Vivir una experiencia diferente. Salir de la rutina. Aprender a patinar, a pintar, a ejercitarte, a reciclar. Conocer más personas de las que imaginaste. Comparar y pensar en lo que dejaste atrás. Tener momentos de completa seguridad sobre los sueños realizados y otros de duda y reflexión que te siguen persiguiendo. Sentir que es un logro poder comunicarte cada día. Aterrarse por no tener un celular. Volver a recordar momentos de un pasado que habías olvidado. Pensar en ese lejano edificio, en esa montaña azul que veías todos los días o en como la simple brisa era diferente. Saber que en la calle no encontrarás nada tan familiar hasta que la rutina te haga adaptarte.
Sentir que no perteneces ni aquí ni allá y que la tierra fue creada por Dios para todos, pero que los seres humanos se inventaron las barreras, los patriotismos y la necesidad profunda de atarse a una bandera para quizás sentirse identificados o para seguir llevando a cuestas la historia y cultura de algo que no sé si somos. Antes pensaba que era de un país, ahora no soy nada de eso. Soy del mundo y nada más.
*Foto: En algún lugar de Montreal.
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