Se mueve sobre mí. Se da la vuelta hasta que su vagina está sobre mi cara y la mía bajo su boca. No me roza, sólo la muestra y murmura mientras siento su aliento.
—Hazlo sólo una vez. Si no te gusta, te prometo que me retiraré.
Nunca he visto una vagina tan cerca. Está limpia, depilada como la mía, reluciente y tentadora. Ensimismada, la observo cuando la escucho jadear.
—Judith… saca la lengua una vez… Sólo una vez. Mira así…
Noto su lengua pasar lentamente sobre mis labios exteriores. Tiemblo.
Abducida por el momento y por la excitación que siento, hago lo que me pide. Saco mi lengua y lo hago.
—Oh, sí… —la oigo decir.
La sensación me gusta y vuelvo a pasar mi lengua. Ella hace lo mismo y la que jadea ahora soy yo.
—Hagamos una cosa. Repite lo mismo que yo te haga.
Sin más, aquella mujer abre los labios exteriores de mi vagina y posa su ardiente boca en mí. Jadeo… pero hago lo mismo. Abro mi boca y chupo su interior. Durante unos segundos intento hacer lo que ella hace pero no puedo… Yo quiero mover mi lengua de otra manera y mordisquearle los labios internos.
Me olvido de mis prejuicios y la mordisqueo. Noto que ella tiembla. Sus labios se abren ante mi contacto y vislumbro el clítoris. Curiosa, llevo mi lengua hasta él y lo rozo. Éste responde hinchándose en décimas de segundo y yo me inquieto.
—Oh… Judith… me estás volviendo loca… ¿De verdad que nunca lo habías
hecho?
—Nunca.
Avivada por la visión de su clítoris, hago lo que Eric suele hacerme. Lo toco con la punta de la lengua, lo rodeo y, cuando está hinchado, lo aprisiono entre mis labios y estiro.
Marisa se contrae y jadea. Intenta retirarse pero le agarro los muslos y me llevo el clítoris a mi boca para avivarlo más y más.
Pensé que aquello me daría asco, pero no. Paseo mi boca por su vagina perfectamente depilada y mordisqueo su clítoris y eso me hace sentir poderosa y exigente. Marisa se restriega contra mí y la oigo gemir. En ese momento yo deseo más… mucho más, pero ella me quiere poseer y me frena. Vuelve a su estado inicial. A cuatro patas sobre mí.
—Ahora que ya sabes lo que yo quiero de ti, permíteme que disfrute de tu cuerpo.
Agarra mis pechos, junta los pezones y se introduce los dos en la boca. Los endurece y con la lengua juega con ellos. Cuando escucha mi jadeo, los deja.
—Te voy a quitar el camisón. Cierra los ojos y entrégate.
Asiento, excitada, pero antes veo que Eric y Mario entran en el dormitorio. Se sientan cada uno en un lado diferente de la cama y nos observan.
Marisa me desnuda. Con sus suaves manos baja el camisón que esta enrollado en mi cintura y me lo saca por las piernas. Me pone las manos en los tobillos y las sube hasta llegar a mis muslos. A mi liguero. Con mimo, me mordisquea la parte interna de mis muslos y sube… sube hasta que lo que me mordisquea son los pechos.
—Me gusta lo que veo… —susurra Eric en mi oído.
Marisa prosigue su festín y, cuando los pezones no pueden estar más duros y estimulados, baja a mi cintura y se entretiene en el ombligo. Me estremezco.
Su boca caliente llega hasta mi monte de Venus y se detiene. Recorre con su lengua mi tatuaje y murmura en voz alta y sugerente:
—Judith, el tatuaje es muy tentador. Seguro que levanta pasiones.
Miro a Eric y él sonríe. Yo sé por qué dice eso, pero me callo. No digo ni mu. Marisa levanta la vista un instante y una cascada de emociones se apoderan de
mí cuando siento sus manos juguetear entre mis piernas. Estoy empapada.
Húmeda. Receptiva. Me toca por encima y, sin esfuerzo, mete un dedo en mi interior mientras con la palma de la mano roza mi clítoris. Excitada, comienzo a moverme en busca de mi placer sobre su mano.
—Vamos chicos… —oigo que dice—. Participad en mi juego.
Mario me toca el pecho derecho y Eric lleva su boca hasta el izquierdo. Cada uno a su modo y a su manera, me estimulan y me succionan hasta que Marisa me abre las piernas y mete su cabeza entre ellas.
—Ah… —jadeo mientras tres personas me tocan y me chupan.
Mi ardiente sexo abierto y expuesto a las exigencias de Marisa responde y yo me arqueo complacida. Me gusta lo que me hacen. Me gusta ser su juguete. Su experta lengua se mueve dentro y fuera de mí y se detiene en mi clítoris para hacer lo que yo le hice segundos antes. Lo chupa. Lo rodea y tira de él. Me incorporo, extasiada.
Calor… calor… mucho calor.
Eric abandona mi pecho y busca mi boca, la encuentra y la besa. Su lengua me avasalla, excitada y posesiva, mientras los gemidos que Marisa me arranca salen una y otra vez de mis labios y lo enloquecen. Besos… mimos… palabras susurradas que deseo escuchar.
—Sí, pequeña… así… entrégate y disfruta para mí.
—Sólo para ti —repito entre jadeos.
Durante lo que me parece una eternidad, Marisa juega entre mis piernas mientras Mario me mordisquea los pezones y Eric me besa. Hasta que noto que Mario me agarra un muslo y Eric otro. Me sientan en la cama, me abren para Marisa y me ofrecen a ella.
