Basta medio arpegio de esas gloriosas guitarras al comienzo de “Lullaby”,o el estallido de cristales que abren “Plainsong” para que -a la manera de la célebre madalenaproustiana- toda una cadena de recuerdos se nos hagan presentes. Y es que allí radica gran parte de la magia intacta de The Cure: un sonido monolítico, por momentos onírico, por otros pesadillesco y por qué no feliz, que viaja por nuestro inconsciente y activa otros tantos paisajes y memorias. Verlos en vivo no es asistir a un concierto. Es reactivar una ceremonia sensorial plena. Por eso y por muchas otras cosas no es casual que nos hayamos encontrado tantos queridos amigos clase 73 y 74 en el show de River Plate. Con casi 40, allí estuvimos todos los que de alguna manera fuimos flechados por ese sonido allá en nuestros años de secundaria. Es más, esa sensibilidad compartida es la que en muchos casos nos hizo amigos, hasta hoy. Así que ¿cómo no celebrar un encuentro como este, en una noche de otoño tan especial? Veintiséis años de espera desde la última visita del grupo valieron la pena. La recompensa fue suculenta. Los The Cure nos pasaron por arriba en más de tres horas de show y un recorrido que abarcó casi todos sus discos (sólo faltó “Bloodflowers”). Tal vez, el único punto criticable haya sido cierta dispersión en el playlist: un ida y vuelta entre densidad climática y bailoteos pop que hacían perder un poco el foco.
Basta medio arpegio de esas gloriosas guitarras al comienzo de “Lullaby”,o el estallido de cristales que abren “Plainsong” para que -a la manera de la célebre madalenaproustiana- toda una cadena de recuerdos se nos hagan presentes. Y es que allí radica gran parte de la magia intacta de The Cure: un sonido monolítico, por momentos onírico, por otros pesadillesco y por qué no feliz, que viaja por nuestro inconsciente y activa otros tantos paisajes y memorias. Verlos en vivo no es asistir a un concierto. Es reactivar una ceremonia sensorial plena. Por eso y por muchas otras cosas no es casual que nos hayamos encontrado tantos queridos amigos clase 73 y 74 en el show de River Plate. Con casi 40, allí estuvimos todos los que de alguna manera fuimos flechados por ese sonido allá en nuestros años de secundaria. Es más, esa sensibilidad compartida es la que en muchos casos nos hizo amigos, hasta hoy. Así que ¿cómo no celebrar un encuentro como este, en una noche de otoño tan especial? Veintiséis años de espera desde la última visita del grupo valieron la pena. La recompensa fue suculenta. Los The Cure nos pasaron por arriba en más de tres horas de show y un recorrido que abarcó casi todos sus discos (sólo faltó “Bloodflowers”). Tal vez, el único punto criticable haya sido cierta dispersión en el playlist: un ida y vuelta entre densidad climática y bailoteos pop que hacían perder un poco el foco.