¡Buenas, pecadores!
Por varias razones, esta está siendo una semana muy italiana para mí, así que siguiendo la tónica de mis últimas entradas, voy a acercaros a la realidad que se oculta detrás de uno de mis libros favoritos: Toscana para dos de la incomparable Susan Elizabeth Phillips.
(Ren) Alzó la vista y se percató de que estaba caminando sin rumbo por el centro de Florencia, en medio de la Piazza della Signoria. No recordaba la última vez que había estado solo. Caminó por los adoquines en dirección al Rivoire y consiguió una mesa bajo el toldo. Un camarero se dispuso a tomar nota de su pedido.
Cuando Isabel observó la cúpula rosa y verde del Duomo recortada contra el cielo nocturno, se dijo que la imagen más famosa de Florencia parecía más chillona que imponente. No le gustaba la ciudad. Incluso por la noche estaba atestada de gente y era bulliciosa. Italia tal vez gozase de una merecida tradición como lugar al que acudían para curarse mujeres aquejadas de cuitas sentimentales, pero, para ella, salir de Nueva York había sido un terrible error.
La Piazza della Signoria estaba tan abarrotada de gente como el resto de Florencia. Los turistas se arremolinaban alrededor de las estatuas, y un par de músicos rasgueaban sus guitarras cerca de la fuente de Neptuno. El intimidante Palazzo Vecchio, con su almenada torre del reloj y los estandartes medievales, se alzaba sobre el bullicio nocturno tal como venía haciéndolo desde el siglo XIV.
...así que observó las estatuas al otro lado de la piazza, las copias de El rapto de las Sabinas, el Perseo de Cellini y el David de Miguel Ángel. Después sus ojos se posaron en el hombre más increíble que había visto jamás, sentado tres mesas más allá.
Sí, seppies, este es el principio de esa famosa escena que culmina con aquel:
La atrajo hacia su cuerpo, pero ella echó mano de la poca cordura que le quedaba y alzó dos dedos.
—Due?
—Deux, s'il vous plait.
Con una mirada que parecía dar a entender «extranjera chiflada», él alargó el brazo en busca de otro condón.
(Imagino que esto puede tener a bien explicárnoslo el viernes nuestra lady Lujuria).
Pero no acaban aquí las referencias del libro a tan hermosa región italiana, en realidad con esto no hacen más que empezar. Más adelantada la trama, nuestros protagonistas se trasladan a la campiña... Esta es la vista que embelesa a Isabel cuando se asoma a la ventana de la casa que tiene alquilada:
Estaba observando la Tierra Santa de los artistas renacentistas. Ellos habían pintado los paisajes que conocían como fondo para el retrato de madonnas, ángeles, pesebres y pastores. La Tierra Santa... justo al otro lado de su ventana. Observó la lejanía y después estudió el terreno más cercano a la casa. Un viñedo se extendía a la izquierda, y más allá del jardín había un olivar.
Y esta la maravillosa villa que Ren posee en lo alto de la colina:
La Villa dei Angeli estaba ubicada al final de la misma y, tras tomar aliento, Isabel creyó haber sido transportada al interior de una versión de la película Una habitación con vistas. El exterior, de un estuco color salmón, así como los aleros de la casa, que surgían aquí y allá, eran características de la Toscana. Rejas negras cubrían las ventanas de la planta baja, y las grandes contraventanas del piso superior estaban cerradas para evitar el calor del día.
Podría seguir y seguir: Volterra, la maravillosa ciudad medieval que tantas veces pasean nuestros protagonistas. El museo de arte etrusco que allí podemos visitar. Las famosas estatuas votivas Ombra della sera y Ombra della mattina, que unen a todo el pueblo en un propósito común; un tipo de escultura de la zona que existen en la realidad.
También hay una maravillosa escena en la que Ren, como buen italiano, enseña a cocinar exquisiteces a Isabel. Una escena que haría las delicias de nuestra lady Gula. Si es que un libro de SEP da para todos los pecados, porque ¿qué decir de la airada escena final? Le encantaría a lady Ira. Sin embargo, no puedo poner fin a esta entrada sin dejar de mencionar una cosa que todos los que hemos visitado Italia hemos observado en algún momento... ¡La obsesión que tienen los italianos con las postales del David de Miguel Ángel!
De camino a la tienda de comestibles se topó con un quiosco que tenía un expositor de postales de viñedos, campos de flores y encantadoras ciudades toscanas. Al detenerse para elegir algunas, se dio cuenta que muchas postales mostraban el David de Miguel Ángel o, como mínimo, una parte significativa del mismo. El pene de mármol de la estatua le apuntaba directamente, tanto de frente como de lado. Sacó una postal para examinarla más de cerca. El David parecía poco dotado en el aspecto de genitales.
—¿Habías olvidado cómo son, hija mía?
¡Feliz semana, pecadores, nos vemos el miércoles que viene!
PD. Por si alguien se pregunta qué tiene que ver esto con la envidia... Pues lo cierto es que nada, así que no busquéis relaciones ni nada parecido. Cuando una habla de SEP se viste de Soberbia, como mi compañera de los lunes.