Servus romanus, comercio de esclavos en la antigua Roma

Por Melisenda1997

Detalle de mosaico, Coimbriga, Portugal

La esclavitud fue considerada en la antigua Roma una institución social plenamente aceptada que se entendía como la relación que unía a esclavos (servi) y dueños (domini), basada en una serie de vínculos en los que primaba la autoridad del propietario sobre el esclavo, de forma que éste se encontraba en todo momento a disposición del amo, sin posibilidad de desobedecer y sin compensaciones estipuladas de antemano. El señor esperaba del esclavo sumisión y lealtad, de lo contrario sería coaccionado y forzado a obedecer de la forma que el señor considerara más apropiada. No había entre ellos ningún acuerdo o fórmula de reciprocidad en derechos y deberes, sino una relación impuesta por el propietario para ejercer un derecho, que consistía en la exigencia y satisfacción de servicios de diversa índole que el esclavo debía prestar sin protestar ni reclamar nada.

Menecmo.— A comer y a callar, no sea que te la ganes; no me importunes, que las cosas no se van a hacer a tu aire. 

Mesenio.— ¡Ahí tienes! Más clarito y con más brevedad no has podido darme a entender que soy un esclavo. (Plauto Los dos Menecmos, 250)
Roma dependía del trabajo realizado por la mano de obra esclava, lo que permitió que se desarrollase tanto social como económicamente y que pudiese mantener su hegemonía política y geográfica. 

Construcción del anfiteatro del El Djem, Túnez,
ilustración Jean-Claude Golvin


El pensamiento romano consideró la esclavitud como una fatalidad del destino, y en líneas generales, no se cuestionó su legitimidad, ya que siempre había estado presente, como tampoco su posible derogación, llegando muchos amos incluso a negarse a considerar la manumisión de sus esclavos.
“La distinción primaria en la ley de las personas es esta, que todos los hombres son o libres o esclavos. También, los hombres libres son bien ingenui (nacidos libres) o libertos (manumitidos por un propietario de esclavos legal).” (Gayo, Instituciones, 1, 9)
Antes del siglo III a.C. la esclavitud era un fenómeno escaso en Roma y únicamente los más acaudalados propietarios podrían disponer de mano de obra esclava, aunque no en abundancia. Sin embargo, todo cambió cuando Roma inició su proceso de expansión territorial, porque debido a las diversas contiendas emprendidas por los romanos, el número de esclavos y la importancia de la esclavitud aumentaron vertiginosamente.
“A la vista de esto, Pompeyo marchó contra una pequeña ciudad llamada Malia, que custodiaban los numantinos, y sus habitantes mataron con una emboscada a la guarnición y entregaron la ciudad a Pompeyo. Éste, después de exigirles sus armas, así como rehenes, se trasladó a Sedetania que era devastada por un capitán de bandoleros llamado Tangino. Pompeyo lo venció y tomó muchos prisioneros. Sin embargo, la arrogancia de estos bandidos era tan grande, que ninguno soportó la esclavitud, sino que unos se dieron muerte a sí mismos, otros mataron a sus compradores y otros perforaron las naves durante la travesía.” (Apiano, Iberia, 77)

Prisioneros encadenados. Ashmolean Museum, Oxford, Inglaterra. Photo Jun


Con el aumento del número de esclavos disponibles, también lo hicieron las actividades en las cuales fueron utilizados, y aunque en un primer momento se había utilizado la mano de obra esclava casi exclusivamente como sirvientes o asistentes domésticos, con el paso del tiempo acabarían estando presentes en la práctica totalidad de los distintos ámbitos de la vida romana.
Con el paso del tiempo la posesión de esclavos no se limitó sólo a las élites de la política y de la sociedad romana, sino que también se convirtieron en propietarios los miembros de las clases sociales más bajas e incluso los mismos libertos. El número de esclavos que se podía llegar a poseer era muy variable, y dependía de la fortuna del señor. Los más favorecidos hacían gala de una ostentación competitiva y se jactaban de la cantidad de esclavos que poseían como signo de su estatus socioeconómico. En una sociedad profundamente jerarquizada como la romana, donde dominaba la conciencia de clase y la autoridad que los estratos superiores ejercían, la posesión de esclavos era señal indiscutible del poder y del prestigio del propietario.
“Pero dejemos de tratar de estos amos del imperio, y hablamos de Cayo Cecilio Claudio Isidoro, que en virtud del Consulado de Gayo Asinius Gallo y Gayo Marco Censorino (8 dc.), el 6 de la Calendas de febrero ( 27 de Enero), escribió su testamento, donde dice que, a pesar de haber perdido gran parte por la guerra civil, sin embargo le quedaban 4.116 esclavos, 3.600 parejas de bueyes, 257.000 cabezas de otros tipos de ganado, y dinero en efectivo: 60 millones de sestercios. Ordenó que 1.100.000 sestercios fueran gastados en su funeral.” (Plinio, Historia Natural, XXXIII, 135)