La mujer, enloquecida por haber conseguido lo que lleva tiempo ansiando, me succiona el clítoris con maestría. Yo me retuerzo. Me agarra del culo y me aprieta sobre su boca. Me saborea de mil maneras posibles y yo me dejo hacer mientras disfruto de todo ello. Oleadas de placer intenso y caliente recorren mi cuerpo una y otra vez… una y otra vez…
—Mojada y lista para mí —oigo que dice.
No sé a qué se refiere, pero su marido me suelta, se levanta y desaparece de la habitación
Eric no habla. Sólo me observa tremendamente excitado mientras me sujeta para Marisa. La mujer introduce dos de sus dedos hasta el fondo en mi vagina, los mueve en su interior y los saca. Yo alzo mis caderas en busca de más. Vuelve a meterlos y los saca y soy consciente de que la humedad de sus dedos es mi humedad. Su marido aparece, se sienta en un lateral de la cama, y nos enseña un consolador negro de dos cabezas.
—Estoy deseando ver cómo os folláis la una a la otra.
Miro a Eric y él aprovecha y me besa. Me muerde los labios y murmura palabras cariñosas. Los dedos de Marisa prosiguen su saqueo mientras yo jadeo y disfruto del momento. Instantes después, detiene sus acometidas para llevar su juguetona boca de nuevo al centro de mi deseo. Me humedece más y más. Yo chillo una y otra vez… una y otra vez… hasta que ella pone el vibrador de dos cabezas entre nosotras y dice:
—Estás muy caliente… Follémonos.
Eric se pone detrás de mí. No me abandona. Está todo el rato pendiente de mí y de mis acciones . Coge el consolador y tras chuparlo lo pone en mi vagina y lo hunde poco a poco. Centímetro a centímetro mientras yo siento cómo aquel objeto estriado me abre la carne y jadeo.
—Sí… así… —susurra Eric en mi oído.
Cuando Eric se detiene, Marisa abre sus piernas, coge la otra punta del consolador y se ensarta en él. Se muerde los labios y gime mientras lo hunde en su
cuerpo y con ello más en el mío.
—Cuidado, pequeña… —murmura Eric.
Me fijo en Marisa y en cómo, con una mirada lujuriosa, se mueve en busca del orgasmo. Mueve sus caderas. El consolador entra en mí y en ella arrancándonos oleadas de placer. Marisa lanza su pelvis contra mí y yo grito, pero no me achico y ahora soy yo la que lanza la pelvis contra ella. Aquel juego nos introduce y nos saca el consolador de nuestras vaginas proporcionándonos un placer maravilloso.
Sentadas la una frente a la otra, Marisa me agarra de los brazos y adelanta su vagina. Me mira, aprieta los dientes y jadea. Yo grito enloquecida pero, instantes después, soy yo la que agarra sus brazos y aprieta para que ella chille. Chillidos… jadeos… todo ello, unido a las palabras de Eric en mi oído, consigue que ambas nos corramos y quedemos sentadas sobre la cama y unidas por el vibrador. Agotadas, nos dejamos caer para atrás.
Cierro los ojos. El juego que acabo de tener me ha dejado exhausta hasta que siento que alguien me saca el vibrador, abro los ojos y veo que es Marisa. Sonrío y entonces le oigo decir a Mario mientras se pone un preservativo:
—Vamos, chicas… ahora nos toca a nosotros.
Miro hacia Eric. Veo que rasga un preservativo y se lo pone. Nada más hacerlo, me coge la mano.
—Te voy a atar a la cama y te voy a ofrecer a Mario para que te folle. Ponte boca abajo.
Sin rechistar, hago lo que me pide y veo que Marisa hace lo mismo. Mario y Eric nos atan las muñecas con los pañuelos de seda al cabecero de la cama. Instantes después, la cama se hunde y siento un azote en el trasero. Pica. Reconozco la mano de Eric cuando me agarra y me hace poner el culo en pompa.
—Abre las piernas para que él te pueda penetrar bien y yo lo pueda ver.
¿Entendido, cariño?
Muevo mi cabeza afirmativamente, mientras la excitación por lo que dice me recorre el cuerpo.
Instantes después, unas manos desconocidas para mí me cogen de las caderas e introducen su erección poco a poco en mi vagina. Su pene está duro y es ancho, pero no es tan largo como el de Eric. No llega con profundidad. Yo quiero más. Dejo que me penetre una y otra vez y jadeo de placer en cada embestida mientras escucho los gemidos de Marisa a mi lado y sé que Eric me mira mientras le da mucho… mucho placer.
Imaginar la escena me incita. Me exhorta. Me exalta. Las dos atadas a la cama con el culo en pompa y nuestros hombres follándonos y exigiendo más.
Una… dos… tres… cuatro… cinco… seis penetraciones y seis gritos placenteros, a la séptima escucho a Eric que suelta un ronco gruñido, miro y veo que se corre. Mario me coge en vilo y me levanta, bombea su gordo pene varias veces más dentro y fuera de mí, me aprieta con brusquedad y finalmente ambos nos corremos. Agotada, respiro con la boca sobre las sábanas hasta que siento que Eric me toca y me desata las manos. Me besa las muñecas y dice:
—Vamos… cariño. Necesitas un baño.
Me coge entre sus brazos y yo me acurruco contra él. Me besa la frente.
—Te quiero. Yo sonrío.
—Yo también te quiero.