Platón sostenía algo que es de puro sentido común: una misma cosa no puede operar dos acciones opuestas al mismo tiempo, pues ello viola el principio de no contradicción. No cabe decir que algo está en reposo y en movimiento a la vez y bajo el mismo punto de vista, ni tampoco que alguien desea A y no A. De lo que cabría inferir que el hombre no tiene una sola alma, sino al menos dos, o tantas como deseos simultáneos y mutuamente excluyentes pueda albergar.
Así, cuando se dice que un hombre tiene el corazón dividido respecto a un asunto, no ha de entenderse metafóricamente, sino de modo literal. O bien nuestra mente se escinde al desear, o bien está siempre escindida en una pluralidad de voliciones, aunque la inclinación final que pone término a esta especie de pleito interior corresponda a la que llamamos nuestra alma. Tal proceso de escisión y determinación no se da en las máquinas artificiales, que no pueden contradecirse y, por tanto, tampoco pueden determinarse. Por lo que resulta lícito afirmar que la autodeterminación humana es índice de su libertad.