Yalda retratada durante un juicio/AFP
Francia revive el caso del Clan de los Barbaros en una historia de manipulación y favores sexuales entre rejas.
Cuando Yalda llegó a la prisión de Versalles, con 18 años recién cumplidos, todos, allí, sabían quién era, de dónde venía y por qué estaba encerrada. Cargaba con 9 años de condena y con un sentimiento de culpabilidad que iba o venía, según el día. Entre rejas, su personalidad afloraba sin tapujos. La Yalda de dos rostros. Uno, el de insegura adolescente, influenciable y con el peso en la personalidad de una violación nunca confirmada. El otro, el de seductora, implacable, infalible y libre de todo remordimiento. Exactamente las mismas caras que mostró durante el juicio al Clan de los Bárbaros en abril de ese mismo año, poco antes de ingresar en Versalles. El caso acaparó portadas, programas y tertulias. Y los acontecimientos salían a la luz golpeando con una dureza que dejó a la sociedad francesa, árabe y judía, en estado de shock.
Los hechos que llevaron a Yalda y a los otros 22 miembros del clan a prisión arrancaron y terminaron en enero de 2006, en París, en una de las calles en las que abundan los negocios regentados por judíos. Tras semanas preparando el brutal crimen, Yalda, de origen franco iraní y con 17 años por aquel entonces, entró en una tienda de telefonía móvil con unas premisas tan claras como básicas: seducir al dependiente, Ilan Hamili, de 23 años y llegado de Israel. Lo consiguió tras pocos minutos de sutil coqueteo. Le dejó su teléfono y salió del negocio.
Poco después, Ilan llamó y fijaron lugar y hora. Los planes que ambos tenían en mente eran bien diferentes. El joven judío fue secuestrado. Pasó 24 días atado a un colchón con cinta aislante, en un sótano de la periferia. Obligado a orinar en una botella y alimentándolo a base de zumos. El Clan de los Bárbaros, una de las bandas black-bleur-blanc de los suburibios franceses, pedía un millonario rescate bajo la premisa de que todos los judíos son ricos y solidarios entre ellos. Una petición en voz baja que nunca se consumó. Pasadas tres semanas, el líder de la banda, Youssouf Fofana, natural de Costa de Marfil, “islamista y anti semita”, según los informes policiales, lo metió en el maletero de su coche, se lo llevó hasta un bosque a las afueras y le degolló para, después, rociarle con gasolina, quemarlo y arrojar su cuerpo a un terraplén cercano a una vía del tren en Sainte-Geniviève-des-Bois.
Los 23 miembros del clan fueron procesados y condenados, al tiempo que en los medios de comunicación se buscaban motivaciones raciales al asunto. Con ellos, también fue encarcelada la joven Yalda. Poco a poco, la sociedad se había olvidado del asesinato, del caso y de los protagonistas hasta que una serie de cartas remitidas desde el centro penitenciario donde está recluida la joven hicieron saltar las alarmas. La nueva vida en prisión de la que, en principio, parecía la más vulnerable del grupo, aparecía en escena.
Yalda no había olvidado ni las actitudes ni las aptitudes de “femme fatale” que un día la llevaron hasta allí y decidió que sus días en prisión, podrían ser mejores. Así, y según testigos, la joven “morena y de grandes pechos” pasaba largas horas arreglándose a fin de “seducir a carceleros y presas”.
Con una actitud entre la picaresca y la manipulación, Yalda llego hasta Florent Gonçalves, director de la prisión. Un funcionario de 41 con pareja y una hija. En su despacho pasaba largas horas, tardes enteras. De allí, cada vez salía con más privilegios penitenciarios: acceso a tarjetas telefónicas, a los mejores trabajos, a un régimen de horarios mucho más relajado que el de las demás, más dinero, algunos regalos…y finalmente, un nuevo apodo: “la directora”.
Los investigadores de la Gendarmería francesa no tardaron demasiado en desplazarse hasta la prisión. Allí hablaron con Gonçalves. Éste, durante unos minutos mantuvo que la joven pasaba tanto tiempo en su despacho porque era la encargada de la limpieza de su cuarto. Poco después, confesó que se había enamorado de Yalda y aseguró que Yalda se había enamorado de él.
El informe llegó a la fiscalía: “Tratos de favor a cambio de sexo en la prisión de Versalles”. El director, con fama de estricto, ha sido suspendido de empleo y sueldo mientras la investigación judicial sigue su curso.
Él se enfrenta a un juicio que le puede llevar a prisión; Yalda, también acusada, puede ver como se aumenta su condena y, la sociedad francesa, vuelve a recordar uno de los casos criminales más terribles de los últimos años.