Ávidos por descubrir, y nunca tienen límite Quique González
Nos aficionamos a las máquinas expendedoras porque alimentaban la urgencia de nuestras acciones y confundimos la comida rápida con el amor lento, cultivado al calor de la década e interpretamos rock & roll.
Tú conducías y las luces de la ciudad se hacían más pequeñas, se olvidaban en la resaca de olas y ron, de guitarras electroacústicas, que desgarraban el regreso.
Y entonces sentí deseos de ser feliz, de regalar mis palabras al mundo, de cantarte al oído ligeras composiciones que había creado para ti, para esas cenas al horno que nos preparábamos, con vino, recién sacado del frigorífico, que apaciguaba la sed.
No encontramos líquido suficiente
que nos saciase. No alcanzamos la velocidad requerida
para despegar y volvimos a la tierra: tumbados sobre la alfombra del pasillo, desnudaándote despacio, poco a poco, esperandoel punto de cocción idóneo, necesario, justificado, para ser por fin una sola pieza.
Mármol frío sobre la encimera sucia.