Pero no estamos ante una de esas trasposiciones, algo acartonadas en su mayoría, que simplemente modernizan el vestuario y los escenarios, manteniendo los diálogos originales. Los Taviani introducen el texto en una cárcel, utilizando actores no profesionales (presos de una prisión de máxima seguridad) para poner en marcha la puesta en escena teatral de la obra de Shakespeare. La presentación de los personajes resulta ya escalofriante: Sasá Striano, 14 años por crimen organizado; Cosimo Rega, cadena perpetua por asesinatos; Antonio Frasca, 26 años por varios crímenes...). Y en ellos, con sus antecedentes y su propia lucha interna de poder dentro de la cárcel, cobran especial protagonismo (y por tanto una presencia más contundente), las reflexiones en torno a la justicia, el poder, el honor o el sacrificio, a través de la historia de un gobernante cuya ambición desmedida acabó por provocar la animadversión de sus más cercanos colaboradores. César muerto por decenas de manos que apuñalaron su prepotismo y su nepotismo.
Ni qué decir que Cesare deve morire no es una película fácil, a pesar de su escasa hora y cuarto de duración. Y, aun cuando haya ganado el Oso de Oro de Berlín, haya conseguido 5 nominaciones para los Premios David di Donatello y sea una más que probable candidata al Premio César del Cine Europeo, su distribución parece condenada al ostracismo. Pero sin duda se trata de una de las propuestas cinematográficas más apasionantes y sorprendentes de este año.