El nuevo año comienza para Serbia con la presidencia de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), organismo con una vocación evidente de interceder en la ya duradera crisis de Ucrania, en el que Rusia y la Unión Europea están librando una batalla geopolítica sin disimulo alguno.
A finales de 2013 el conflicto comenzó con las protestas del Euromaidán. Pero no terminó ahí. La escalada de tensión continuó con el derrocamiento de Viktor Yanukóvich como Presidente de Ucrania, muchos y muy violentos incidentes en el país y, finalmente, el referéndum del 16 de marzo de 2014 por el que se decidía la integración formal de la República Autónoma de Crimea en Rusia. A esta consulta le acompañó la movilización de tropas rusas en la zona, con el declarado objetivo de garantizar la integridad de los ciudadanos ucranianos prorrusos. La operación fue considerada como una vulneración del Derecho Internacional por otros dos grandes actores en el escenario global: los Estados Unidos y la Unión Europea.
La política de acción que en consecuencia tomó la UE fue la implantación de sanciones económicas al Kremlin. Bruselas se afanó desde entonces en mantener una postura común por parte de todos los Estados miembros con respecto a la crisis de Crimea, demandando la inclusión en este consenso también a los países candidatos a la adhesión, tal y como así lo señala el capítulo 31 del acervo comunitario:
“(…) Applicant countries are required to progressively align with EU statements, and to apply sanctions and restrictive measures when and where required”.
De entre los países que tienen el estatus de candidatos en la actualidad, sin duda es Serbia quien tiene una relación más destacada con Rusia. El país balcánico ha demostrado en los últimos años un continuado interés por pertenecer a la Unión, marcándose incluso como objetivo para su ingreso la ambiciosa fecha de 2020, a pesar de las enormes dificultades y retos que la citada fecha plantea, entre las que no es menor la relación especial con Rusia. El cambio de circunstancias del entorno, con la presión por los acontecimientos en Ucrania, ha tenido como efecto inmediato la obligación de Belgrado de tomar partido, algo a lo que no estaba –ni está- muy dispuesto.
Siendo el objetivo serbio el de incorporarse a la Unión Europea, esto limita las capacidades del país de tener una política exterior independiente. Sin embargo, el Gobierno del Presidente serbio Tomislav Nikolic lleva desde el comienzo del conflicto negándose a adoptar las sanciones contra Rusia, insistiendo en la idea de que, a pesar de que apoyan sin duda alguna la integridad territorial de todo Estado miembro de la ONU -incluida Ucrania-, no se les puede obligar a romper su amistad con Moscú.
Así pues, se plantea un escenario en el que la guerra de intereses entre Rusia, la Unión Europea y la propia Serbia está más que declarada. Mientras Rusia intenta mantener sus lazos con Belgrado mediante sus instrumentos de influencia, la Unión ilusiona con la estabilidad que la adhesión proporcionaría a los serbios, con la intención de no perder al país balcánico que, a su vez, se encuentra varado en una especie de política pendular que le hace oscilar entre uno y otro gigante, sin perder de vista que su objetivo prioritario es la integración en la UE.
Las problemáticas sanciones
Son dos condicionantes los que impiden en la actualidad a la clase política serbia alinearse con la UE en lo que respecta a las sanciones contra Rusia.
1) En primer lugar, existen unos vínculos históricos, políticos y religiosos, una suerte de tradición común paneslavista entre Rusia y Serbia.
Estas conexiones son sin duda alguna más mentales y culturales que fácticas, pero no por ello se estancan en la mera retórica. Aunque no se trate de una idea compartida por toda la sociedad, sí que se ha producido en los últimos tiempos un crecimiento del respaldo de la opinión pública a Rusia, respecto a la cual únicamente el 17% de los serbios tiene una mala opinión, mientras que la buena opinión se sitúa en el 52% (alcanzando cifras peores para la UE, con el 40% y 32% respectivamente).
Dentro de este mix, sin duda la religión ocupa una posición privilegiada. Serbia comparte con Rusia (y otros países como Grecia) una Iglesia ortodoxa con una importancia destacada, reflejándose en que el 90% de su población se declara creyente de esa religión hoy en día. Ese vínculo nutre al imaginario colectivo de ambos países de unos lazos de hermandad indudables.
En cualquier caso, nos confundiríamos si pensásemos que el paneslavismo no es per se un arma tangible; muy al contrario, puede tener una utilidad práctica y política de relieve. Así lo demostró la visita de Vladímir Putin a la capital serbia el 16 de octubre del pasado año, cuando en el contexto del día de la conmemoración de la liberación de Belgrado de la ocupación nazi, el país recibía con los más altos honores al Presidente del Kremlin y le premiaba con su mayor condecoración, la Orden de la República Serbia de la Gran Cadena.
2) En segundo lugar, los vínculos económicos también tienen una cierta importancia, si bien es cierto que los argumentos históricos y culturales soportan el peso de la relación entre los dos países.