Cautivos en Roma. Pintura de Charles William Bartlett


Roma se abastecía de esclavos, principalmente, de los prisioneros hechos en sus guerras de conquista. Tras la conclusión de un conflicto armado, era costumbre que los vencedores tomasen a los vencidos como prisioneros para venderlos como esclavos. Un ejemplo de ello es cuando tras la finalización de la Tercera Guerra Púnica (149-146 a.C.) y la definitiva derrota de Cartago a manos romanas, Publio Cornelio Escipión vendió a toda la población de la capital cartaginesa como esclavos.
“Escipión se apodero del campamento enemigo y cedió a la tropa todo el botín a excepción de los hombres libres; al hacer el recuento de los prisioneros se encontró con diez mil soldados de a pie y dos mil de a caballo. De éstos, a los hispanos los envió a todos a sus casas sin rescate, y en cuanto a los africanos le dio orden al cuestor de que los vendiera.” (Tito Livio, Ab Urbe Condita, XXVII, 19)

Africanos. Izda. Museo del Louvre. Drcha. Museo Metropolitan, Nueva York


Otra manera de poder llegar a formar parte de la masa esclava era mediante el secuestro. En tiempos de Augusto el secuestro de personas nacidas libres para ser vendidas como esclavos alcanzó tal nivel que el propio emperador tomó cartas en el asunto mediante la promulgación de una serie de leyes para lograr dar fin al problema. Entre las medidas adoptadas, se puede mencionar el establecimiento y despliegue de cuerpos del ejército en aquellas zonas en donde el fenómeno se manifestaba con mayor incidencia, inspecciones rutinarias de talleres y de otros lugares de trabajo en busca de ciudadanos libres que hubiesen sido privados de su libertad por la fuerza, o bien mediante la ilegalización de gremios y cofradías susceptibles de beneficiarse de mano de obra gracias a esta actividad delictiva. Pese a sus esfuerzos, Augusto fue incapaz de acabar con el problema, y muchas de sus medidas se prolongarían junto a otras nuevas de la misma naturaleza durante el reinado de su sucesor, Tiberio.
Terapontígono.— ¿Cómo puedo dar crédito a tus palabras? Dime, si es verdad lo que afirmas, quién fue tu madre.
Planesio.— Cleobula.

Te.— ¿Y tu nodriza?
Planesio.— Arquéstrata. Ella me había llevado en brazos a ver las fiestas de Dioniso. Cuando llegamos y me sienta, se levanta de pronto un huracán tal, que se vienen abajo los graderíos, me entra un miedo espantoso y entonces viene quien sea y me coge, yo toda asustada y temblando, ni muerta ni viva, y se me lleva sin que yo sepa cómo.

Te.— Sí, me acuerdo yo de aquel siniestro. Pero dime ¿dónde está el que te raptó?Pl.— No lo sé. Pero he guardado conmigo siempre este anillo; lo llevaba puesto el día de mi perdición.
Te.— Trae que lo vea.
Gorgojo.— ¿Estás loca de entregárselo a ése?

Pl.— Déjame.
Te.— ¡Oh, Júpiter, éste es el anillo que yo te regalé un día de tu cumpleaños! Lo conozco tan bien como a mí mismo. ¡Salud, hermana!

Pl.— ¡Hermano, salud! (Plauto, Curculio (El Gorgojo), Acto V, escena 2)

Mercado de esclavos en la antigua Roma, Jean-Léon Gérôme,
Museo del Hermitage, San Petersburgo


En algunos momentos, la actividad pirática en el Mediterráneo convirtió el viaje por sus aguas en algo extremadamente peligroso, siendo frecuente que muchos individuos de libre condición fuesen apresados para ser posteriormente vendidos al mejor postor. Un ejemplo de es el célebre episodio ocurrido al propio César en su juventud, cuando fue secuestrado por piratas cilicios en el año 75 a.C. para ser vendido como esclavo, pero al percatarse de quien era su distinguido prisionero, los piratas decidieron, con el fin de obtener mayor beneficio, pedir un rescate de cincuenta talentos por la libertad de César, lo cual acabaría siendo un error, ya que tan pronto fue liberado, César emprendió una incesante campaña para acabar con todos ellos.
“Habiendo llegado esta expresión a los oídos de César, se ocultó por largo tiempo, andando errante en el país de los Sabinos, y después, en ocasión en que por hallarse enfermo lo conducían de una casa en otra, dio de noche en mano de los soldados de Sila que recorrían el país para recoger a los refugiados. Del caudillo que los mandaba, que era Cornelio, recabó por dos talentos que lo dejase, y bajando en seguida al mar se dirigió a la Bitinia, cerca del rey Nicodemes, a cuyo lado se mantuvo largo tiempo, y cuando regresaba fue apresado junto a la isla Farmacusa por los piratas, que ya entonces infestaban el mar con grandes escuadras e inmenso número de buques.” (Plutarco, Vidas Paralelas, César, I)
Los esclavos también podían proceder de la propia Roma gracias a los nacimientos ocurridos dentro de la población esclava. Según la legislación romana toda la descendencia de una esclava era también esclava, sin importar la identidad o posición social del padre. Indudablemente, la descendencia de los esclavos, reportaba importantes beneficios a los propietarios, por lo que la potenciaban y la recompensaban con la promesa de la manumisión a partir de un cierto número de hijos o liberando parcialmente a la madre de sus tareas.

