Entre ellas encontramos la producción española El secreto del Doctor Grinberg (Ida Cuéllar, 2020), que también forma parte de la programación del Festival de Cine Español de Málaga. Abrazando el subgénero del "true crime", la historia se centra en la figura de Jacobo Grinberg, un neurofísico mexicano que estudió la telepatía pero también se adentró en el mundo del chamanismo y la curandería, y cuyas investigaciones le reportaron una cierta resonancia en el mundo científico, aunque sus teorías no eran del todo aceptadas. En 1994, Jacobo Grinberg desapareció sin dejar rastro, y en las diversas teorías en torno a su desaparición se centra la mayor parte del documental. Primer largometraje de su director, El secreto del Doctor Grinberg pierde la oportunidad de adentrarse en temas de interés como los estudios sobre la neurofísica, y se decanta por la historia criminal, lo cual es una opción más comercial, pero no por ello más interesante. El problema es que estas investigaciones, que parecen acomodarse a una de las teorías más insólitas, tampoco llegan a una conclusión definitiva.
El documental está rodado con buen pulso, quizás con algunas propuestas visuales en torno a algunos entrevistados que no terminan de encajar bien, y con un montaje dinámico que ayuda a entender bien la historia, a pesar de su complejidad, especialmente en todo lo que se refiere a las teorías sobre su desaparición. Le sobran algunos efectismos que parecen más propios de un reportaje de Cuarto Milenio (Cuatro, 2005-), tratando de subrayar los elementos de investigación periodística, aunque realmente no hace falta. Al final, el director consigue lo que pretendía, que es difundir en cierta manera las investigaciones realizadas por este científico, pero se deja atraer por el elemento criminal y nos sustrae de la posibilidad de entender mejor el trabajo de este investigador, y analizar con mayor profundidad las delicadas barreras entre la ciencia y las creencias metafísicas, y hasta qué punto prácticas como el chamanismo pueden ser explicadas de una forma científica. Gambia es un país con una fisonomía muy particular. Literalmente incrustado en Senegal, solo tiene una salida hacia el Atlántico, que alimenta un largo río que divide buena parte de su territorio. Con escasos dos millones de habitantes, Gambia es uno de los países africanos con mayor índice de emigrantes que tratan de llegar a Europa. Una de las razones está perfectamente explicada en el cortometraje español Stolen fish (Gosia Juszczak, 2020), que ha tenido su estreno mundial en Sheffield. A través de tres protagonistas, el documental ofrece información muy clara sobre el poder depredador de solo tres industrias chinas que llegaron a la zona del río Gambia, territorio de subsistencia para los pescadores locales, prometiendo mejorar las infraestructuras, pero en realidad arrasando con la población marina, monopolizando la pesca y exportándola a Europa como alimento de ganado. Esta realidad brutal, injusta, hipócrita viniendo de una Unión Europa que trata de controlar la inmigración africana, pero al mismo tiempo contribuye a la esquilmación de los recursos naturales de países como Gambia, es el tema central de este documental de media hora de duración.
El viaje espacial (Carlos Araya Díaz, 2019) es una propuesta singular e interesante. El director nos muestra únicamente imágenes fijas de paradas de autobús a lo largo de diversos rincones de Chile. La cámara no se mueve en ningún momento, pero el sonido sí capta las conversaciones de las personas que esperan el autobús. Y es a través de estas conversaciones como se describe una sociedad chilena compleja, diversa, que todavía trata de encontrar el equilibrio entre las tradiciones y la era moderna. Es el retrato sonoro de un país que se está transformando en cada momento. Estos pasajeros, que son eso, personas que pasan, que van hacia otro lado, hacen una pausa en sus agitadas vidas mientras esperan el autobús, y tienen tiempo para establecer contacto y conversaciones sobre distintos temas que, al final, conforman las preocupaciones de cualquier sociedad moderna, pero con una mirada un tanto diferente.
