Hablemos del 'Sgt Peppers Lonely Hearts Club Band'. La escena es sencilla: imaginemos a un niño de cuatro o cinco años sentado en el suelo ante un equipo de música a la vieja usanza, de esos plateados de varios pisos. Los vinilos están en la parte inferior y siempre escoge el mismo. Lo separa con cuidado del resto, lo observa, lo toca y lo despliega sobre sus piernas cruzadas. Porque el álbum es doble y se abre. Es de los que molan.
Y con el simple gesto de abrirlo, como hace a diario, está abriendo una puerta a un mundo de infinitas posibilidades en el que no es necesario ni que empiece a sonar la música. Su imaginación le lleva a esos lugares en los que podrían estar esos cuatro tipos con sus casacas miliatares eduardianas de colorines. Y antes de saber quienes son realmente o cómo suena lo que tocan, ya retumban en su cabeza melodías inventadas.
Pero, ¿quiénes son esos cuatro? ¿Por qué llevan bigotes? ¿Y la gente que les rodea? ¿Dónde están? ¿Qué han hecho? ¿Qué harán? Celebridados de un tiempo que ya no está. Durante unos días pude aguantar su ímpetu y hacer coas a la orden expresa de no sacar los vinilos y ponerlos a girar en el tocata. Más que nada porque tiene que encaramarse a un taburete para conseguirlo. Y porque los mayores no se fían realmente de sus torpes manos que todo lo quiebran.
Sin embargo, llega un momento en el que, en ese instante fugaz en el que cree que nadie leve, decide que ya no puede más. Se tambalea sobre el taburete, abre el tocadiscos, coloca el vinilo sin dificultades varias. Y la aguja, ah, la aguja. Pesa más de lo que parecía. Pero milagrosamente cae en el surco adecuado y eso empieza a crepitar al mismo tiempo que los personajes de la portada cobran nueva vida. Existen.
Murmullo, afinación de instrumentos y aquí está 'Sgt Pepper's Lonely Hearts Club Band'. Recibida entre aplausos y risas con su riff de guitarra rodeado de instrumentos de viento. Para cuando llega el estribillo ya está tumbado en la cama con los ojos fuera de las órbitas repasando por enésima vez todas esas caras qsue le miran desde la colorida portada. Lo contrario a comer techo. Y todo cobra sentido. ¡O sea que son ellos!
EL DISCO MÁS INFLUYENTE DE LA HISTORIA
La descrita es una historia de descubrimiento como hay millones en todo el mundo. Pero esta es la mía. Así entraron y siguen entrando los Beatles en nuestras vidas. Es algún tipo de magia. Abriéndose paso con sus canciones atemporales y apuntalando los muros con obras tan ambiciosas como esta, lanzada contra el mundo el 1 de junio de 1967.
Más de medio siglo ya del octavo disco de estudio de los Beatles. Surgido en un momento en el que Paul McCartney, John Lennon, George Harrison y Ringo Starr se sentían atrapados en un callejón sin salida por el descomunal empuje de su propio éxito. La Beatlemania era una bendita locura pero resultaba insoportable. Por eso había decidido retirarse de los escenarios el 29 de agosto del año anterior, 1966, en el Candlestick Park de San Francisco.
En un momento de exposición constante, John Lennon llegó incluso a pronunciar su famosa frase de que los Beatles eran más famosos que Jesucristo, provocando el previsible desmadre integrista de reacciones aquí y allá. Si querían segruir adelante, tenían que encontrar un resquicio y, justo cuando parecía que no lo habría jamás, a Paul se le ocurrió que podrían montar un grupo ficticio que les permitiera no ser realmente ellos.
Así nación la Banda de los corazones solitarios del sargento Pepper. Vale. Eran los cuatro de siempre, pero quizás no del todo. Un juego de máscaras. Para que la idea cogiera cuerpo, decidieron también adoptar un cambio estético basado en guardar los trajes habituales en el armario y cambiarlos por casacas de colores y bigotes frondosos. En lo musical, el fresco pop imbatible viraba hacia la psicodelia y las estructuras intrincadas. Y se convertían así casi en pioneros del floreciente movimiente hippy.
