Sergio Leone: Érase una vez en América

Publicado el 09 marzo 2016 por Francisco Ortiz


   Por la original escritura del guión, por la intensidad en las escenas más decisivas y por el ritmo tan sostenidamente realista me parece que esta película es una de las mejores de la historia del cine y, por consiguiente, una de las imprescindibles del género negro. También hay que sumarle la grandiosa banda sonora de Ennio Morricone, sentimental pero no melodramática, como la propia película, cuajada de bellas melodías que uno puede silbar y recordar con los ojos cerrados mientras reposa en la cama, una tarde tranquila o una mañana de insomnio, dejandose llevar, dejándose ir.    La imagen final me puso un nudo en el estómago la primera vez que la vi y me lo pone siempre que la veo y pienso en lo que supone para la historia, para las relaciones de los amigos que protagonizan este espléndido film, que es una historia de amor y una historia de amistad y una historia de violencia y una historia social: todo en uno y en las proporciones quizá más sabias que he visto en el cine. Que cuando acaba la proyección -me valgo de este viejo recuerdo, en esta época de pantallas en casa- tengas que pensar y reconstruir o quedarte a ver de nuevo el principio para completar -ah, qué añoranza de la sesión continua-, entender, saborear y sentir inevitablemente más fuerte el nudo es algo que me parece duramente gratificante, un premio que se recoge con el ánimo encogido al principio y restallante al final cuando se comprende que estás ante una obra de arte única, irrepetible.   Amapola: la niña bailando y sabiéndose observada, candidez premeditada, niñez total y niñez desgarradamente adulta. Cuando suena Amapola bajas un poco en el asiento, esperas con los ojos entrecerrados, te sacude una emoción pura. Disparo: y el niño cae, cree que resbala, lleva dentro la muerte pero no sale por sus ojos, no estalla hacia fuera, como si morir se tratara de devolver algo que no era nuestro, que solo nos habían prestado. Venganza: que es ajuste de cuentas, situar al pasado en el punto exacto de explosión, de orden imposible, de serenidad que solo cabe en ti, en tu cuerpo aún vivo. Amor: que no es tuyo, que se te ofrece como el reflejo en la superficie de un río que corre imparable, que te vuelve furioso para dañar y dañarte y no reconocer ni reconocerte ni saber qué era el amor. Calle: donde nada eres y donde tienes que luchar para ser y mejorar con risas y picardía, con la mirada puesta en la esquina hacia la que correrás para alcanzar o para huir.   Sí, cómo contar de otra manera, cómo hacer crítica o reseña cuando es admiración únicamente lo que te produce lo que has visto. Admiración: visión interior de algo que pasó a formar parte de ti y es tan vivo y real como tú mismo.