Se habla de inmigración, del turismo colonizador, de política, de economía, de una percepción todavía conservadora de la homosexualidad... Las paradas de autobús que Carlos Araya nos muestra se convierten en micromundos que parecen representar (y ciertamente lo hacen) a todo un país. Y la mirada distante de la cámara supone, sin embargo, un acercamiento a estos personajes, a estos pasajeros de la vida que protagonizan un movimiento invisible frente a nuestra mirada. En Responsabilidad empresarial (Jonathan Perel, 2020) encontramos una estructura parecida, aunque más claramente política. El director argentino presenta también imágenes fijas tomadas con su cámara desde un coche que muestran planos estáticos de fábricas, en funcionamiento o abandonadas, mientras lee en off fragmentos del libro "Responsabilidad empresarial en delitos de lesa humanidad. Represión a trabajadores durante el terrorismo de Estado" (2015), publicado en dos tomos por el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de Argentina. En este libro, se recoge una investigación sobre la responsabilidad que tuvo un sector empresarial tanto nacional como extranjero en las violaciones de Derechos Humanos durante la dictadura argentina. Y la voz del director traslada, con fría objetividad monótona, las palabras escritas en parte de esta publicación.
Lo que presenta el documental, a través de sus imágenes estáticas, es la complicidad de muchas empresas con la represión durante el régimen dictatorial, pero no solo eso, sino la participación activa de sus responsables en la ejecución de esta represión. Empresas argentinas como Astilleros Río Santiago, Alpargatas, Loma Negra, el periódico La Nueva Provincia, y multinacionales como Mercedes-Benz, Fiat y Ford son algunas de las que se denuncian en este documental. Y la presentación en imagen fija de muchas de sus fábricas en funcionamiento hoy en día, va más allá de la simple presentación del pasado, para demostrar la impunidad que han tenido sus responsables después de la dictadura. Es un documental áspero en su forma pero contundente en su mensaje. Todo lo que se olvida en un instante (Richard Shpuntoff, 2020) muestra la dicotomía entre los orígenes y el desarrollo vital del director, que también narra en primera persona su propia historia. Es una historia que transcurre entre Nueva York y Buenos Aires, como su vida, nacido y criado en el barrio de Queens, pero mudándose en 2002 a Argentina, donde trabaja como traductor y realizador de documentales. Este concretamente traslada sus contradicciones vitales a la pantalla, a través de imágenes grabadas por él mismo y material de archivo que construye hablando en inglés y español, y planteando una especie de juego de significados con subtítulos que en muchas ocasiones no se corresponden con lo que estamos viendo. Las imágenes por tanto desarrollan un discurso, mientras que los subtítulos desarrollan otro, eliminando la esclavitud de la palabra frente a la imagen.
Es un juego interesante y en ocasiones divertido, pero esconde una profunda reflexión sobre la relación entre el espectador y el director de cine, entre el mensaje y la recepción de ese mensaje. Pero, entre imágenes que muestran a su padre recordando los lugares de Nueva York en los que vivió, en un barrio judío que luego se convirtió en Chinatown, el director también propone una interesante mirada a los inmigrantes, a su propia emigración a un país diferente, y a la complejidad de dos sociedades, la argentina y la norteamericana, que son completamente distintas. Es un documental más complejo y más profundo de lo que parece.Por último, nos acercamos a la producción Antonio & Piti (Vincent Carelli, Wewito Piyãko, 2019), que comparte una interesante característica con otro documental que forma parte de la programación de Sheffield Doc Fest y que ya hemos comentado, Yãmīyex: Mulheres espírito (Sueli Maxakali, Isael Maxakali, 2019). Se trata de películas que tratan temas relacionados con poblaciones indígenas, ambas en la Amazonia brasileña, pero que están rodados por directores que también forman parte de estas comunidades. Es, por tanto, una historia local contada por ellos mismos, lo que le da un sentido mucho más profundo, una visión menos foránea de sus problemáticas. En el caso de Antonio & Piti se centra en la relación que comenzaron los protagonistas hace treinta años, ella una mujer blanca y él un habitante de la tribu Ashaninka. Aunque su relación no fue bien acogida en la tribu, ambos encabezaron una revuelta contra una empresa de caucho que tenía esclavizados a los indígenas.
La historia de esta pareja, ya ancianos, es una excusa para hablar de la situación de los Ashaninka, una etnia amazónica que proviene de Perú, y que está sometida a acciones terroristas provocadas por las empresas madereras que tratan de expulsarlos de sus tierras. Es, de nuevo, la visión del acoso contra una comunidad pacífica, que se dedicaba a la caza y el ganado, pero que ha sido obligada con el paso del tiempo a tener como principal medio de subsistencia el caucho. Se trata de una película honesta y sencilla, que tiene la particularidad de contar las preocupaciones e incluso las disputas internas desde dentro. Uno de los hijos de la pareja consiguió ser alcalde, pero ahora se encuentra en un proceso de "impeachment", según se indica al final del documental.