Cualquier triunfo logrado en una liga tan corta y competitiva como la NFL es motivo de satisfacción en todas y cada una de las oficinas de la NFL. Los lunes deben ser muy diferentes en función del resultado conseguido. Pero si además de la confrontación deportiva, el enfrentamiento viene salpicado de disputas personales, la recompensa es doble. Así las cosas, imaginaros lo que ha debido suponer para Eric Mangini, head coach de los Cleveland Browns, su victoria del domingo pasado sobre los Patriots por 34 a 14. Hay varios motivos por los que pensar que ayer Mangini entró silbando en su despacho. Algunos creerían que el tónico de la victoria supondría un gran alivio para un equipo que venía arrastrando un parcial de 2-5. Otros pensarían que el equipo dió su mejor imagen teniendo en cuenta la calidad del contrario. Pero solo los que llevan algún tiempo en esto de la NFL sabrán que había algo más en juego.
Por eso no puedo creer que sean sinceras las declaraciones que Eric Mangini ha ido realizado a lo largo de estos últimos años intentando un acercamiento al que Bill jamás dará pié. Él debería saber mejor que nadie -y sería un hipócrita sino fuera así-, que no es posible recuperar ninguna amistad tras asestar una tremenda puñalada trapera a quien ha sido tu "Sensei" en el mundo del deporte profesional. Rechazando la brillante idea -aunque contraria al reglamento-, del estudio de gestos y señales de los rivales, me parece aún más impresentable que la denuncia partiera precisamente de quien, formando parte del cuerpo técnico de los New England Patriots, se beneficiara directamente de los rendimientos que ésta pudiera producir. ¿O es que nos va a decir el bueno de Mangini que descubrió la estrategia justo cuando dejó el equipo y no antes?.
Sea como fuere, supongo que cada uno de los cuatro touchdowns que los Browns anotaron anteayer fueron saboreados de una forma particular por Mangini; sabido es que la venganza es un plato que se sirve frío.