Si usted es un lector habitual del blog ya sabrá que Federico Guzmán Rubio (México DF, 1977) es mi amigo, y es posible también que haya deducido que vive en Madrid y que quedamos con cierta frecuencia. Además, algunos de los libros comentados aquí durante el último año han sido leídos por recomendación suya.
La primera vez que oí hablar de esta novela fue en el verano de 2011, en una terraza de la madrileña plaza de Santa Ana. Entonces aún no se llamaba Será mañana y Federico estaba a punto de acabar de escribirla. La leí por primera vez, en su versión manuscrita, en diciembre de 2011. Y lo he vuelto a hacer, en su versión definitiva, durante este mes de noviembre. Tenía curiosidad por saber cómo había salido por fin el libro al mercado; y más sabiendo que yo soy en parte responsable de la corrección de algunas erratas y de alguno de los cambios definitivos, como la supresión de ciertos capítulos que hacían el texto un tanto excesivo. Así que entenderán ustedes que esta de hoy es una entrada especial para mí. He disfrutado más de esta segunda lectura; por una parte me parece claro que las novelas ganan cuando se leen ya en formato libro respecto a cuando son un montón de fotocopias unidad por una espiral, y porque además ahora (después de las partes suprimidas y de no acercarme a él con un lapicero en la mano) el texto se lee con mayor fluidez.
Barrunte, el personaje de Será mañana, tiene ya cien años pero aparenta treinta y pocos. La premisa fantástica de la novela es ésta: él se sabe inmortal mientras siga haciendo la revolución. Si está participando en alguna lucha armada, para alcanzar la justicia social, sus heridas se regeneran con facilidad, no enferma, no le afecta el alcohol ni conoce lo que es un dolor de estómago. Cuando alguna de las revoluciones en las que ha participado triunfó, como en el caso de la cubana, Barrunte tiene que partir en busca de otra. En el momento en el que deje de estar en pie de guerra comienza su degeneración física, representada por la aparición de una luz azul que tiene la capacidad de ver en los moribundos y sobre él mismo. Así que su búsqueda de revoluciones guarda una doble relación con su existencia: la lucha activa da un sentido moral a su vida, y también es motivo último de ésta. La novela, narrada en tercera persona, comienza cuando Barrunte llega al Madrid de principios del siglo XXI, con la intención de contactar con alguno de sus compañeros de las antiguas revoluciones hispanoamericanas –compañeros en el límite de edad que se permite a sí mismo para que su ausencia de cambios físicos pueda ser tolerada–. El fin último de su viaje a Madrid será, lógicamente, iniciar una nueva revolución en España, lugar que Barrunte siente como propicio, dado el desmantelamiento del Estado del bienestar al que nos está llevando la crisis económica. Pronto sus ideas revolucionarias van a chocar con la apatía que, a pesar de todo, exuda el país, además de la achacable a sus antiguos amigos revolucionarios, acomodados ahora en puestos diplomáticos o en ONGs.
El tono de la novela es eminentemente irónico y, siguiendo la tradición mexicana, entroncaría con la obra satírica de Jorge Ibargüengoitia. Dentro de la tradición española, el personaje de Barrunte estaría ligado a la obra de Cervantes. Barrunte, como el Quijote, está empeñado en luchar contra todos los gigantes que cree ver en su camino y en vivir una serie de aventuras heroicas e imposibles en los tiempos actuales. Los análisis de la realidad que hace Barrunte, al igual que los del Quijote, suelen ser falsos: toma precauciones ante la policía española completamente innecesarias, puesto que no le están persiguiendo ni su lucha es una amenaza para nadie. Las aventuras de Barrunte –como, por ejemplo, en la escena en la que intenta que unos hispanoamericanos que guardan cola en una oficina del INEM se subleven–, siguiendo la más pura tradición española de El Quijote, acabarán en palos cobrados sobre el lomo. La época heroica de los caballeros andantes había pasado para Don Quijote, lanzado a los caminos de La Mancha, igual que las románticas revoluciones en Cuba, México o cualquier país hispanoamericano han pasado para un Barrunte arrojado al Madrid actual (donde ya estuvo hace 75 años luchando en la Guerra Civil).
Según avanzan las páginas de la novela, la luz azul se empezará a volver más brillante para un Barrunte que, imposibilitado para hacer la revolución, comenzará a sentir que su muerte se acerca. Mientras que su cabeza –en un Madrid frío y lluvioso de principios de enero– se vuelve cada vez más paranoica y desesperada, decide abrir en la pensión donde se aloja su portátil y comenzar a narrar su vida desmesurada. El lector podrá acercarse a alguno de estos episodios que Barrunte escribe sobre sí mismo, sin ningún orden cronológico: escenas aleatorias, o destacables por algún recuerdo especial, que el moribundo inmortal escoge de su gran pasado. Y estos capítulos en primera persona podrían llegar a leerse casi como relatos independientes y tienen que ver, debido a su construcción y forma, muchas veces paródica o chistosa, con los relatos de anterior libro de cuentos de Federico Guzmán, Los andantes, ganador del premio Caja Madrid en enero de 2010, y que ya comenté en el blog (ver AQUÍ). De hecho, es en estos capítulos donde se encuentra mi parte favorita del libro: las páginas en las que Barrunte reconstruye los momentos en los que es concebido durante la revolución mexicana. Unas páginas con un fuerte sabor de allá, plagadas de mexicanismos, en las que el lenguaje paródico (en muchos casos frases tomadas de canciones de la revolución o de libros de la época como Los de debajo de Mariano Azuela; que cualquier mexicano conoce –me cuenta Federico– aunque no así un español) se hace más brillante.
Así que Será mañana entronca a la perfección con los tiempos actuales, y al adentrarnos en ella, además de leer una divertida parodia sobre la crisis económica (en estos días en los que necesitamos tanto reírnos), también debemos preguntarnos por el reciclaje de la izquierda en la sociedad presente, así como por nuestro olvido de las dictaduras y las guerrillas hispanoamericanas (el repaso que se hace de ellas en la novela, pese al tono paródico de la mayoría de las páginas, no deja de ser escalofriante). Y, en un orden más general de temas, Será mañana también se puede leer como una reflexión sobre el paso del tiempo, sobre los años que cualquiera de nosotros podemos llegar a vivir lejos de las convenciones y de los ideales con los que crecimos. A mí Será mañana me ha gustado mucho y me alegra pensar que ha sido capaz de escribirla mi amigo Federico Guzmán, una de las personas que conozco que más sabe y que más pasión siente por la literatura.
(Nota: la presentación de Será mañana, a cargo del escritor Alberto Olmos, se llevará a cabo en la librería-bar madrileña Tipos infames -San Joaquín 3, Malasaña- a las 19.45 h. del martes 27 de noviembre. Allí nos vemos, Federico)