Lanternario, Museo Nacional de Roma, Termas de Diocleciano


Aunque no constituyó ninguna ilegalidad hasta los últimos momentos del Bajo Imperio, el abandono de recién nacidos, debido, principalmente, a la pobreza, o bien, para evitar una excesiva partición del patrimonio con demasiados herederos, fue una práctica bastante habitual para conseguir nuevos esclavos, pues aunque con la exposición de los recién nacidos lo que se esperaba es que acabasen muriendo, en ocasiones estos eran recogidos por traficantes de esclavos, que los vendían a comerciantes que los intercambiaban por mercancías más allá de la frontera romana.
“Con estas medidas Rómulo dejó a la ciudad regulada y ordenada útilmente para la paz y preparada para la guerra; y la hizo grande y populosa de la siguiente manera: en primer término, estableció la obligación de que sus habitantes criaran a todo vástago varón y a las hijas primogénitas; que no mataran a ningún niño menor de tres años, a no ser que fuera lisiado o monstruoso desde su nacimiento. Sin embargo, no impidió que sus padres los expusieran tras mostrarlos antes a cinco hombres, sus vecinos más cercanos, si también ellos estaban de acuerdo. Contra quienes incumplieran la ley fijó entre otras penas la confiscación de la mitad de sus bienes.” (Diodoro de Halicarnaso, Antigüedades Romanas, II, 15)
La esclavitud también fue empleada por la legislación romana como elemento punitivo contra determinadas conductas y actos delictivos. La mayor parte de los condenados a la esclavitud llevaron a cabo sus labores en minas o canteras en condiciones de vida de gran dureza, aunque algunos otros también fueron destinados a la arena como gladiadores.
“Para continuar con las minas, los esclavos que están destinados a trabajar en ellas producen para sus dueños beneficios en sumas que desafían toda creencia, pero ellos mismos agotan sus cuerpos día y noche cavando bajo tierra, muriendo muchos a causa de los sufrimientos que soportan. Porque no se les concede respiro ni pausa en sus tareas, sino que son obligados por los golpes de los capataces a resistir la severidad de su situación, pierden sus vidas en esta desgraciada manera, aunque algunos que pueden soportarlo, por su fuerza física y sus almas perseverantes, sufren tal dureza durante mucho tiempo, incluso la muerte para sus ojos es más deseable que la vida, por la magnitud del sufrimiento que deben soportar.” (Diodoro Sículo, Biblioteca Histórica, V, 38)

Trabajo en las minas. Ilustración de Granger


Se pensaba que infligir dolor físico era un método efectivo de obtener productividad entre los esclavos que se empleaban en la agricultura, minería y construcción, donde se requería más fuerza que técnica.
En algunos casos extremos, no fue infrecuente que sujetos de libre condición, pero sumidos en la pobreza, optasen por venderse a sí mismos como esclavos con la esperanza de encontrar un buen amo que les procurase sustento y un lugar en donde cobijarse. Otros, movidos por la ambición, lo harían para alcanzar una buena posición social, como, por ejemplo, como administradores de amos acaudalados o en la administración imperial. Un ejemplo de lo mencionado fue el caso de Marco Antonio Palas, que pese a pertenecer a una noble familia arcadia, fue esclavo de Antonia la menor, madre de Claudio, y una vez manumitido y muerta Antonia se convirtió en cliente de su hijo el emperador Claudio, logrando llegar a estar al frente de la gestión de las finanzas imperiales y amasar una inmensa fortuna.
“Barea Sorano, nombrado para cónsul, propuso que se diesen a Palas las insignias pretorias y quince millones de sestercios; añadiendo Escipión Cornelio que debían dársele públicas gracias, porque descendiendo de los reyes de Arcadia, anteponía el servicio a su antiquísima nobleza, y se contentaba con sólo tener lugar entre los ministros del príncipe.” (Tácito, Anales, XII, 53)


Por muy horrible que parezca la ley romana permitía a los padres ligar por contrato a sus hijos en una servidumbre durante un número de años hasta un máximo de 25. Esta medida pudo haber sido tomada por los emperadores cristianos con la esperanza de que se evitase el infanticidio, aunque estos niños acababan siendo tratados como esclavos y era difícil que recuperaran su estatus de libertad. Todavía en el siglo VI d.C. Casiodoro recoge en su obra Variae una carta escrita en nombre del rey ostrogodo Atalarico en la que se describe la feria de San Cipriano en Lucania y el mercado donde jóvenes de ambos sexos son vendidos por sus padres, que ven una mejora pasar de las labores del campo a la servidumbre en la ciudad.
“Allí se exhibe a chicos y chicas diferenciados por edad y sexo, traídos al mercado no como cautivos, sino libres. Son vendidos con razón por sus padres, porque se benefician con su esclavitud. No hay duda de que mejorarán con su paso de las faenas del campo al servicio en la ciudad.” (Casiodoro, Variae, VIII, 33)
En el Bajo Imperio proliferaron, debido a la difícil situación social, política y económica, las bandas organizadas de comerciantes de esclavos que se dedicaban a llevarse a personas, e incluso familias enteras, nacidas libres, de sus tierras y a venderlos en otros lugares del Imperio. Agustín de Hipona escribe en sus cartas denunciando tal situación.
“Hay muchos de esos en África que se llaman comúnmente tratantes de esclavos (
mangones), que parecen estar exprimiendo a áfrica de mucha de su población humana y llevándola como mercancía a las provincias al otro lado del mar. Casi todos son personas libres. Solo unos pocos son vendidos por sus padres y los que los compran, no como permite la ley romana, como siervos ligados por contrato por un periodo de 25 años, sino que los compran como esclavos y los venden al otro lado del mar como esclavos. Los verdaderos esclavos son vendidos por sus dueños muy raramente. De este grupo de mercaderes ha surgido una multitud de tratantes corruptos que, en manadas, gritando, con temibles atuendos militares o bárbaros invaden las áreas rurales remotas y dispersas y se llevan a aquellos que venderán a dichos mercaderes.” (Agustín de Hipona, Carta 10 a Alipio)

