Ir al teatro es una aventura que no tiene comparación con ir al cine o ver la televisión, aunque ésta última, por la proximidad con todos, a veces sea el escaparate para actores que gracias a ella pueden llegar a "tener cartel". No es que yo esté muy de acuerdo con que haya que ser "conocido" para ofrecer un espectáculo de calidad. Pero el mercado es así, y lo acepto mientras eso lleve espectadores al teatro.
En el caso de "Ser o no ser" la combinación cumple las expectativas, y ofrece un montaje para disfrutar y para seguir amando el mundo de la escena.
Quizá muchas referencias queden ocultas para el espectador de calle, pero los guiños al mundo del teatro, hacen que para los que nos dedicamos a esto sea una montaña rusa de imágenes y detalles que no dejan de aparecer durante toda la obra. Me recuerda a mis tiempos de chavalillo, cuando leyendo tebeos siempre buscaba en los rincones de las viñetas al ratoncillo fumando, o el gato haciendo pesas... Infinidad de pequeños detalles que hacían de cada cuadro un conjunto completo y perfecto.
De entrada la escenografía cumple con su cometido (difícil dados los precedentes de la película de Lubitsch) llevándonos de un espacio a otro sin aparatosos artificios. Hay momentos en los que dudas de si estás viendo una película o los actores están ahí. La iluminación y el sonido son sencillos pero efectivos. Recargarlo más hubiese sido distraer la atención de la comedia para la que están diseñados. Con un sonido sencillo pero efectivo. Por buscarle un pero yo hubiese situado algunos sonidos en lugares determinados del escenario. Como los diálogos que surgían de las proyecciones, que podrían haber salido de detrás de la pantalla dando una efecto más compacto del conjunto puesto que a veces se encadenaban las grabaciones con la imagen real de los actores.
Y llegamos a la pieza fundamental en el teatro... los actores. Sé que se han hecho experimentos sin actores y que en un espectáculo de hoy en día todo cuenta. No es mi intención, ni mucho menos, menospreciar la importancia de la parte técnica, como no minimizo la necesidad de cualquier faceta de la producción. Pero yo soy de la opinión que es suficiente con que haya un actor para que se pueda realizar el acto teatral. Un simple artista en un parque ante un público eventual ya es teatro.
Pero lo que quiero hacer constar es que "Ser o no ser" está plagada de actores haciendo su cometido de un modo brillante. También hay alguna sombra, como Amparo Larrañaga, que parece tirar de recursos para ofrecer un personaje demasiado indefinido e irreal ante la batería de genios que tiene a su alrededor. Pero creo que esta circunstancia queda minimizada por los magníficos compañeros que la arropan en escena.
¡Qué decir de mi amigo Jose Luis Gil! No descubro en él nada que no supiese: que es un derroche de talento y tiene una gracia innata que empapa cada cosa que hace. Su dominio de la voz no tiene discusión, conociendo cada inflexión hasta exprimir un texto en sus más sutiles intenciones. Y su control físico, con sus caras y sus gestos, acompaña en sus pausas y sus miradas a un diálogo tan bien escrito que no hay recoveco del texto que pase desapercibido. Eso es lo que desencadena tal interés en el público, que casi espera deseoso cada una de sus apariciones en escena. Intervenciones tan hilarantes en ciertos momentos que las carcajadas del público fuerzan al obligado "frenazo" en escena para que los espectadores no se pierdan la siguiente acción. El maestro Gil tiene esa capacidad para encandilar al espectador y la generosidad de entregarse al ciento por ciento en escena (aunque trabajar por la mañana en la serie de televisión y por la tarde en el teatro lo tenga agotado, como me reconoció después).
En cuanto al resto del reparto, no puedo decir sino elogios. Su entrega y respeto por cada uno de sus personajes hacen que compongan un cuadro lleno de matices y detalles magistrales.
He visto momentos desternillantes. Como, por ejemplo, los dos actores que luchan por ser considerados dentro de la compañía y en el mundo de la escena. Con ese texto de ‟El mercader de Venecia” (tan acorde con el sufrimiento judío ante los Nazis) repetido hasta la saciedad, como una muestra de la obsesión de estos actores por conseguir su sueño de interpretarlo: "Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos cosquilleáis, ¿no nos reímos? Si nos envenenáis, ¿no nos morimos? Y si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos?".
O la escena anterior a cada monólogo de Hamlet, donde los dos actores se marcan sendos personajes en los que representan al actor demasiado metido en su papel y al actor que suelta el texto sin ningún interés. ¡Qué divertida cada una de las versiones que hacen, en el transcurso de la obra!
Bastantes actores de los que intervienen son reconocidos por sus trabajos en televisión, pero lo que para mí importa realmente en esta obra es cómo se dejan la piel y el corazón en escena para hacernos volar y divertirnos como hacía tiempo que no me reía en el teatro.
Podría estar horas contando detalles de lo que he visto, pero sirva esto como apunte para que quienes queráis disfrutar del teatro tengáis una referencia de algo digno de ver.