Hace un par de años, en una de las presentaciones de "Mujeres inivisibles. Partos y patriarcado" , una de las mujeres presentes contó que cuando su hija nació y descubrió que era mujer solo pudo tener miedo y pensar "pobre, cuánto sufrimiento le espera". Recuerdo que me helé por dentro y de golpe volví a estar en esa sala de neonatología en la que vi a Kyara desnuda en esa cajita de cristal y yo, aunque sabía por ecografía que era una niña, tomé la desgarradora consciencia de ser madre de una mujer. Casi 6 años despues, pero esta vez sin saberlo de antemano y en la bañera de casa, escuché a mi compañero decir "'¡¡es una niña, la niña que esperábamos, bienvenida!!" mientras Frida irrumpía con toda su potencia en nuestras vidas y yo volví a sentir el horror helado en mi cuerpo. El horror de ser madre de mujeres en una sociedad que se funda en la opresión y la dominación sobre nosotras.
Me costó años (y aún me sigue costando) descubrir que tenemos derecho a la rabia, que sacar los dientes y morder si hace falta es autocuidado y dignidad. Me costó años (y aún me sigue costando) aprender a gritar YO y defenderme, en lugar de correr dispuesta y empática al siguiente abuso. Me costó años (y aún me sigue costando) desarmar la sonrisa impuesta, la obediencia aprendida, la suavidad suicida. Me costó años (y aún me sigue costando) descubrir que el poder no era mío y más tiempo aún encontrar que ese poder no solo lo tiene la sociedad machista sino los hombres que me han rodeado a quienes amo y amé y que dicen o dijeron amarme. Me costó años (y aún me sigue costando) mirarme en el espejo para reconocerme y descubrirme sin estar rogando ser lo suficientemente bella, joven y delgada como si mi vida dependiera de ello. Me costó años (y aún me sigue costando) descubrir que me entrenaron para la misoginia, que la voz represora que me habita y los castigos que me impongo jamás fueron míos. Me costó años (y aún me sigue costando) atreverme a confesarme mis propios sueños, a sentirme en derecho de querer y desear.
Por eso a ellas, les regalo el camino andado, porque ser su madre me dio la fuerza para cuestionarlo todo. ¡Qué su libertad empiece donde termina la mía!