Harold Bloom, neoyorquino de 1930, es uno de los principales críticos literarios del siglo XX. En su obra El canon occidental, publicada en 1994 por 1ª vez, intentó establecer un canon de lecturas capitales, dentro de la tradición literaria de Occidente. Aunque al final del libro se incluye una larga lista de autores canónicos, se limita a analizar los que él considera los 26 más importantes. La perspicacia de sus análisis, y lo acertado de sus elecciones, basadas en el goce estético, hacen muy recomendable este libro a quienes busquen libros no por su corrección política o su relevancia social, sino simplemente por su calidad. Como ejemplo dejaré aquí algunas de los comentarios de Bloom sobre tres de los autores centrales, para él (y seguramente para cualquier crítico sensato), del canon: Shakespeare, Dante y Cervantes.
Shakespeare, el más grande escritor que podremos llegar a conocer.
Suceder a Shakespeare, que escribió la mejor prosa y la mejor poesía de la tradición occidental, es un destino complejo, puesto que la originalidad se vuelve particularmente difícil en todo aquello que tiene verdadera importancia: representación de los seres humanos, el papel de la memoria en la cognición, la esfera de la metáfora a la hora de sugerir nuevas posibilidades para el lenguaje. Se trata de excelencias particulares de Shakespeare, y nadie le ha igualado como psicólogo, pensador o retórico.
Shakespeare: siempre está por encima de ti, tanto conceptual como metafóricamente, seas quien seas y no importa la época a la que pertenezcas.
Shakespeare sigue siendo el escritor más original que conoceremos nunca.
Shakespeare no nos hará mejores, tampoco nos hará peores, pero puede que nos enseñe a oírnos cuando hablamos con nosotros mismos. De manera consiguiente, puede que nos enseñe a aceptar el cambio, en nosotros y en los demás, y quizá la forma definitiva de ese cambio (la muerte).
Si pudiésemos concebir un canon universal, multicultural y polivalente, su libro esencial no sería una escritura, ya fuera la Biblia, el Corán, ni un texto oriental, sino Shakespeare, que es representado y leído en todas partes, en todos los idiomas y circunstancias. [...] Shakespeare, para cientos de millones de personas que no son europeas ni de raza blanca, es un indicador de sus emociones, de su identificación con unos personajes a los que Shakespeare dio existencia mediante su lenguaje.
Cervantes y Shakespeare pertenecen a otro orden de vitalidad.
En los orígenes del arte de Shakespeare se nos ofrece como postulado fundamental una idea aristocrática de la cultura, aunque Shakespeare trasciende esa idea, al igual que hace con todas las demás cosas.
Existe (en Shakespeare) la conmoción de un arte verbal más grandioso y definitivo que ningún otro.
Shakespeare es el canon. Él impone el modelo y los límites de la literatura.
El público de todo el mundo percibía que Shakespeare les representaba a ellos en escena. [...] Shakespeare ha sido el poeta de la gente.[...] Su independencia de cualquier doctrina y de la moral simplista. [...] Es tan grandioso como la propia naturaleza.
Las lecturas de Shakespeare son infinitas.
Percibía más que ningún otro escritor, pensaba con más profundidad y originalidad que ningún otro, y dominaba el lenguaje más que ningún otro casi sin esfuerzo, incluyendo a Dante.
La peculiar magnificencia de Shakespeare reside en su capacidad de representación del carácter y personalidad humanas y sus mudanzas.
Su extraordinaria audacia, que no tiene parangón en toda la tradición de la supuesta literatura cristiana, incluyendo a Milton.
Su poema es una profecía y asume la función de un tercer Testamento de ningún modo subordinado al Antiguo o al Nuevo.
(La divina comedia) sigue siendo la más misteriosa de todas las obras literarias con que puede encontrarse un lector ambicioso.
No existe ningún otro autor laico que esté tan absolutamente convencido de que su propia obra es la verdad, la única verdad importante de este mundo.
Dante, el único poeta que en originalidad, inventiva y fecundidad extraordinaria rivaliza con Shakespeare.
La Comedia, al igual que todas las grandes obras canónicas, destruye la distinción entre texto sagrado y laico.
Las características más destacables de Dante como poeta y como persona son el orgullo antes que la humildad, la originalidad antes que el tradicionalismo, la desmesura o el apasionamiento antes que la contención.
Adaptó la Eternidad a su punto de vista, y tiene muy poco en común con toda la caterva de exégetas devotamente eruditos.
Hay algo totalmente erróneo en una lectura de Dante que cede toda la autoridad a la doctrina cristiana, aun cuando el propio Dante sea en parte responsable de dicho reduccionismo.
Shakespeare es todos y nadie; Dante es Dante.
No estaba dotado para la poesía; sí para escribir Don Quijote. Contemporáneo de Shakespeare (murieron, se cree, el mismo día), tiene en común con él la universalidad de su genio, y posiblemente sea el único par de Dante y Shakespeare en el canon occidental.
Probablemente sólo Hamlet da pie a tan variadas interpretaciones como Don Quijote.
Para mí el núcleo del libro es el descubrimiento y celebración de la individualidad heroíca , tanto en Don Quijote como en Sancho.
Tanto Cervantes como Shakespeare son únicos en la creación de la personalidad, pero las principales personalidades shakespereanas -Hamlet, Lear, Yago, Shylock, Falstaff, Cleopatra, Próspero- al final se marchitan gloriosamente en el aire de una soledad interior. Don Quijote es salvado por Sancho, y éste por Don Quijote. Su amistad es canónica y cambia, en parte, la posterior naturaleza del canon.
Cervantes parece tomarse simultáneamente en serio y con ironía el juego del mundo.