Ser uno mismo y no

Publicado el 08 mayo 2024 por Ispamaga @is_ma_ga

La espera es lenta, ansiosa, triste e insignificante. Pensamos en el bien, en el mal, en las cosas morales y en las que no lo son. Te sientas, esperas tu taza de café, lees un poco y, aún con el libro en la mano, te pierdes. Tomas un sorbo de café y repites el párrafo; le encuentras un sentido y sientes que el café no sabe a café. Lo vuelves a tomar y ambas cosas se unen: el párrafo y el café. Cierras el libro, piensas, despejas dudas, haces apuntes y tejes un nudo en la garganta en menos de un minuto, y se queda ahí. Escribes un poco para sentir ese nudo y no desatarlo hasta que hayas escrito suficiente, hasta que hayas sentido el dolor que deseas sentir. Luego bebes un sorbo del café frío y lo amargas con una lágrima, con dos. Se te empañan los lentes, la nariz se enrojece y lloras, no a mares porque estás en un lugar público, lloras en silencio. El nudo empieza a apretar más, miras a un lado, pestañeas rápidamente para que las lágrimas se ahoguen antes de salir. Tomas el libro, sigues leyendo y te vuelves a ahogar. Ya no estás tú, está otra que se ríe y te mortifica, que se ríe y aprieta el nudo de tal forma que se va a tu estómago. ¿Es el café frío o es el nudo atorado? Te duele el estómago, vas al baño y aprovechas para terminar de llorar. Te imaginas por un instante que ella quiere jugar, pero eres indiferente y esa indiferencia causa una terrible y permanente soledad que te desfallece. No enfocas el campo visual y, aun así, reanudas la marcha, pagas el café, tomas el libro y lo metes en la cartera. Caminas apurada porque ya quieres llegar a casa. Cuando intentas dilucidar si eres tú o ella, te infunde la soledad y el reflejo de tu sombra en el piso se mueve a otro ritmo, pero alzas la cabeza para no verla y miras la belleza de los árboles y sientes que también es tuya; es un espectáculo. Ya no sientes el nudo, ni te das cuenta del momento en que se fue. Intentas adivinar qué está haciendo la otra y, sí, adivinas, está ahí, esperándote a ti, moribunda con el placer de llorar, dispuesta a asediar tu existencia. Pero haces una pared de hileras blancas y concluyes que la esperas con curiosidad porque es idéntica a ti.

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Tus ojos parecen verte y se contentan, como marionetas que mueven sus diminutas cabezas. Oscilas entre la vigilia y el sueño; pareces distante. Alzas la mano y la tocas a ella; te mira fijamente con una expresión lánguida y grave. Sonríes y le das paso a su estancia, dentro y fuera de ti.

Otro día más en el que, al despertar, no eres tú.