Mercado de Esclavos, pintura de Gustav Boulanger


Asimismo, el hecho de haber contraído una gran cantidad de deudas podría ser un camino para acabar convirtiéndose en esclavo. Si se conseguía demostrar la incapacidad del deudor de saldar todas sus deudas el acreedor podía entonces pedir a los tribunales autorización para vender a su deudor como esclavo.

“Dirigió entonces Lúculo su atención a las ciudades de Asia, para hacer, mientras se hallaba desocupado de los negocios militares, que participasen de la justicia y de las leyes; beneficios de los que los increíbles e inexplicables infortunios pasados habían privado por largo tiempo a la provincia, saqueada y esclavizada por los recaudadores de impuestos y prestamistas, que reducían a los naturales al extremo de vender en particular a los hijos de buena presencia y a las hijas vírgenes, y a las ciudades, las ofrendas votivas, las pinturas y las estatuas sagradas, y ellos, al fin, venían a sufrir la suerte de ser entregados por esclavos a los acreedores. Y lo que a esto precedía, la tortura de las cuerdas, los encierros, el potro, las estancias a las inclemencias del tiempo, en el verano al sol y en el invierno al frío, entre el barro y el hielo, era todavía más duro e insoportable; de manera que la esclavitud, en su comparación, era paz y alivio de miserias.” (Plutarco, Vidas Paralelas, Lúculo, XX) 


Esclavos portando una litera, pintura de Ettore Forti

La diversidad de procedencias y destinos de los esclavos contribuyeron a que el conjunto de la población esclava dentro del Imperio fuese muy heterogéneo, factor decisivo junto con la variedad de ocupaciones que desempeñaban, para que entre ellos no se creara una conciencia o solidaridad de clase que los motivara para rebelarse en conjunto contra el orden establecido. Aunque sí se produjeron revueltas, como la liderada por Espartaco en el año 73 a. C., o, a menor escala, la conspiración del 24 d. C. en el sur de la península itálica, no fueron muy habituales. 


“Como parte del mandato de Mario contra los Cimbrios, el senado le había comisionado para reclutar hombres de los países más allá de los mares; para lo que Mario envió emisarios al rey Nicomedes de Bitinia, pidiéndole que enviara algunos hombres como auxiliares; pero Nicomedes respondió que la mayoría de Bitinios había sido tomados como esclavos por los recaudadores de impuestos, y dispersados por las provincias. Al saber esto, el senado decretó que ningún hombre libre que perteneciese a los aliados de Roma fuera forzado a ser esclavo en ninguna provincia, y que los pretores deberían ocuparse de que todos fueran liberados. Para cumplir esta orden Licinius Nerva, entonces pretor en Sicilia, convocó audiencias y liberó a tantos esclavos que en pocos días más de ochocientos ganaron su libertad; así que todos los esclavos en Sicilia se sintieron alentados y se sintieron esperanzados de su libertad. Los más eminentes sicilianos, por tanto, recurrieron al pretor, y le pidieron que desistiera de hacer a ninguno más libre. A partir de entonces él (o bien sobornado, o por ganarse su favor) retiró su apoyo a las audiencias, y si otros venían a él con la esperanza de ser liberados, los despedía con duras palabras y los enviaba de vuelta con sus dueños. Por ello los esclavos se juntaron en una conspiración; dejaron Siracusa, y se reunieron en el bosque de los Palicios, donde discutieron sobre su intencionada rebelión. La audacia de los esclavos se hizo evidente en muchos lugares por toda la isla. Entre otros, treinta esclavos de dos hermanos ricos en la región de Halicyae fueron los primeros en asegurarse su libertad; su líder fue un tal Varius. Estos, primero mataron a sus dueños mientras dormían en sus camas: después se marcharon a las residencias vecinas, y apremiaron a todos los esclavos a que les siguieran hacia la libertad; y más de ciento veinte se unieron en esa misma noche.” (Diodoro Sículo, Biblioteca Histórica, XXXVI, 3)

Espartaco, ilustración de Sanesi


Los amos romanos preferían escoger a los esclavos por su origen de acuerdo a la actividad a la que iban a destinarlos. Por ejemplo, para el servicio doméstico prefirieron africanos y asiáticos, mientras que los esclavos de origen heleno, debido a su mayor cultura, desempeñaron su labor en el campo educativo o de las artes.
“Aquella mano otrora confidente de mis trabajos, fecunda para su dueño y conocida de los Césares, el joven Demetrio, falleció en la primavera de su vida: había cumplido tres lustros y cuatro veranos. No obstante, para que no bajara a las lagunas Estigias siendo esclavo, cuando el pernicioso mal abrasaba a su presa, tuve la precaución de resignar en el enfermo todos mis derechos de señor. Merecía haberse puesto bueno con mi regalo. Expirando, se dio cuenta de su premio y me llamó “patrón”, a punto de emprender, como libre, el viaje hacia las aguas infernales.” (Marcial, Epigramas, I, 101)

Esclavo doméstico africano, Museo del Louvre


Dentro de la clase esclava también existieron varias categorías. Los esclavos rurales constituían el escalón más bajo de los esclavos y no gozaban de tantos privilegios como los siervos urbanos. No disfrutaban de la misma libertad de movimientos, pero al menos, y en contraste con muchos individuos libres, pero extremadamente pobres, fueron dotados de vestimenta y manutención por sus amos, cosa que los libres tenían que procurarse por sí mismos. 

