planta baja, utilizada para las oraciones, y una planta alta usada como comedor. Es aquí donde, según el Nuevo Testamento, Jesús celebró con los apóstoles la última cena de su vida, antes de morir en la cruz; y también es el lugar donde a los 50 días de la resurrección del Señor, el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles y María en el día de Pentecostés impulsándoles a salir y predicar la Buena Nueva —lo que marcaría el comienzo «oficial» de las actividades de la Iglesia.
En 1342, por bula papal, quedó constituida la Custodia de Tierra Santa y los reyes de Nápoles cedieron a los franciscanos la propiedad del Santo Sepulcro y el Cenáculo —que, a su vez, habían adquirido al sultán de Egipto. No sin dificultades, los franciscanos habitaron en Sion durante más de dos siglos hasta ser expulsados por la autoridad turca en 1551. Treinta años antes ya les había sido usurpado el Cenáculo y convertido en mezquita hasta que, en 1948, pasó a manos del estado de Israel, que sigue administrándolo.
Durante la cena, Jesús se levantó de la mesa y se dispuso a lavar los pies a sus discípulos ante la sorpresa de todos ellos.
«Levántase de la mesa y quítase sus vestidos y, habiendo tomado una toalla, se la ciñe. Echa después agua en un lebrillo y pónese a lavar los pies de los discípulos y a limpiarlos con la toalla que se había ceñido» – Evangelio de san Juan
Tuve la suerte de enterarme que en el convento maronita de Jerusalén se celebraba el lavatorio de pies en la noche de Jueves Santo y, sin pensármelo dos veces, fui a ver si me permitían entrar a ver la celebración.
La experiencia no podría haber sido mejor: no solo me dejaron formar parte de este ritual —que se celebró en árabe, ya que los maronitas provienen de Siria y el Líbano— sino que no tuvieron ningún problema en que tomara fotos (ellos —bueno, algunas mujeres— también lo hicieron) y, al final de la misa, me invitaron a vino y dulces. Además, se ofrecieron a llevarme en coche a Getsemaní para unirme a la vigilia del huerto de los Olivos y ahorrarme, así, la caminata montaña arriba. Unos soletes, vaya.
• El huerto y la basílica de Getsemaní
Tras la cena, Jesús y sus apóstoles cruzaron el valle de Cedrón (valle de Kidron o de Josafat) para llegar al huerto de Getsemaní, un jardín del monte de los Olivos al que este se alejó a rezar mientras los discípulos dormían.
El huerto de Getsemaní es hoy una cuidada superficie de 1200 metros cuadrados con el monte de los Olivos a su espalda y las murallas de la ciudad vieja de Jerusalén enfrente.
Según un estudio realizado por el Consejo Nacional de Investigaciones Italiano, ocho de los olivos que allí crecen tienen por lo menos 2000 años y tres de ellos son genéticamente iguales a restos de olivo de la época de Jesús. Sus troncos miden ahora tres metros de diámetro y sus olivas, maduradas bajo el seco calor del verano jerosolimitano, producen un aceite viscoso que los franciscanos —custodios desde 1681 del lugar— reparten por todos los monasterios que tienen en Tierra Santa.
«Dicho esto marchó Jesús con sus discípulos a la otra parte del torrente Cedrón, donde había un huerto en el cual entró él con sus discípulos» – Evangelio de san Juan
Durante mi visita, conocí al jardinero que cuida del huerto. Se trata de Emile, un palestino que lleva años mimando estos árboles. Fue él quien, al saber de dónde venía, quiso presentarme al padre Manuel, un fraile franciscano andaluz que lleva toda su vida en Tierra Santa.
Justo al lado del huerto, se levanta la basílica de Getsemaní (de la Agonía o de las Naciones), en cuyo interior se encuentra la porción de roca sobre la que Jesús oró antes de ser apresado.
El pórtico frontal lo sustentan tres arcos sostenidos, a su vez, por pilastras flanqueadas por columnas con capiteles de tipo corintio coronadas por las estatuas de los cuatro evangelistas, y está rematado por una cruz a ambos lados de la cual se erigen, poderosos, dos ciervos.
Exterior de la basílica de Getsemaní | Desde la distancia, las luminosas teselas que forman el impresionante mosaico frontal devuelven un bello reflejo del solEl mosaico del tímpano es obra del maestro italiano Giulio Bargellini y en él se ve a un ángel recibiendo el corazón que Cristo, como mediador, ofrece a Dios Padre por toda la humanidad. A la izquierda, los sabios y poderosos cuyo conocimiento y poder son insuficientes para alcanzar la salvación y, a la derecha, los débiles y pobres que esperan todo del Salvador.
