Han pasado cuatro años desde que Sergi Pàmies publicara su anterior libro de relatos Si te comes un limón sin hacer muecas, con el que alcanzó una alabanza unánime de crítica y público, y ese es el tiempo que hemos tenido que esperar, para que una nueva recopilación de Pàmies viera la luz bajo el título de La Bicicleta Estática. Un libro compuesto por diecinueve relatos mínimos, en el que como ya ocurría en el anterior, que nadie busque entre los títulos de los relatos el título del libro, porque no está, y sólo se dará cuenta de su existencia, si permanece atento a uno de los relatos donde se encuentran incrustadas estas mágicas palabras, aunque en esta ocasión, sin necesidad de esperar a las últimas líneas como en el caso
La Bicicleta Estática se erige a modo de símbolo que separa el inicio de la madurez del final de la juventud, y se comporta como un elemento aglutinador de esta colección de relatos, donde a diferencia de la anterior, podemos encontrar sin necesidad de tapujos, claros elementos autobiográficos del autor, lo que también nos sirve para apuntar que, a groso modo, los relatos se pueden dividir en tres grandes grupos: aquellos que hablan de sí mismo o en sí mismo; aquellos que abordan su relación con las mujeres y sus amores; y aquellos que contienen el recuerdo de su padre, donde es presa de la nostalgia y la melancolía, como le ocurre al protagonista de Ataraxia, al que se le extirpa la nostalgia y la esperanza como paradigmas del hombre moderno, y situarlo así en un mundo sin referencias. En esta ocasión, el elemento existencial y primario que recorre los relatos, es el paso del tiempo que siempre juega en nuestra contra, pues nos deja en el terreno de la incertidumbre y el desconcierto como elementos fundamentales del movimiento infinito y de la búsqueda de la madurez, que más tarde o más temprano, nos damos cuenta que no existe, como tampoco existen la faena perfecta en la tauromaquia o el libro perfecto en la literatura. Así deambulan nuestras vidas, que en ocasiones, como muy bien nos apunta Pàmies, se reflejan en la de nuestros padres, aunque sólo sea a través de la figuración de un nudo de corbata, que eso sí, tiene el poder por sí solo de convertirse en un todo infinito
Benzodiazepina es el título elegido para abrir esta recopilación, un brevísimo relato que se comporta como un reflejo de sí mismo, y donde Pàmies se da cita consigo mismo a través de internet, dejándonos con la boca abierta por el poder de seducción de su prosa, que intercala magistralmente con la introspección e ironía, en un escenario que no puede ser más actual y moderno. Un poder narrativo que tiene su máxima expresión en Acostarse Temprano, una historia breve que contiene la genialidad de contar toda una vida en apenas unas líneas, bajo la original excusa de los murales que sus hijos han pintado cuando eran pequeños en las paredes de su piso alquilado, que como una máquina del tiempo, nos hacen navegar por la vida de todos sus protagonistas en una dura, pero cierta soledad ante el poder infinito del paso del tiempo, que trasciende de una forma mágica en El Mapa de la Curiosidad, una geografía literaria que recoge de una manera sencilla, eficaz y escalofriante, los recuerdos de la periferia parisina del autor, que desde muy temprano se da cuenta que: “la curiosidad y la falsedad tienen vidas paralelas; y cada descubrimiento contiene una parte de verdad y otra de mentira”. Una sensación de búsqueda que se vuelve ironía en La Isla, una historia acerca de la dicotomía existente entre el suicidio y los seguros de vidas, que Pàmies resuelve una vez más magistralmente, atrapando al lector a cada instante. Una ironía que se transforma en caprichosa, cuando a medio camino entre el mundo del cine, las noches de París y la falta de intimidad inherente a la pobreza, nos relata la noche en la que él fue engendrado, con Fellini y su film Le notti di Cabiria hacen de telón de fondo de una historia tan nostálgica como verdadera, que deviene en lucidez en el relato Las Canciones que le gustaban a Lenin, como un símbolo de aquello que quedará una vez que hayamos muerto.
Una vez se ha leído La Bicicleta Estática, uno se da cuenta que estamos ante otra vuelta de tuerca en la obra literaria de Pàmies, que sabe como nadie quedarse con lo esencial, aunque sea para narrarnos toda una vida, y en donde el paso del tiempo quizá nos deja una única certeza: la necesidad que todos tenemos, de encontrarnos a gusto con nosotros mismos.
Crítica de Ángel Silvelo Gabriel