PRIMER DISCO CONCEPTUAL
De hecho, todo el álbum tiene una idea que lo recorre. Lo que le convierte en cambiar las reglas del juego. En inventar unas nuevas. El balón es mío y me lo follo cuando quiero. Ya nunca más sería cuestión de encadenar canción tras canción. A partir de ahora, el orden pasaba a ser importante. También los asuntos que trataban las letras. Porque, sin ser enteramente un disco conceptual a lo (después) Pink Floyd, desde luego nace y crece en torno a un concepto.
Por eso, hay una trama que comienza con la orquesta afinando sus instrumentos antes de que el tema titular presenta a la banda y a su líder ficticio, Billy Shears, interpretado por Ringo Starr -Ringo vive, la lucha sigue-. Por primera vez sin silencios entre las canciones, se suceden 'With a little help from my friend', 'Lucy in the sky with diamonds', 'Getting better', 'Fixing a hole', 'She's leaving home' y 'Beinf for the benefit of Mr Kite!'
En la segunda cara, 'Within you without you', 'When I'm sixty-four', 'Lovely Rita', 'Good morning good morning' y 'Sgt Pepper's Lonely Hearts Club Band (reprise)'. Una docena de composiciones que no siguen todas la misma línea argumental principal pero que, al contar con un reprise al final, quedan enmarcadas y conforman una historia en sí misma antes del clímax final en 'A day in the life'.
SESIONES DE GRABACIÓN
Las sesiones de grabación empezaron a finales de 1966. Con una serie de canciones que formarían un álbum temáticamente unido por las infancia de los cuatro Beatles, un concepto ideado por Lennon. El resultado fueron 'Strawberry fields forever', 'When I'm sixty four', 'Penny Lane' y 'Carnival of light'. Siguiendo la tradición de la época, 'Strawberry' y 'Penny' se lanzaron como single doble, por lo que se anticiparon al disco y no fueron incluidas en él (una decisión lamentada a posteriori).
Los estudios Abbey Road de Londres fueron la base de operaciones del cuarteto, que también trabajó en los Regent Sound Studios La grabación concluyó el 21 de abril de 1967 después de más de 700 horas de labor en el estudio, con un coste aproximado de 25.000 libras esterlinas, razonablemente bien invertidas. Un esfuerzo que se vio recompensado pues, parapetados tras su banda de mentirijilla, los Beatles experimentarion más que nuncas. Sin ataduras y con total libertad.
Inspirados por el 'Pet sounds' de los Beach Boys (la obra maestra de Brian Wilson que querían superar), los cuatro fueron más allá que con su ya de por sí rompedor 'Revolver' (1966) y abrieron todas las puertas que encontraron a su paso. Cambiaron su forma de tocar, la estructura de las canciones y la forma de grabarlas gracias a los adelantos técnicos de la época, con todo tipo de truquitos. Además, las composiciones fueron grabadas y editadas en sonido monoaural y estereofónico, mediante una grabadora de cuatro pistas.
ICÓNICA PORTADA
Llegó entonces el momento de empaquetar la música y redondear la jugada. Con una portada diseñada por Peter Blake y Jann Haworth, bajo la dirección de Robert Fraser y a partir de una idea de Paul McCartney, quien dibujó el boceto. En él, los Beatles posaban como músicos callejeros con instrumentos de vientos, rodeados de amigos delante de una pared con un póster de Brigitte Bardot y varios trofeos. Ante ellos, una alfombra foral (se dice que en la portada final, bajo los pies de los músicos lo que hay es marihuana, ja).
A partir de ahí se desarrolló la idea de la banda municipal que se fotografía con su público imaginario. Que terminó incluyendo rostros tan icónicos como los de Edgar Allan Poe, Bob Dylan -que también vive, la lucha sigue-, Fred Astaire, Tony Curtis, William Burroughs, Marilyn Monroe, Karl Marx, Marlon Brando, Johnny Weismuller, Marlene Dietrich, Lawrence de Arabia, Oscar Wilde o Shirley Temple. Aunque estaban en la lista inicial, quedaron fuera Gandhi, Jesucristo y Hitler.
El fotógrafo Michel Cooper se las apañó el 30 de marzo de 1967 para montar el collage con recortables de cartón a tamaño natural, figuras de cera y los cuatro Beatles. Tras diversos cambios y jugueteos con las perspectivas, apretó el disparador y perpetró una de las portadas más icónicas de la historia contemporánea pop. La puerta a un mundo fantástico en el que todo es posible. Y aquí seguimos, con el tiempo detenido por un instante.