En todas partes –incluyendo esta columna- se han escrito loas y más loas –la mayoría de ellas, totalmente justificadas- dedicadas a Pixar, la casa de animación digital más importante, exitosa e inventiva del cine animado, por lo menos en esta parte del mundo. Sin embargo, estos mismos adjetivos los merece la casa británica Aardman, cuyas obras realizadas en stop-motion son, también, lo mejor que se ha hecho en el cine contemporáneo animado, por más que en el imaginario popular esté mucho más presente la compañía fundada por Steve Jobs. ¿Razones para que suceda esto último?: acaso más de marketing que artísticas, porque el mejor cine de Aardman compite al tú por tú, tanto en el aspecto técnico como en el creativo, con Pixar.Y a las pruebas me remito: el sexto largometraje de Aardman, Shaun el Cordero (Shaun, the Sheep Movie, GB-Francia, 2014), podrá ser menos ambiciosa, temáticamente hablando, que la nueva obra mayor de Pixar, Intensa-Mente (Docter y Del Carmen, 2015), pero es mucho más lograda como regocijante comedia, sea de enredos, satírica o de slapstick. Para acabar pronto, en el terreno del ingenio para la creación y ejecución de los gags, la cinta dirigida y escrita por Mark Burton y Richard Starzak le gana de calle a Intensa-Mente.Estamos en la pequeña población de Mossy Bottom, en donde un granjero de mediana edad y su fiel perro crían un hato de ovejas entre las que destaca el animal del título, Shaun, un curioso cordero que, cansado de la rutina diaria, decide tomarse un día libre de la monserga esa le levantarse, salir a caminar, ser pastoreado por el perro y regresar a dormir por la tarde.El problema es que el plan sale mal –¿o demasiado bien?-: el granjero termina en la Gran Ciudad, amnésico, con el perro en un albergue de animales y el hato de ovejas, Shaun incluido, sin nada qué hacer. Así pues, Shaun y compañía deciden viajar a la Gran Ciudad para rescatar a su amo –y al perro, faltaba más.La simplicidad de la historia se compensa, con creces, por la afortunada avalancha de gags, sean propios de la comedia de enredos –el perro que entra a un quirófano para ser confundido con un cirujano-, satírica –el granjero amnésico transformado por el capricho de una celebridad en el peluquero de moda- o slapstick –la escena en el restaurante francés, entre los hermanos Marx y El Sentido de la Vida (Jones y Gilliam, 1983).A esto habría que sumarle los innumerables guiños cinefílicos dejados caer por aquí y por allá –desde La Noche del Cazador (Laughton, 1955) hasta Sueño de Fuga (Darabont, 1994), pasando por Monty Python y el Santo Grial (Jones y Gilliam, 1975), Taxi Driver (Scorsese, 1976), Cabo de Miedo (Scorsese, 1991) o El Silencio de los Inocentes (1991)- y, por supuesto, el virtuosismo de la animación cuadro-por-cuadro cuyo goce no se agota en una sola revisión de la película. Porque, también como suele suceder con la mejor obra de Pixar, las mejores cintas de Aardman reclaman más de una re-visión: solo así, con los ojos fijos en la pantalla, viendo con todo cuidado cuadro por cuadro, se le puede hacer justicia a esa destreza técnica, a esa imaginación desbordada. Y lo mejor de todo: al volverla a ver, descubrirá seguramente otros muchos gags que pasaron desapercibidos en el primer visionado. Así sucede con el buen cine: nunca se agota en la primera visión.