Mi amigo, que primero se sintió honrado porque en su momento compartiera con él mis experiencias y preocupaciones más intimas no entendió que también lo hiciera con otros. Al parecer le hizo sentir menos especial, no tan importante para mí como él creía. Se entiende. Tengo otra amiga encantada con uno de sus amigos que cada vez que la ve la levanta en volandas y le da varias vueltas antes de posarla en el suelo; me comentó que era muy probable que no le hiciese tanta ilusión si lo hiciera con otras o se lo viera hacer a otras…
Es el que escucha quien podrá hacer de ese soliloquio un acto de comunicación con mayúsculas, un intercambio de pareceres, de buenas preguntas y hasta de confidencias que lo conviertan en único. Tanto como quien recibe el abrazo podrá agradecerlo de manera genuina.
Pasa lo mismo con el amor, la amistad y las relaciones de cualquier tipo. Me gusta pensar y lo digo a menudo que las relaciones suponen la posibilidad de constituir aleaciones imposibles. Es sospechoso, ¿tan malo será ofrecerse en principio con la misma franqueza, con el mismo cariño, con la misma pasión a éste o al otro amigo, a tu hermano o a tu hermana, a papá o a mamá…? La particular reacción de el otro, ¡la tuya!, enlazándose con la mía será la que haga de aquel momento o de la sucesión de tantos momentos algo extraordinario, especial, excepcional e irrepetible con nadie que no seas tú.Sé para mí, sé para quien tú quieras, eres muy dueño, tan único como puedas. Es la asociación de nuestras unicidades lo que convertirá lo nuestro en algo irrepetible. Ya no hay miedo, ¿no te lo parece?, dímelo tú, amigo mío.