Shadow

Publicado el 13 agosto 2015 por Rouslyn Navia Jordán @RouslynNavia

¿Alguna vez han besado a un perro muerto? Yo sí. Sé que puede sonar asqueroso pero quizá lo entiendan cuando les explique que el perro que besé tenía solo tres meses de vida al morir y era mi mascota.
A Shadow lo adoptamos a inicios de junio. Su madre había dado a luz en mayo a una camada de nueve cachorritos en los bajos de nuestro edificio. Por suerte no era una perra agresiva y no ponía mala cara a los niños del barrio que se acercaban a admirar a los recién llegados.
No poco después, ya los chiquillos se habían repartido los perritos, aunque en realidad no tenían intenciones de llevarlos para sus casas. Los perros satos (mestizos) siempre han estado en desventaja frente a los de raza a la hora de conseguir un hogar, pero nunca fui de las que discriminan en ese sentido. De hecho, aún recuerdo con cariño a Choqui, un sato que fue mi mascota por más de diez años.
El caso es que Alejandrito heredó mi pasión por los animales, y se había encaprichado en uno de los perritos (uno bien feo por cierto) que tenía la colita afectada por la sarna al cual lo mismo llamaba Toby que Pánfilo. Mi hijo empezó a pasar el día entero con aquellos animalitos, y yo veía en sus ojos la petición que no se atrevía a hacerme.

Mi mamá y yo lo pensamos un poco, la responsabilidad de cuidarlo recaería en nosotras y ya teníamos algunas experiencias fallidas con una bóxer, una salchicha y un dálmata...pero el hecho de que fuera un sato nos decidió, ya que tienen fama de ser más resistentes y la ventaja de que no hay mucho interés en robarlos.
Pero no nos gustaba Toby/Pánfilo, el que Ale quería. Desde la ventana de nuestro tercer piso nos llamó la atención uno de color canela que supuestamente pertenecía a uno de los niños del barrio. Bajé entonces con Ale para mirarlos de cerca y, sobretodo, determinar el sexo de los perritos, pues queríamos que fuera macho.
Encontramos solo ocho, incluyendo al canelo, pero todos con su "dueño" entre los niños del barrio, y yo aunque sabía que al final ninguno tenía intenciones de darle casa, no quería que en el futuro existieran conflictos entre Ale y el dueño anterior, así que no me decidía por ninguno.
Y de pronto apareció el noveno, que había estado durmiendo escondido en algún rincón debajo del edificio. Lo cargué, lo volteé...era macho y era, además, el único que no tenía dueño entre los muchachos.
Cogimos a ese y al canelo y los subimos a ambos a casa para evaluarlos.
Desde el primer momento el dormilón demostró ser el que mejor se adaptaría, pues mientras su hermano gemía por su mamá, él se volvió a dormir en la más absoluta paz. Además tenía ese algo indefinible que nos despertaba ternura desde el primer instante. Devolvimos el canelo a su madre y nos quedamos con aquella bolita de pelo oscuro al que bauticé como Shadow.
Fue increíble la manera tan rápida en que se convirtió en el centro del hogar. Shadow tenía a toda la familia pendiente de su bienestar, malcriándolo, apapuchándolo...Lo llevamos al veterinario para ponerle sus vacunas, desparasitarlo, quitarle las pulgas. Era el bebé de la casa y como tal se dormía mientras lo mecía en el sillón.
Yo me sentía un poco como cuando nació Ale, en especial con el tema de las malas noches. Y aunque Shadow nunca dio ninguna, de todos modos yo me despertaba para buscarlo y acomodarlo a mi lado en la cama un rato para que no extrañara a su madre.

Como a los bebés, le preparaba sus primeras comidas en forma de puré con la batidora. Comía hasta que la barriguita se le inflaba tanto que nos hacía reír y llamarle Floppy, como el perro de los dibujos animados de mi infancia.
Le encantaba el mango, ya fuera en pulpa o jugo sin azúcar, y era fanático al queso. Cuando alguien abría el refrigerador metía la cabeza para husmear, creo que no solo por la comida sino porque le encantaba el frío.
Le daba miedo bajar escaleras y no las subía por vagancia. Prefería sentarse como un marajá a esperar que lo llevaran en brazos.
Par de veces lo sorprendí tratando de robarse mis chancletas para esconderlas en la camita que le pusimos. Supongo que solo quería tener mi olor cerca, porque jamás las mordisqueó.
Su juguete preferido era una pelota de tenis y tenía la maña de seguirme por la casa mordisqueando mis talones y tobillos.
Cuando volvía a casa los fines de semana su colita era una fiesta...y notaba al instante cómo iba cambiando: crecía, perdió la torpeza al caminar, aprendió a correr, incluso ladró un par de veces cuando jugué a hacerlo rabiar un poco.
Era un cachorro dulce, divertido y feliz...y nos hacía felices a todos en casa.

No quiero hablar mucho de su muerte, no lograría hacerlo sin volver a llorar. Solo diré que fue inesperada y nos dejó devastador del dolor.
Ahora no logro dormir hasta bien entrada la madrugada y cuando lo intento sigo recordando a Shadow. A veces son momentos hermosos, como la vez en que tomé una rama seca y jugamos, yo a agitarla frente a su nariz y él a tratar de atraparla. Otras veces es horrible porque vuelvo a verlo tendido con sus ojitos tristes tratando de luchar contra la muerte y yo, impotente, pidiéndole que no se rindiera, acariciándolo para que supiera que no lo abandonaría, que estaría a su lado y todo saldría bien.
Pero no fue así. Cualquiera que fuese aquel indescifrable mal que lo aquejaba, fue mas fuerte que él y en menos de 24 horas Shadow se consumió y se nos fue.
Lo llevamos a descansar a un lugar cerca del mar. Lo besé por última vez y le di las gracias por toda la alegría que nos dio. Luego me marché, y pasé buena parte de esa madrugada viendo sus fotos y vídeos, llorando.
Sé que eventualmente el dolor disminuirá y dejaremos de caminar por la casa esperando que venga a mordisquearnos los tobillos mientras mueve la cola. No es la primera mascota que pierdo ni será la última, pero por ahora Shadow es un dolorcito perenne en una esquinita del corazón.