Un Mustang aparcado en la calle
me observa.
El móvil vibra y recibo la mañana como una beata en domingo.
Lou Reed ha muerto
exclama un Arias Navarro del popy la mitomanía.
Queridos todos, éste es mi cuerpo/ ésta es mi sangre/
éste soy yo.La carretera serpentea el temporal
y nos entrega a la muertea dosmilquinientos metros de altura.
La lluvia puede destruirlo todo en cuestión de minutos,
pero observamos la calle desde el hotely obviamos agujas y cubos de agua fría
porque es tiempo de pausa,de relax en un spa de pocas estrellas,
de noche nublada,
de pueblos que ayer fueron algo
y hoy se diluyen en la efeverscencia de su propio legado.
Así transcurre el tiempo entre las piedras,
atacados por los perros salvajes del otoño,engañados por la lengua viperina del conserje.
Hemos recorrido un tercio de la geografía,
de todos los mapas que llevamos a bordoy aún nos sorprendemos con weekendesk,
sus ofertas imposibleso el patrocinio de este poema por parte de la compañía.
El futuro es incierto
cuando somos incapaces de encontrar el calendario.Tus pasos suenan sobre la tarima
y el dolor de huesos se hace palpable.He deseado la eternidad en este balcón,
en esta bañera luminosa.He deseado el Mediterráneo, las cosas a mi manera.
El mundo.
Dejé de leer los periódicos por ti,
apagué el teléfono,olvidé los recorridos prefijados
por la oficina de turismo.
Y decidí perderme.
Escruto Internet y un vuelo barato
que nos envíe a la muerte,al accidente.
A la otra punta del país, lejos del gobierno,
para pisar la arenay desmentir la llegada del frío.