“Así pues, el dueño diligente es el que se entera, por los esclavos encadenados, pero también por los que no lo están- con los que la confianza es mayor-, si reciben lo que les corresponde de acuerdo con lo dispuesto por él, y comprueba él mismo en su propio paladar la buena calidad del pan y la bebida, y examina el vestido y la protección de manos y pies.” (Columela, De Agricultura, I, 8, 18)
Las condiciones de trabajo de los esclavos rurales fueron mucho más duras que en la ciudad, especialmente porque sus propietarios estuvieron más interesados en obtener el máximo beneficio posible de su trabajo que en dispensarles un buen trato. Sin embargo, algunos lograron mejorar sus condiciones de vida gracias a sus conocimientos agrícolas y contacto más frecuente con sus amos, llegando a ocupar puestos de responsabilidad, como, por ejemplo, la gestión de las tierras de cultivo.
“Ni ha de darse maña solo en el trabajo del campo, sino que debe también estar instruido- hasta donde lo permite su condición servil- en las cualidades del espíritu, a fin de no ejercer su autoridad ni débil ni cruelmente, premiando siempre con un trato especial la excelencia de algunos sin dejar por ello de perdonar a la vez a los menos buenos, procurando hacerse temer por severo antes que ser odiado por su crueldad.” (Columela, De Agricultura, VIII, 10)
No solo el trabajo en las labores del campo se consideraba duro y extenuante, sino que trabajos de tipo más industrial, como el desempeñado en los molinos, necesitaba un gran esfuerzo y era causa de desgaste corporal.
“¡Qué desechos humanos había allí! Aquella gente tenía la piel marcada de arriba abajo por las moraduras del látigo; su espalda cicatrizada, más que cubierta parecía sombreada por andrajos entrecosidos; algunos tan sólo cubrían su bajo vientre con un paño reducido a la mínima expresión; desde luego, todos iban vestidos como para lucir su cuerpo a través de los harapos: tenían letras grabadas en la frente, la cabeza medio rapada, los pies con anillas; desfigurados ya por su color lívido, el humo de los hornos y el vapor del fuego les ha chamuscado los párpados hasta dejarlos medio ciegos. Y así como los atletas se salpican de arena fina antes del combate, esta gente lleva una sucia máscara blanca que es mezcla de ceniza y harina.” (Apuleyo, Metamorfosis, IX, 12)

Trapeto oleario. Ilustración: Inklink Musei - Sovrintendenza Archeologica di Firenze


En una posición intermedia se encontraron los esclavos urbanos y domésticos, que, gracias a la proximidad y la convivencia con sus amos, llegaron a gozar de algunos privilegios impensables para los esclavos rurales. Algunos por su posición dentro de la casa gozaban de ciertas prerrogativas que les permitían obtener prebendas y mantener cierta dignidad o, incluso, autoridad. Por ejemplo, el 
janitor, en las casas acomodadas, que en los primeros tiempos solía estar encadenado, para que no abandonase la vigilancia de la puerta, y, que, posteriormente, ya sin cadenas, cumplía la función de anunciar a los visitantes, era representado a veces como insolente y antipático en su función de custodio de la intimidad del hogar y consciente de su poder a la hora de admitir la entrada a determinados personajes no deseados. Si estos se presentaban con algún obsequio, eran mejor recibidos.
“¿No ha de llegar el sabio a las puertas guardadas por un áspero y desabrido portero? Si se ve obligado por una necesidad, probará llegar a ellas, amansando primero con algún regalo al que las guarda como perro mordedor, sin reparar en hacer algún gasto, para que le dejen llegar a los umbrales; y considerando que hay muchos puentes donde se paga el tránsito, no se indignará por pagar algo, y perdonará al que se lo cobra, sea quien sea, pues vende lo que está expuesto a venderse. De corto ánimo es el que se ufana porque habló con libertad al portero y porque rompió la vara y entrando le pidió al dueño que lo castigara.” (Séneca, De la Constancia del Sabio, 14)

Pintura de Roberto Bompiani. Galería Nacional de Arte Moderno y Contemporáneo, Roma

