En 1989 asistimos a la caída del Muro de Berlín, pero a Jean Francois Revel su olfato le decía que aquel difunto aún gozaba de buena salud. “El Muro –dijo entonces con el acibarado recelo de quien ha visto demasiado- ha caído en Berlín, pero no en los cerebros”.
Hoy, 25 años después, podemos decir que no se equivocaba: la izquierda del púlpito, la uniformidad y el dogmatismo sigue aquí, más viva que nunca. Con su juego de siempre: tachar de criminal al que discrepe y reducir al silencio a los herejes.
Cuentan para ello, en los nuevos tiempos, con una herramienta impagable: las redes sociales, de las que son dueños y señores.
En nuestro país, el último señalado por la stasi tuitera se llama Sergio Martín y el viernes entrevistó a Pablo Iglesias, el Hermano Mayor de Podemos, en el programa que dirige en el Canal 24 horas de Televisión Española.
El bueno de Sergio, habitualmente simpático y educado, se vio sobrepasado por el ambiente hostil impuesto por Iglesias desde el principio (me cuentan que llegó al plató escoltado por un piquete intimidatorio y que algunos de los técnicos de TVE lucían escarapelas y símbolos de Podemos) y el mal rollo fue palpable durante toda la entrevista.
No era de extrañar, porque Iglesias se ha convertido en el Mourinho de la escena política española, un individuo insolente y agrandado que utiliza un tono crispado y agresivo bastante inquietante, “como cuando uno ve retozar a unas crías de tigre que pronto se convertirán en devoradores de hombres”.
Sergio conduce un debate ameno y elegante, alejado del fragor tabernario de las tertulias políticas en las que es habitual “el faro que guía al proletariado” –genial hallazgo de Joaquín Reyes- y estuvo incómodo toda la noche jugando en ese campo embarrado.
Y entonces llegó lo de ETA. Darle a Pablo Iglesias la enhorabuena por la salida de Plazaola y Santi Potros quizá no fue una manera elegante de plantear la cuestión, pero eso no justifica la legión de tontos extasiados con el dedo que señalaba la luna filoabertzale del líder de Podemos.
Espabilado como parece, Sergio Martín debería saber que al Gran Hermano de la progresía sólo le pueden recordar ciertas cosas otros progres con pedigrí, como Evole o Ana Pastor. Los demás son unos putos fachas al servicio de la casta y merecen ser depurados por la Policía del Pensamiento, que acecha día y noche desde sus cibertorres de vigilancia en busca del menor indicio de heterodoxia.
Los nuevos inquisidores, expertos en confeccionar prestigios a medida, han puesto en marcha la máquina de picar carne y arruinar famas. Como hicieron con Hermann Tertsch o Toni Cantó. Estos cazadores de brujas destilan odio y resentimiento y son expertos en extender el miedo y en reinventarse el pasado si este les retrata.
“Quien controla el pasado –decía la consigna del Partido- controla el futuro. Y aun así, el pasado, a pesar de ser alterable por naturaleza, nunca había sido alterado. Lo que era cierto hoy lo había sido siempre y lo sería hasta el fin de los tiempos. Era muy sencillo. Lo único que se necesitaba era una interminable serie de victorias sobre tu propia memoria”.
Orwellianamente, los seguidores del Hermano Mayor tampoco recuerdan ya que este elogiara a ETA, ni a Chávez ni hiciera apología de la violencia. De hecho, nunca ocurrió.
Vivimos un tiempo oscuro, preludio de otro que lo será aún más y es triste y agotador tener que recordar que la libertad consiste en poder decir, sin miedo, que dos y dos son cuatro.
Pero habrá que hacerlo. Porque sólo así podremos evitar que ese pasado que niegan vuelva como una pesadilla recurrente.