La basílica descansa sobre los cimientos de dos templos anteriores, una basílica bizantina del siglo IV, destruida por un terremoto en el año 746 y una capilla cruzada del siglo XII, abandonada en 1345. Las obras del edificio actual, diseñado por el arquitecto franciscano Antonio Barluzzi, se llevaron a cabo entre 1919 y 1924 empleando fondos provenientes de distintos países (de ahí su apelativo «de las Naciones»), cuyos símbolos aparecen en los mosaicos del techo en recuerdo de su contribución en la construcción. La iglesia está formada por tres naves coronadas por ábsides semicirculares y dos filas de seis columnas corintias rosadas sostienen doce bóvedas.
Según el proyecto de Barluzzi, todos los elementos debían contribuir a evocar el ambiente nocturno de aquel jueves de Pascua cuando, entre el ramaje de los olivos y a la luz de la luna llena, Jesús experimentó la agonía y el abandono en la voluntad del Padre.
La puerta de entrada cuenta con un precioso cancel en forma de olivos y, en la parte superior, una frase en latín —«SUSTINETE HIC ET VIGILATE MECUM»— que se traduce como «Quedaos aquí y permaneced despiertos conmigo».
Para el interior, el arquitecto concibió la iluminación como el elemento característico: los grandes ventanales de las paredes laterales, con vidrios opalescentes de colores violáceos, crean una sombría penumbra que contrasta fuertemente con la blanca luminosidad exterior. La luz, filtrada por los orificios geométricos en toda la gama del violeta, entra al templo dibujando el signo de la cruz.
Esta ambientación nocturna creada en el interior de la basílica se intensifica con la decoración de los mosaicos de las doce bóvedas, en las que, sobre un fondo azul oscuro, brilla un cielo estrellado enmarcado en ramas de olivo. En el centro de cada una de las bóvedas están representados diversos motivos que aluden a la pasión y muerte de Jesús así como el escudo de la Custodia de Tierra Santa. En recuerdo de las naciones que contribuyeron a la realización de la basílica se reproducen sus escudos y banderas en las cúpulas y en los mosaicos del ábside: comenzando por el ábside de la nave izquierda figuran Argentina, Brasil, Chile y México; en la nave central Italia, Francia, España e Inglaterra; y en la nave derecha Bélgica, Canadá, Alemania y Estados Unidos.
Para la decoración del suelo, el arquitecto tuvo el innovador acierto de reproducir los mosaicos y la planta de la antigua basílica. Bandas de piedra gris siguen el perímetro de los muros de la iglesia bizantina acompañadas por una línea de mármol blanco y negro en zigzag.
Por su parte, el artista Pedro D’Achiardi, tomando como modelo los fragmentos de mosaico encontrados en las excavaciones, reconstruyó el diseño de los motivos geométricos de los mosaicos del siglo IV. Por la basílica se van encontrando pequeñas ventanas de cristal que permiten observar las teselas del mosaico original.
Al entrar en la basílica, la mirada se eleva directamente hacia la escena de la agonía de Jesús, representada en el ábside central. La composición, ideada por el maestro Pedro D’Achiardi, es deliberadamente sencilla y con formas estilizadas a fin de ayudar al observador a identificarse con la humanidad de Cristo.
En el centro aparece Jesús, postrado sobre la roca que le sirve de apoyo, en el marco nocturno del huerto de los Olivos. Los tres apóstoles elegidos por Jesucristo para que le acompañaran (Pedro, Santiago y Juan) —y que se quedaron dormidos a pesar de las repetidas súplicas de este para que se mantuvieran despiertos— se dejan ver un poco más lejos, tras los árboles. La oscura bóveda celeste acentúa la ambientación nocturna, en la que resplandece, desde lo alto, un ángel que baja para confortar a Cristo.
Los mosaicos de los dos ábsides laterales son obra de Mario Barberis. A pesar de la diversidad artística y de composición de estos dos mosaicos con respecto al central, la utilización de la misma gama cromática y la idéntica ambientación nocturna en el escenario del huerto de los Olivos confieren a todo el conjunto una ajustada uniformidad.
En el ábside de la nave izquierda está representado el beso con el que Judas traicionó a Jesús, como signo acordado con los guardias y los sumos sacerdotes para identificarlo. La traición, narrada por los cuatro evangelistas (Mateo, Marcos, Lucas y Juan), está representada con un Jesús abrazado por Judas en el centro, los apóstoles coronados con aureola a la izquierda y los guardias que se alumbran con una antorcha a la derecha.
