La historia, como tal, no cuenta nada nuevo, pero me gustan las contraposiciones. Dice un blanco: “yo no tenía ni idea de lo que estaba pasando, el Apartheid no estaba en las portadas de los periódicos, la primera vez que vi una pinta en la que ponía “Free Mandela” pensé que era un tipo de pan y que lo querían gratis”. Responde otra, también blanca: “Sólo había que tener ojos en la cara para ver lo que estaba pasando”.
Salen a la luz los problemas de inseguridad y la discriminación positiva hacia los negros: unos la ven necesaria; otros, una aberración que dejará al país sin las mentes más preparadas. También el problema de los jóvenes, los tsotsis, la falta de vivienda… Un interesante compendio en el que todos cuentan experiencias propias, lo más interesante de todo.
Para realizar el documental, la directora, Beatrice Möller, una joven nacida en Sudáfrica pero afincada en Berlín, realizó el viaje hasta en 25 ocasiones. “Un viaje de 30 horas en el que la gente tiene mucho tiempo para hablar”. Ella misma afirma que estas conversaciones le sirvieron para procesar todo lo que significó el Apartheid, algo que ella vivió tan sólo cuando era muy pequeña.
Al final, el tren no llega a ninguna estación. En la última imagen lo vemos todavía recorriendo una inmensa llanura, una metáfora de la propia Sudáfrica, un país que todavía sigue en movimiento y al que le queda mucho por recorrer. Sin que nadie sepa muy bien si llegará a buen puerto o no.
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