Sevilla y Japón

Por Selva Del Olvido

Los secretos de 1614
Parte I: Sevilla

En 1614, Sevilla recibió la visita de los embajadores de Japón Hasekura, y Luis Sotelo. Su plan: la explotación conjunta de Nueva España y el comercio directo entre España y Japón. Un episodio desconocido de nuestra historia que no obstante, tiene muchos secretos que desvelar...


Sevilla fue durante el siglo XVI y aun los primeros años del XVII, una de las más grandes ciudades de la corona española, capital, sin duda económica, y puerta del Atlántico. Lo que explica que de llegar una embajada de un país ignoto a nuestro país, lo hiciera a Sevilla. Sin embargo, distaba mucho en 1614, de ser Sevilla, la ciudad que había sido capitalidad de Europa, si no de iure, de facto. La presión fiscal, un comercio en retroceso y un población empobrecida, hacían muy difícil que los planes que más adelante desgranaremos, funcionaran. Fue precisamente la preeminencia de la ciudad, una de las claves que acabaron con ella. Un universo repleto de nobles con grandes privilegios como los Denia, que servía a la corona con grandes donativos, como la enajenación de propiedades para pagos de la corona. La obligación del ayuntamiento de organizar milicias, el fraude organizado desde las más altas esferas, hacían muy difícil, que en una situación de retroceso económico general, Sevilla, pudiera mantener la que se había convertido en una tradicional grandilocuencia.
Sevilla, es una ciudad caracterizada por un dualismo básico. Por una parte, es residencia de grandes propietarios y personal participante del gobierno y por otra, lugar de hábitat de una ingente comunidad campesina, maltratada en ocasiones por el caprichoso tiempo sevillano, que producía años de grandes cosechas, y otros de una escasez pluviosa, muy dura. Este tejido campesino estaba salpicado por una red de artesanos y pequeños comerciantes, encargados de hacer circular productos básicos dentro de este mercado “interior” de consumo, que conformaba el pueblo llano. Por tanto Sevilla es una ciudad en la que sus clases bajas no mantienen una continuidad en la subsistencia.
Las clases altas tampoco estaban libres de imposición ya que era característico de la ciudad, intentar cumplir con las peticiones de donativos que los Austrias realizaban ante dificultad económica. La burguesía comercial, cargaba con el peso de la compra de juros y en la ciudad existía una gran cantidad de moneda que solía verse devaluada con cada crisis económica de la monarquía, crisis que las clases bajas pagaban en forma de mayores impuestos. Y pese a todo Sevilla era una de las ciudades más importantes de Castilla.

Siempre sujeto a los ciclo económicos de la corona y a las deudas con los banqueros, la afluencia de plata en Sevilla era mayor que en ninguna otra ciudad de la península, lo que significaba para el pueblo llano salarios fijos, pero bajos. Son reiterados los documentos encontrados por autores como Domínguez Ortiz, en la Casa de Contratación, que hacen referencia a una carestía en los salarios, insuficientes en con un precios marcados por la inflación, lo que llevaba a una pobreza en servicios y bienes de consumo. No ayudaba tampoco a la situación un desorden en los cultivos que provocaba aun mayor escasez en un mercado reducido, el empeño en competir con jerez en la producción de vino, llevaba a unos rendimientos económicos insuficientes. La industria, de tipo gremial, necesitaba en ocasiones de mercancías, que no llegaban por el escaso calado del Guadalquivir, y sufría con la irregularidad en la demanda.


La presencia en la ciudad de una red arancelaria bien organizada por la Casa de Contratación, significaba que cada producto importado llevaba consigo un importante recargo impositivo, solo costeable para las clases más altas. En el caso de los productos importados de Asia, aun mayor si tenemos en cuenta los precios del transporte, normalmente realizado en naves no castellanas. Existían dos redes Arancelarias superpuestas en ocasiones. La Mayor, que gravaba las mercancías de tráfico europeo y la de Indias, aranceles enajenados al pago de la deuda de la corona, por tanto cobrados con religiosidad. Solo un fuerte interés en un objeto concreto podía facilitar su llegada, lo que en parte viene a demostrar la fuerte fijación de la población sevillana por el mundo oriental, sus sedas y piedras preciosas.
Por supuesto existía el contrabando y el fraude, sin embargo, mucho más difícil de demostrar documentalmente. Se sabe que las cuadrillas de descarga de los puertos realizaban tareas de estraperlo, y que aquellos en cuyas manos se encontraban los arriendos de esas rentas, solían traficar para su beneficio, lo que sin duda no haría sino aumentar el precio de esas mercaderías. 
Sin un superávit económico era difícil que se desarrollara una industria que viniese a paliar las deficiencias de una demanda escasa. La demanda de Indias era intermitente y sus beneficios a menudo eran dedicados al pago de deudas, el metal en circulación devaluado en ocasión y sujeto a precios inflados, tampoco permitía una inversión segura que avalara la producción. El pago, por otra parte de muchos de los grandes negocios que en la ciudad se realizaban, podía ser a uno o dos años, lo que, en un mundo con escasa planificación económica, suponía la imposibilidad por parte del campesinado, de dejar sus tierras para trabajar en tareas fabriles de cualquier tipo.
Las continuas bancarrotas de Felipe II también acabaron con el posible crédito bancario que pudiera existir en la ciudad, y aquellos que se hacían con las riendas de la banca, como la familia Espinosa, al cargo del banco público de Sevilla, realizaban tareas de especulación que funcionaban en espectacular sinergia con lo descrito anteriormente para empobrecer a la ciudad, necesitada de efectivo en oro. Tampoco podía la corona realizar un control demasiado duro sobre sus acreedores, siempre necesitada de socios económicos. Instituciones como el fondo de Bienes de Difuntos de Indias, quebró en 1601, y fue imposible sustituirlo, un ejemplo más de la degradación económica en la que la ciudad se encontraba a la llegada de la embajada, y que explica en parte, la escasa capacidad de movimiento que tuvo la ciudad ante las peticiones de Hasekura.
Aun con todo lo anterior, el artesanado de la ciudad realizó buenos trabajos en seda, llegando a tener unos mil telares en su mejor momento, que nunca paró por completo, lo que explica la persistencia hoy día de manufacturas como la de los mantones. El resto de industria podemos desgranarla en jabón y cerámica, lo que no deja de ser un sector básico y muy basado en la tradición. 
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