Los esclavos que atendían las necesidades particulares y domésticas de las familias romanas formaban verdaderas cuadrillas de sirvientes los cuales ejercían labores especificas o cualificadas y gozaban de distinta consideración por parte de sus dueños. 
“Cuando estamos recostados para la cena, uno limpia los esputos, otro agazapado bajo el lecho recoge las sobras de los comensales ya embriagados. Otro trincha aves de gran precio: haciendo pasar su mano experta por las pechugas y la rabadilla con movimientos precisos, separa las porciones. Desgraciado de él, que vive para este solo cometido: descuartizar con habilidad aves cebadas; a no ser que sea aún más desgraciado el que enseña este oficio por placer, que quien lo aprende por necesidad. Otro, el escanciador, engalanado como una mujer, está en conflicto con su edad: no puede salir de la infancia, se le retiene en ella; y, a pesar de su constitución propia ya de soldado, depilado, con el vello afeitado o arrancado de raíz, pasa en vela toda la noche, que reparte entre la embriaguez y el desenfreno de su dueño para ser hombre en la alcoba y mozo en el convite. Otro a quien está encomendada la selección de los comensales, desdichado, permanece de pie y espera a quienes el espíritu servil o la intemperancia en el comer o en el hablar les permitirá volver al día siguiente. Añade a éstos los encargados de la compra que tienen un conocimiento minucioso del paladar de su dueño, que saben cuál es el manjar cuyo sabor le estimula, cuyo aspecto le deleita, cuya novedad, aun teniendo náuseas, puede reanimarle, cuál el que, por estar ya saciado, le repugna, cuál el que le apetece aquel día.” (Séneca, Epístolas, 47)


Pinturas de sirvientes de la tumba de Silistra, Bulgaria

Otros esclavos se hicieron esenciales para sus dueños por su capacidad de administrar los bienes de la casa (dispensatores) y gestionar los asuntos económicos de la familia (procuratores). A estos los asistían tesoreros, contables y secretarios. Los propietarios de estos siervos de confianza los trataban con mucho más respeto que a los esclavos menos cualificados.


Los esclavos públicos que trabajaban para el Estado eran empleados en la construcción de obras públicas como carreteras y acueductos y también se dedicaban a su mantenimiento. 



Muchos condenados por delitos eran destinados a las minas, pero los servi publici más preparados trabajaban como funcionarios al servicio de la familia imperial, desempeñando cargos de confianza y teniendo a su cargo a otros esclavos (vicarii).
Musicus Scurranus, esclavo de Tiberio y administrador del Tesoro de la Galia fue conmemorado cunado murió en Roma por sus vicarii, dieciséis en total (un agente de negocios, un contable, tres secretarios, un médico, dos mayordomos, dos ayudantes, dos cocineros, un encargado del guardarropa, uno a cargo del oro y otro de la plata. Y una mujer de la que no se cita su oficio. Como la ley no permitía a los esclavos tener propiedades, en realidad los vicarii pertenecerían al dueño de Scurranus, el César Tiberio. Sin embargo, el puesto de Scurranus era de tanta confianza y requería tal preparación que permitiría al propio Scurranus obtener importantes beneficios económicos.
Los esclavos que eran trasladados desde su lugar de origen a Roma o a otros centros de comercio de esclavos, viajaban hacia lo desconocido sufriendo todo tipo de vejaciones y violencias durante el trayecto, y sufrían un fuerte impacto psicológico, lingüístico y cultural al dejar su propia sociedad y tener que adaptarse a la de su lugar de destino. Aquí eran llevados al mercado de esclavos, donde la venta de éstos tenía la misma consideración que si de ganado o animales de carga se tratara, no había diferencias jurídicas en estos tipos de transacciones, se regulaban por un edicto de los ediles, magistrados que supervisaban el mercado y cuya labor principal era evitar que el vendedor engañara al comprador.
“Los ediles dicen: Aquellos que venden esclavos deberían notificar a los compradores si tienen enfermedades o defectos, si tienen la costumbre de huir, deambular, o no han sido liberados de la responsabilidad por el daño que han cometido. Todo esto debe difundirse públicamente a la hora de venderse los esclavos. Si se vendiese un esclavo violando esta provisión, o en contra de lo que se ha dicho y prometido cuando tuvo lugar la venta, se indemnizará al comprador y a todas las partes interesadas, se concederá una acción para obligar al vendedor a aceptar al esclavo de vuelta. Sin embargo, si tras la venta y entrega, el valor de dicho esclavo hubiera disminuido por la actuación de los esclavos del comprador, o de su agente, o si la esclava hubiera tenido un hijo tras la venta; o, si cualquier acceso se hubiera hecho a la propiedad procedente de la venta; o si el comprador hubiera obtenido algún beneficio de dicha propiedad, deberá restaurar el total de ello. Además, si él mismo hizo alguna adición a la propiedad, puede recuperar lo mismo del vendedor. Si el esclavo hubiera cometido un acto ilegal punible con muerte, si es culpable de cualquier acto contra la vida de alguien, o si ha sido llevado a la arena para luchar contra las fieras, todas estas cosas deben indicarse en el momento de la venta, porque en estos casos concederemos una acción para la vuelta del esclavo. También concederemos una acción cuando una parte haya vendido, a sabiendas y con mala fe, un esclavo violando estas provisiones.” (Ulpiano, Digesto, Edicto de los ediles curules, I)


Esclava romana. Pintura de Óscar Pereira da Silva,
Pinacoteca del Estado de Sao Paulo

El vendedor, por ley, debía informar de los defectos físicos, enfermedades, carácter, reputación... de la mercancía expuesta y los detalles quedaban reflejados en los documentos de compraventa, los cuales podían ser utilizados como prueba en caso de dolo o engaño. Para asegurarse de que no adquirirá un esclavo defectuoso o demasiado problemático –el esclavo era considerado como una propiedad problemática– el comprador podía examinarlo como si de un objeto o animal se tratara, totalmente despojado de su dignidad humana. Sin embargo, los trucos debían ser variados entre los tratantes de esclavos para ocultar los defectos de los esclavos expuestos y poder así convencer (y engañar) a los incautos compradores.