Habría que comenzar aclarando que Rusia se encuentra lejos de la Unión Europea en términos de influencia económica en Serbia. Bruselas es, con diferencia, el principal socio comercial de Belgrado (como así lo muestran los datos de importaciones y exportaciones) y las buenas relaciones entre ambos se reflejan en el hecho de que, aunque aún no se le exija desde la UE cumplir con las restricciones y requerimientos del acervo comunitario en materia económica –primero ha de darse el proceso-, las empresas serbias disfrutan de exención aranceles, de tratamiento nacional en los mercados, de un régimen protector y favorecer de las inversiones y de acuerdos preferenciales con terceros Estados miembros que le son muy ventajosos.
Para Serbia, Rusia es su octavo socio comercial, aunque el impacto económico en esta relación es mucho mayor de lo que esta posición parece representar. Serbia depende en un 90% de las importaciones rusas de gas. Asimismo, es muy revelador que más del 56% de las acciones de NIS, la mayor empresa petrolífera serbia, pertenecen a Gazprom, el gigante ruso. Además, hay un acuerdo de libre comercio entre ambos países para facilitar las relaciones comerciales. Este tratado tiene especial relevancia en las exportaciones agrícolas serbias, que encuentran en Rusia una buena salida para su mercancía.
La OSCE como ventana de oportunidad
Sin embargo, y a pesar de lo ya mencionado, la presidencia de la OSCE en 2015 ofrece a Serbia una oportunidad para jugar un papel de mediación sin tener que enfrentarse directamente ni a la UE ni a Rusia, estando en su interés personal no inclinarse en demasía por unos u otros el conflicto existente.
Hay que destacar de todas formas que la neutralidad de Serbia no se juzgará a lo largo de los próximos meses exclusivamente por lo que acontezca en Ucrania. Como indicaba Mira Milosevich-Juaristi en un artículo publicado recientemente, la OSCE tiene que trabajar en otros conflictos congelados que involucran a los rusos como en Transnistria, Nagorno-Karabaj, Osetia del Sur y Abjasia.
Hasta la fecha, las declaraciones serbias en el marco de la presidencia de la citada organización internacional han sido continuistas en su posicionamiento en el conflicto ucraniano: buscar soluciones políticas a lo que ocurre en Crimea respetando la integridad territorial de Ucrania sin que ello implique romper con Rusia. A pesar de que lógicamente Serbia no va a ser el actor fundamental en el marco de las negociaciones para la paz (el papel de liderazgo en Europa no lo está jugando la Alta Representante, sino el binomio franco-alemán, con el Presidente francés, François Hollande, y la canciller alemana, Angela Merkel, tomando la iniciativa), tampoco se ha de infravalorar la posible influencia del país balcánico. Más aun teniendo en cuenta que la OSCE es una de las pocas organizaciones internacionales que está trabajando sobre el terreno.
En 2016 se producirá el relevo de Serbia al frente de la OSCE, siendo su sustituta precisamente Alemania. El pasado año fue Suiza quien presidía la organización, formando los tres países lo que se ha dado en llamar la nueva “Troika de la OSCE”, que tiene la función de integrar en la organización representantes de sus anteriores, actuales y futuras presidencias, garantizando así cierta continuidad en la toma de decisiones. Todo ello conllevará una mayor implicación serbia en la resolución del conflicto, y más cuando Alemania tiene un interés específico en que se resuelva satisfactoriamente.
La reciente Conferencia de Seguridad de Múnich ha incidido en la idea de que la OSCE juega un papel clave en la supervisión del conflicto de Crimea. En dicha conferencia, Aleksandar Vucic, Primer Ministro serbio, buscó no salirse de su posición de equilibrista, indicando por un lado que había que “proteger la vida de la gente de las dos partes involucradas” –por Ucrania y Rusia-, pero a su vez aclarando que “Serbia mantiene buenas relaciones con Rusia y con la OTAN”, fijo en su convicción de que ambas partes ayudarían a mantener la estabilidad política en los Balcanes.
Múnich fue el preludio del acuerdo de alto el fuego al que se llegó en la Cumbre para la paz en Ucrania del 11 de febrero. En ella participaron los Jefes de Estado y de Gobierno de Francia, Alemania, Rusia y Ucrania, acordando que el pacto entraría en vigor el 15 de febrero y previendo la retirada de todas las tropas extranjeras, armas pesadas y rebeldes de Ucrania bajo la supervisión de la propia OSCE.
Serbia tiene por delante, por lo tanto, un complejo puzle que armar a lo largo del presente año. No es sencillo en absoluto liderar una OSCE que se encargue de asegurar que se cumplen las condiciones acordadas para el alto el fuego, mientras continúa el proceso de adhesión con la intención de ejecutar cuanto antes la apertura de los primeros capítulos negociadores –el 23 y el 24-, pudiendo mantener, a su vez, buenas relaciones con el Kremlin. Encajar las piezas de este rompecabezas no será fácil; pero la oportunidad está ahí, más cerca ahora que en los últimos años.
un artículo de Salvador Llaudes y Curro Sánchez
Salvador Llaudes es miembro-fundador de la plataforma CC/Europa y Ayudante de Investigación en el Real Instituto Elcano
Curro Sánchez es ayudante en prácticas en el Real Instituto Elcano