Serpientes de verano y películas agradables

Por Kotinussa

En los años 90 se puso de moda algo llamado el “Efecto Mozart”, que como tantas cosas fue un grano de arena convertido en montaña por un periodista sin nada que llevarse a la máquina de escribir. Oyó que al hacer ciertos test la puntuación subía un poco si se escuchaba música de Mozart mientras se realizaban y, con un par, escribió un artículo en el New York Times titulado: “Investigadores han determinado que oír a Mozart te hace más inteligente”. Lo que se suele llamar una “serpiente de verano”. El 14 de octubre de 1993 la revista Nature dio credibilidad científica a un montón de paparruchas (1).

A partir de ahí, la locura. Se reeditaron montones de cd’s de Mozart, el estado de Florida promulgó una ley que exigía que en las escuelas estatales se escuchara música clásica a diario y el gobernador de Georgia dio un presupuesto de 105,000 dólares anuales para que cada niño que naciese en su estado recibiera un casette o un CD de música de este autor.

A pesar de que el autor de la investigación original se apresurara a desmentir el bulo (dijo que no creía que hiciera daño, pero que el dinero se podía emplear con más provecho en mejorar los programas de educación musical), la gente prefirió creer al periodista liante y a todos los borregos que, sin ninguna base científica, lo siguieron (2).

En años posteriores se llegó incluso a delimitar, entre la inmensa obra de Mozart, cuál era la pieza que lograba mejores efectos: la sonata para dos pianos en re mayor K.448 (3), y la bola de nieve siguió creciendo, alimentada interesadamente por gente que sacó cd’s especiales para bebés («Barroco para su bebé» o «Mozart para papás y mamás») o libros. El que ganó más dinero con todo esto fue un tal Don Campbell, que registró la expresión “Efecto Mozart” y publicó dos best-seller y más de una docena de cd’s. Sin ser científico, defendía que la música de Mozart era buena para corregir unos cincuenta problemas, entre ellos el dolor de cabeza, de espalda, el asma, la obesidad, el alcoholismo, la epilepsia, la esquizofrenia, las enfermedades del corazón, el bloqueo del escritor, el sida, …. y que servía para otros menesteres como hacer un mejor vino, un pan más sabroso o para mejorar el sabor de la cerveza.

En los años posteriores se hicieron multitud de estudios, sin poder llegar a ninguna conclusión. Hacia el 2007 se empezó a recular, y la propia revista Nature se tuvo que tragar sus palabras, publicando un estudio del Ministerio alemán de investigación que concluía que escuchar tanto música clásica como la música más del gusto de cada cual no hacía a nadie más inteligente. Hace sólo dos meses un equipo de científicos de la Universidad de Viena, tras estudiar a 3.000 personas, acabó definitivamente con este mito.

Por fin se ha demostrado que el “Efecto Mozart” no existe, pero millones de personas seguirán creyendo que sí. A pesar de todo el fenómeno ha seguido creciendo y hoy día hay centros por todo el mundo donde se imparten tratamientos a base de Mozart. Para que luego se le quite importancia al hecho de que una cosa sea verdadera o no en su influencia sobre la vida de la gente (“Si no hace daño, ¿qué más da?”, suele ser el argumento defendido por aquellos que quitan valor a la verdad. Pues sí, hace daño, tomar algo falso por verdadero ya es un daño).

Todo esto viene a cuento porque, aunque nunca he pensado que escuchar música de Mozart me haga más inteligente, no puedo negar que después de escuchar muchísimas piezas de música clásica me siento mejor. Por eso, además de llevar una gran colección de piezas sinfónicas y de ópera en el iPod, me gustan las películas de cine que tienen que ver con la música clásica.

Y acabo de ver “El concierto”. Y me ha encantado. No es una película que pasará a los anales de la historia del cine, ni cambiará nuestras vidas, pero es agradable, simpática, nos entretiene, nos hace reir en muchas ocasiones, llorar un poquito en otras y, sobre todo, disfrutar de unas estupendas piezas de música clásica. Es una película hecha simplemente para gustar pero, ¿es eso malo? Hay estereotipos, por supuesto, y muy pocos creerán que un montón de personas represaliadas por su origen étnico se tomarían esta revancha tan surrealista y berlanguiana. Seguro que encontrarían mucho más creíble que los protagonistas de la película se armaran con ametralladoras y perpetraran una matanza para vengarse.

Empieza la película con el andante del concierto para piano y orquesta nº 21 de Mozart, y a ver quién es capaz de afirmar categóricamente que la audición de ese fragmento le deja completamente indiferente. Me ocurre lo mismo con muchas otras, como el “Ave Verum Corpus”, del mencionado Mozart, el Aria de la suite nº 3 de Bach, el Largo del concierto para dos laúdes y dos violines de Vivaldi (RV 93), o el aria Casta Diva, de Norma (Bellini), cantada por Joan Sutherland (4). Bueno, me ocurre con muchísimas más, pero no es cuestión de detallar el listado completo.

Lo que es cierto es que después de oir alguno de  cientos de fragmentos musicales no soy ni un ápice más lista ni estoy más sana, más guapa o más joven, pero me siento hasta mejor persona. Y no porque crea en paparruchas pseudocientíficas, sino porque estoy convencida de que saber apreciar la belleza nos convierte en seres humanos.

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(1) ¿Ves, Frankie, cómo tenía razón cuando defendí que el hecho de que algo saliera publicado en Nature o Science no era garantía absoluta de nada, que les habían colado muchas paparruchas?

(2) En cosas como esa son en las que me baso cuando me cabreo por el tema de las películas y series pseudo-históricas. La gente prefiere creer a un guionista que piensa que una escena de cama entre la hermana del rey de Inglaterra y un viejo repugnante que representa al rey de Portugal va a ser divertida, aunque nunca haya ocurrido, antes que averiguar si pasó o no, y se quedará con ese falso dato para siempre.

(3) Lo publicó Nature. No pongo el link porque el acceso a este artículo es de pago.

(4) Tenía preparados unos cd’s con una selección de piezas que escuchaba mientras me pasaba horas hojeando legajos en los archivos. Tuve que quitar el aria de Norma porque me di cuenta de que, cuando empezaba, me quedaba absorta mirando al vacío, hasta el final. Y era incapaz de prestar atención a ninguna otra cosa.