“Cuando vas a comprar un caballo ordenas que le saquen la albarda; a los esclavos en venta les quitas los vestidos para que no oculten defecto alguno corporal; al hombre, ¿le pondrás precio estando embozado? Los traficantes de esclavos disimulan con algún postizo todo cuanto pueda desagradar; por ello los mismos aderezos despiertan las sospechas de los compradores. Si advirtieses que la pierna o el brazo están sujetos con vendas, mandarías que los descubriesen y que se te mostrase el cuerpo desnudo.” (Séneca, Epístolas, 80)
En la ciudad costera de Side (Turquía) en el verano del año 142 d.C. fue vendida una niña de 10 años, llamada Abaskantis, por un cierto Artemidorus a un nuevo propietario, Pamphilos, según la ley romana.
“En el consulado de l. Cuspius Rufinus y L. Statius Quadratus, en Side, ante l. Claudius Auspicatus, demiurgo y los sacerdotes de la diosa Roima, en el 26 de Loos. Pamphilos, también conocido como Kanopos, hijo de Aigyptos, de Alejandría, ha comprado de Artemidoros, hijo de Aristokles, en el mercado la niña esclava Abaskantis, o de cualquier otro nombre, una gálata de 10 años, por la suma de 280 denarios de plata. M. Aelius Gavianus garantiza la venta. La niña está sana, de acuerdo con el Edicto de los Ediles... está libre de responsabilidad en todos los aspectos, no tiene tendencia a deambular ni escaparse, y está libre de epilepsia…” (Contrato de venta de una esclava, Papiro Turner 22)


Compra de una esclava, Pintura de Jean-Léon Gérôme


Era habitual señalar que los esclavos no sufrían de enfermedades frecuentes en la época como epilepsia, lepra, etc.
El poeta Horacio imita de una forma algo irónica lo que podía ser el anuncio de las cualidades o posibles defectos de un esclavo dirigidas por el tratante de esclavos al público desde la plataforma de venta.
“Floro, amigo leal del buen e ilustre Nerón si alguien quiere venderte un esclavo nacido en Tíbur o en Gabios, y trata contigo de esta manera: Este buen mozo, y guapo de pies a cabeza, por ocho mil sestercios se hará y será tuyo. Es nacido en la casa, y dispuesto para el trabajo tan pronto el amo le haga una seña. Tiene un barniz de letras griegas y sirve para el oficio que quieras, pues la arcilla mojada podrás modelarla a tu gusto. Incluso te puede cantar mientras cenes y, aunque no es un experto, lo hará de manera agradable. Quien mucho promete, su crédito mengua; pues se excede los elogios quien quiere quitarse de encima las cosas que pone a la venta. A mí nada me apremia: soy pobre, pero con mi dinero. Ningún vendedor te haría este precio, ni yo se lo haría sin más a cualquiera. Faltó al trabajo una vez y, como suele ocurrir, se ocultó bajo la escalera por miedo al zurriago colgado del muro..."(Horacio, Epístolas, II, 2)
El esclavo se compraba, vendía, alquilaba, prestaba, regalaba, castigaba, premiaba, le cambiaban el trabajo, le separaban de su familia, incluso lo podían liberar; vivía en un estado de completa inseguridad, totalmente ajeno al control de su propia existencia. Esclavitud y violencia estaban íntimamente ligadas lo cual se ponía de manifiesto principalmente a través de la explotación sexual y el maltrato físico. Una esclava estaba siempre expuesta a agresiones sexuales por parte de cualquier hombre libre e incluso por un esclavo de rango superior. La prostitución era un negocio donde iban a parar multitud de mujeres y niños esclavos. Era perfectamente normal que un propietario pretendiera satisfacer sus deseos sexuales o los de sus amigos con esclavos-as, muchos de éstos eran elegidos para ese fin.
“¡Oh, mi grato descanso! ¡Oh, mi dulce tormento, Telesforo, cual no lo hubo nunca entre mis brazos! Dame besos, mi niño, húmedos de añejo falerno, dame copas aminoradas por tus labios. Si sobre esto añadieras los verdaderos goces de Venus, negaría que a Júpiter le vaya mejor con Ganímedes.” (Marcial, Epigramas, XI, 26)