El eje de la basílica es, sin duda, la roca desnuda expuesta a la veneración. La piedra actual, que tras casi un siglo de devoción ya empieza a mostrar signos de desgaste, está cercada por una corona de espinas entrelazadas, realizada en hierro forjado y plata, con una altura de treinta centímetros y ligeramente inclinada hacia la roca. Es obra del artista Alberto Gerardi y está rematada por dos palomas moribundas de plata que decoran las esquinas y por tres cálices de los que beben dos palomas más, uno en cada lado del recinto: todos los símbolos aluden a la pasión y martirio de Cristo.
«Y se le apareció un ángel del cielo, que lo confortaba. En medio de su angustia, oraba con más intensidad. Y le entró un sudor que caía hasta el suelo como si fueran gotas espesas de sangre» – Evangelio de san Lucas
En mi caso, llegué a la basílica en compañía de mis amigos maronitas justo antes de que empezara la vigilia a las 9 en punto. Los franciscano se dispusieron a dirigir la oración, que se hace en diferentes lenguas y dura hasta las 10; a partir de esa hora y hasta la medianoche, la oración es privada y en total silencio.
En recuerdo del sudor de sangre que le cayó a Jesús sobre las rocas del huerto aquella noche, el padre Custodio esparce pétalos rojos sobre la roca desnuda expuesta ante el altar y se inclina para besarla. Tras él, todos los fieles se postran, tocan, besan y veneran la misma piedra que se supone fue testigo de la agonía de Cristo.
• La gruta de la Traición
Muy cerca de la basílica de Getsemaní se encuentra lo que se conoce como la tumba de María. Según los cristianos ortodoxos, este fue el lugar en que se depositó el cuerpo de la Virgen tras su muerte; no lo creen así los católicos, para quienes María ascendió a los cielos desde la hoy iglesia de la Dormición, situada muy cerca del Cenáculo. Dejaremos, sin embargo, esta visita para otra ocasión porque, en este recorrido por las últimas horas de vida de Jesús, la próxima parada es la gruta situada al final de la callejuela que se ve a la derecha de la foto siguiente: se trata de la gruta de la Traición (también llamada de Getsemaní, del Prendimiento o de la Detención), puesto que la tradición, a partir del siglo IV, sitúa en este lugar el capítulo de la traición de Judas.
Cruzando esta puerta y bajando unas escaleras muy empinadas se accede a la que, según la fe cristiano-ortodoxa, sería la tumba de María; en el mismo lugar se hallarían también las tumbas de sus padres, Joaquín y Ana, y de su marido José (de todo ello hablaremos en otras entradas) | Lo que nos importa en este capítulo es que el callejón de la derecha conduce a la gruta de la TraiciónPor tanto, después de su agonía en el huerto de los Olivos, Jesús volvió a la gruta para reencontrarse con el resto de apóstoles, y allí lo abordó Judas con los guardias y sacerdotes judíos.
«Levantaos, vamos, ya llega aquel que me ha de entregar. Aun no había acabado de decir esto, cuando llegó Judas, uno de los doce, seguido de gran multitud de gentes con espadas y con palos, que venían enviadas por los príncipes de los sacerdotes y ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta seña: Aquel a quien yo besare, ese es, prendedle. Y, acercándose luego a Jesús, dijo: Dios te guarde, Maestro. Y le besó» – Evangelio de san Mateo
La actual entrada data de 1655, construida después de que un aluvión volviera impracticables las entradas precedentes. La gruta mide 19×10 metros y siempre ha mantenido una fisonomía bastante natural, a pesar de las muchas transformaciones que ha sufrido. En un principio debía de ser un espacio de tipo agrícola, con cisternas, canalillos de agua y, tal vez, una prensa de aceite; a partir del siglo IV se convirtió en iglesia rupestre con finalidad funeraria.
La bóveda, rocosa y decorada, en parte natural y en parte tallada artificialmente, está sustentada sobre pilares, también estos parcialmente naturales. El cielo, pintado con estrellas de varios colores sobre un fondo blanco, deja espacio en el presbiterio a un ciclo pictórico del que queda alguna huella y que probablemente presentaba tres escenas: la oración de Jesús en el huerto, Cristo con los apóstoles y el ángel que consuela al Salvador.
Se ha conservado una inscripción en latín a la derecha del presbiterio compuesta por
Las pinturas realizadas al fresco son obra del artista Umberto Noni. La que está justo detrás del altar representa la oración diaria de Jesús entre los apóstoles, ambientada en el interior de una gruta como esta de Getsemaní.
Más información:
Tras su prendimiento, Jesús es conducido ante Anás primero y, por orden de este, ante el pontífice Caifás después. Ese sería el primero de los acontecimientos que desembocarían en su crucifixión y muerte a lo largo del Viernes Santo.
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