Quique Setién ya es entrenador del FC Barcelona. Y lo es después de que la junta directiva del pluriempleado Bartomeu haya protagonizado una de las peores gestiones que servidor recuerda. La sensación de improvisación ha alcanzado tal nivel en Can Barsa que el club destila un amateurismo sonrojante.
Valverde tenía que haber salido quizás tras Roma y desde luego tras Liverpool. No fue el caso porque Bartomeu se resistía a ver una realidad palmaria. Bien, al fin y al cabo el presidente de un club debe tomar decisiones, es algo que va en el cargo. Lo que cuesta más entender es que a mitad de temporada se tome una decisión que se podía y debía haber tomado el verano anterior. Y si encima llega Setién, entrenador que ya estaba disponible en junio, la decisión tomada estos días cuesta más de entender.
Aprovecharé este último párrafo sobre Ernesto Valverde para destacar que lo mejor que se puede decir de él es que es un buen hombre. Alguien exquisito en ruedas de prensa, educado y tranquilo. Un entrenador que, en mi opinión, no ha sido fiel a su filosofía y que carece del carisma suficiente para llevar una plantilla de primer nivel mundial. Suerte Ernesto en el futuro.
Y comienza una nueva época con un Quique Setién que deja las vacas de su pueblo atrás para entrar en un vestuario donde la principal labor será precisamente acabar con los vicios adquiridos entre otros por las "vacas sagradas".
Los culés están deseosos de que las buenas intenciones de la rueda de prensa de hoy con frases como "el estilo es innegociable y si hay que morir con él, pues se muere", se transformen en hechos sobre el césped. No tenemos problema en que lleve al extremo su filosofía. En el Barsa los resultados no sostienen a entrenadores si no vienen acompañados de juego. Entrenadores como Robson o Valverde lo demuestra.
Comienza una etapa nueva donde todo el que siga al Barsa sabe que estamos ante una ruleta rusa, o Setién o el abismo.