Detalle de mosaico, Villa del Tellaro, Sicilia


Si alguna vez se cuestionaba este “uso” no era por el reconocimiento de cierto derecho a los esclavos, pues la opinión de éstos no contaba, sino por proteger la propiedad de agresiones que les pudiera causar daños, o bien, por la moralidad de los que cometían los abusos sexuales. En cuanto al maltrato físico, éste no era en absoluto reprobable, por lo que si el amo lo consideraba oportuno el esclavo sería azotado, golpeado, lesionado, torturado e incluso mutilado, aunque esto último era contraproducente pues iba en contra de la productividad del esclavo y por tanto de su rentabilidad.
“Cuando volvía a casa desde Roma, viajaba con un amigo mío de Gortyna, en Creta. Era este, en otros aspectos una persona agradable, porque era simple, amigable, bueno y para nada avaro. Pero tenía tendencia a la ira y pegaba a sus esclavos con las manos y a veces con los pies, pero frecuentemente con un látigo o cualquier pieza de madera que estuviera a mano. Cuando estábamos en Corinto, decidimos enviar todo nuestro equipaje y todos los esclavos, excepto a dos, de Cenchreae a Atenas en barco, mientras que nosotros alquilamos un carro para nuestro viaje por tierra por Megara. Cuando ya habíamos pasado Eleusis y llegábamos a la llanura Thriasian, pidió a los esclavos (que seguían al carro) un bulto del equipaje, pero no sabían dónde estaba. Él se encolerizó y como no tenía nada más para golpear a los jóvenes, cogió un espada grande con su vaina y la descargó en la cabeza de ambos. No golpeó con la parte roma (con la que no habría causado gran daño), sino con el filo. La hoja cortó a través de la vaina e infligió dos heridas considerables en ambas cabezas, porque les golpeó dos veces. Cuando vio la sangre saliendo a borbotones, se marchó rápidamente andando hacia Atenas por temor a que alguno de los esclavos pudiera morir mientras él estuviera allí. Conseguimos llevar a los heridos a Atenas.” (Galeno, Tratado de las pasiones del alma y sus errores, IV)

Maltrato a un esclavo, detalle de mosaico, Villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia


Por otra parte, la gran mayoría de los esclavos, por costumbre, cultura o instinto de supervivencia, aceptaban su condición y trabajaban en la medida de sus posibilidades para hacer su vida lo más tolerable posible y soportaban los males que padecían como algo inherente a su estado servil.
“MESENIO.— La piedra de toque para un buen esclavo, es el ver si se ocupa de los intereses de su amo, mira y vela por ellos y se esfuerza en su ausencia por atenderlos con tanto celo como si el amo estuviera presente o aún mayor. Para un sujeto de cordura deben ser las propias costillas más importantes que las tragaderas, y las piernas más que el estómago. Debe tener presente el pago que reciben de sus amos los malos siervos, los que son haraganes y desleales: látigos, grillos, piedras de molino, fatiga, hambre, duro frío; eso es la recompensa de su mal comportamiento. Yo tengo un miedo muy grande de esos castigos, por eso he resuelto portarme bien y no mal, porque es que yo aguanto bien las órdenes, pero los látigos, los odio y prefiero cien veces comer el trigo molido que no tener yo que molerlo para los demás. Por eso yo obedezco las órdenes de mi amo y las pongo por obra con exactitud y sumisión. Y me va bien así; los demás pueden ser como ellos tengan por conveniente, pero lo que es yo, no me saldré de lo que es mi deber; yo quiero vivir en ese temor y evitar toda culpa, de modo que esté siempre y en todo lugar a la disposición de mi amo; los esclavos que, aun estando libres de culpa, son temerosos, ésos son provechosos a sus dueños. Porque los que no conocen ninguna clase de temor, tienen al fin que temer, si es que se han portado mal. Además, yo no tendré que sentir temor mucho tiempo: no está lejos el momento en el que mi amo me recompense mis servicios. Yo sirvo de la forma que creo que es en interés de mis espaldas.” (Plauto, Los dos Menecmos, V, 6)


Plauto, el molinero. Camilo Miola. Museo Civico de Castel Nuovo, Nápoles

Bibliografía:

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https://www.persee.fr/doc/dha_0755-7256_2015_num_41_1_4133; The Bitter Chain of Slavery; Keith R. Bradley
SLAVERY AND SOCIETY AT ROME; KEITH BRADLEY; CAMBRIDGE UNIVERSITY PRESS
https://www.academia.edu/4063270/_Slavery_and_the_Roman_Family_; SLAVERY AND THE ROMAN FAMILY; Jonathan Edmondson
https://www.degruyter.com/view/j/klio.2016.98.issue-1/klio-2016-0006/klio-2016-0006.xml; The Role of Slave Markets in Migration from the Near East to Rome; Morris Silver
https://www.academia.edu/9610135/Oxford_Handbook_of_Roman_Epigraphy_CH._28._Slaves_and_Freed_Slaves; SLAVES AND FREED SLAVES; CHRISTER BRUUN
https://oaktrust.library.tamu.edu/handle/1969.1/157697; A JOURNEY IN CHAINS: A STUDY OF THE ANCIENT ROMAN SLAVE; VICTORIA HODGES
https://www.classics.upenn.edu/sites/www.classics.upenn.edu/files/Divjak%20Augustine%2010%20Trans.pdf; LETTER 10
https://www.academia.edu/2389347/Slave_Labour_and_Roman_Society_-_2011; SLAVE LABOUR AND ROMAN SOCIETY; John Bodel

http://mural.uv.es/juasajua/esclavitud.htm; La esclavitud en Roma, Juana Sáez Juárez
Ancient Greek and Roman Slavery; Peter Hunt; Google Books
Slavery in the Late Roman World, AD 275–425; Kyle Harper; Google Books
Plautus and Roman Slavery; Roberta Stewart; Google Books