Creemos que cambiamos mucho, que avanzamos. Y puede que terminemos siendo, como sociedad, algo parecido a ese ratón en la rueda de juguete que da vueltas sin parar, y sin destino. Y nos damos cuenta (o deberíamos) en pequeños detalles que se harían grandes si en algún momento nos parásemos a observarlos. Ortega y Gasset, filósofo español del pasado siglo, decía algo sobre los seriales cinematográficos que estaban muy de moda en su primera mitad:
Alguna vez he intentado aclararme de donde viene el placer, ciertamente modesto, que originan alguna de estas películas americanas, con una larga serie de capítulos [...] Y con no poca sorpresa he hallado que esa complacencia no procedía nunca del estúpido argumento, sino de los personajes mismos. Me he entretenido en aquellas películas cuyas figuras era agradables, curiosas, tanto por el papel que representaban como por el acierto con que el físico del actor realzaba su idea. Una película en que el detective y la joven norteamericana sean simpáticos puede durar indefinidamente sin cansancio nuestro. No importa lo que hagan: nos gusta verlos entrar y salir y moverse. No nos interesan por lo hagan, sino al revés, cualquier cosa que hagan nos interesa por ser ellos quienes la hacen.
Aplíquese reflexión y palabras a las tan aclamadas, seguidas y amadas series de TV de la actualidad, y veremos que se ajustan como un guante. No hemos cambiado tanto. Para bien, o para mal. Si acaso, hemos movido un poco de sitio las fichas y corrido un par de vueltas más en la rueda.